David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


La novela catódica

El miércoles 13, a las 7 de la tarde, estaré en Ámbito Cultural (7ª planta de El Corte Inglés, Serrano 52) para hablar de la novela catódica. ¿Y qué es la novela catódica? Una idea que se me ocurrió cuando terminé de ver la mejor serie de televisión que se haya hecho jamás: A dos metros bajo tierra. La duración de una película viene a ser de dos horas, dos horas y media, con lo que equivaldría a un relato más o menos largo. En cambio, una buena serie de televisión puede durar tres, cinco o siete temporadas, es decir, cincuenta, sesenta y hasta noventa horas de visionado: el equivalente a un novelón de Dickens o Galdós, quienes no en vano muchas veces escribían por entregas.

Hace unas semanas acabé el último episodio de The Shield y desde entonces estoy huérfano. Sólo entonces comprendí cuánto me importaba el destino de esos personajes con los que había convivido durante varias semanas. ¿Qué voy a hacer ahora sin ellos? No podía ni imaginar el desamparo de los telespectadores que tenían que esperar meses y hasta años para volver a entontrarse con el gran hijoputa de Mackey, con el tonto de Shane, o con el bueno de Dutch. La capacidad de los guionistas para rizar el rizo de la tensión y aumentarla capítulo a capítulo nos lleva directamente hacia los aledaños de un nuevo género. 

Los Soprano, In Treatment, A dos metros bajo tierra, The Shield, no son series tradicionales más, meras cuentas de collar con personajes planos y conflictos que se resuelven en un solo capítulo, sino estructuras formidables, con protagonistas enormemente complejos y facetados, y conflictos que se ramifican y prolongan en el tiempo. Por cada puerta que se cierra en un capítulo se abren tres. Tony Soprano y Vic Mackey son, probablemente, los malvados más fascinantes, profundos y atractivos que hayan paseado por una pantalla en los últimos tiempos. ¿Y qué personaje conocen ustedes que esté más vivo que Nate Fischer, el hombre que nunca hace lo que quiere sino lo que que piensa que los otros creen que debe hacer? 

Vi dos veces A dos metros bajo tierra, es decir, gasté ciento ventitantas horas de mi vida en las alegrías y desdichas de esta familia de enterradores y no doy por perdido ni un solo minuto. He visto casi de un tirón las siete temporadas de The Shield, algunas noches cuatro o cinco capítulos de una sentada, y estoy seguro de que tarde o temprano la veré otra vez, de cabo a rabo. La televisión ha alcanzado la mayoría de edad. Ya no sólo le habla al cine de tú a tú, sino que hoy en día es muy difícil encontrar una sola película que tenga pasajes tan brillantes y personajes tan vivos como los que pueblan la pequeña pantalla (en España, mejor no hablamos).

Algunas de las mejores frases de los últimos años están aquí: «Vamos a encontrar la verdad y ya veremos qué hacemos con ella» dice Vic Mackey a sus hombres. Y David Fischer, el hijo gay de la familia de enterradores, le pregunta a un cura si debe seguir con su novio si ve que la relación no le hace feliz. «No vivimos con alguien para hacer su vida más feliz» replica el cura «sino para hacerla real».

En fin, de estas y otras maravillas hablaré mañana en Ambito Cultural. Nos vemos.