David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


La napia de Rembrandt

Llevo unos cuantos días, una semana ya, arrastrando un resfriado de perro, uno de esos resfriados asnales y letárgicos que te dejan para el arrastre. Ayer domingo, sin embargo, me encontraba lo bastante bien como para salir a la calle y echar por fin un vistazo a la exposición de Rembrandt que hay estos días en el Museo del Prado. No se la pierdan, sobre todo Betsabé en el baño, que es un cuadro de una belleza sobrecogedora. El rey David se ha encaprichado de ella y la mujer sostiene en sus manos el mensaje donde pide que vaya a reunirse con él. La piel resplandece como la aurora pero el rostro está anegado por la pena: la tristeza de tener que engañar a su marido por un capricho real. Pero cuando uno mira ese desnudo tan humano, tan de verdad (Rembrandt pinta no una niñata maciza sino una cuarentona de buen ver, una tía jamona como las que le volvían loco a él) y ese rostro de bondad enloquecedora, entiende el rapto de lujuria de mi tocayo.  

Después, ya en casa, vi una película sobre la vida de Rembrandt protagonizada por Charles Laughton. Como acababa de contemplar varios autorretratos, pude comprobar que el parecido entre el gran actor ingles y el pintor holandés se basaba ante todo en la nariz, ese apéndice tuberculoso y agrícola que revela inmediatamente una conexión campesina por las patatas y una manifiesta inclinación al morapio.

Lo que más me llamó la atención de la película (aparte de la actuación magistral de Laughton) es la racanería con la que los holandeses han tratado siempre a sus genios pictóricos. Siglos antes de que vapulearan a Van Gogh, los antecesores de ING Direct ya habían tratado a patadas a Rembrandt. Ni siquiera le pagaron todo lo estipulado por esa obra maestra de la pintura que es La ronda de noche, porque algunos de aquellos payasos con sombrero sintieron que no habían sido salido lo bastante dignos. Arruinado y aquejado de deudas durante toda su vida, Rembrandt tuvo que ponerse al servicio de su mujer, una estratagema legal que le permitió vender algunos cuadros y llevar algo de comida caliente a casa.

Esta mañana, como ya me encontraba mucho mejor, he salido a dar un paseo, pero cuando he regresado me encontraba otra vez fatal. La tos había vuelto y la narizota griposa en mi cara me hacía el modelo ideal para un retrato rembrandtiano. Algo más o menos así:

Iba a escribir un final ingenioso sobre los insaciables banqueros holandeses, la napia florida de Rembrandt y la oreja amputada de Van Gogh, pero el catarro me tiene completamente grogui y ustedes me lo sabrán disculpar. Algo sobre la sutileza del arte, capaz de transmutar la materia (napia) en alma (cuadro), y la chabacanería del mercado, capaz de transmutar el alma (cuadro) en materia (dinero). Sí, iba sobre algo de eso, creo.

Felices fiestas.