David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


El regreso del oso panda

Alvaro Muñoz Robledano ha vuelto. Como MacArthur en Filipinas, o como Paul Newman al final de El color del dinero, estrujando el taco de billar entre las manos para enseñarle al niñato irredento de Tom Cruise quién coño manda sobre el verde geométrico del tapete. Alvaro se despidió hace más de un año de la poesía con un multitudinario y ya célebre correo que recibimos buena parte de sus amistades y también (caprichos de la informática) alguno de sus enemigos. Pero quienes lo conocemos bien, sabíamos que no era más que una tregua, otra más, en esa larga batalla que Alvaro se ha empeñado en luchar por nosotros y que no puede ganar más que perdiéndose él y perdiéndonos a todos.

Es una pelea desigual, contra el lenguaje, contra la tradición, contra sí mismo, una automutilación de la que los poemas brotan como dentelladas, como heridas, como huesos rotos, como cadáveres bellísimos llenos de cicatrices. La revista Ariadna (http://www.ariadna-rc.com/portada.htm) ha acogido su regreso en esta media docena de poemas reunidos bajo el título de Seis supuestos de topología.

Ariadna es el hábitat natural de Alvaro, un hermoso asilo donde buscó refugio y donde reaparece de cuando en cuando como un Guadiana hecho de palabras, esquivo y misterioso, lúcido y arisco. Una vez escribí que Alvaro es como un oso panda en perpetuo peligro de extinción, un koala empeñado en masticar únicamente ciertas hojas de eucalipto y que, por su propia integridad a prueba de pactos, está siempre a punto de desaparecer del mapa. Porque sólo desde el pudor más absoluto puede escribirse algo como este Reglamento de espectáculos públicos:

el viejo se despide de su vida

sus libros

sus paisajes

sus amigos

ya lleva veinticinco años haciéndolo

En la poesía, en la gran poesía, siempre hay algo que queda por decir, un hueco genital, un vacío innombrable y sin embargo tejido con palabras, algo cuyo latido da forma y ritmo al verso pero cuyo sentido último se nos escapa. Tengo la sensación de que los poemas de Alvaro ya tocan ese abismo del tapete desde el que se ordenan las carambolas pero donde las bolas no cruzan jamás, ese abismo donde el silencio juega a tres bandas.