Jesús del Gran Poder
Mi amigo Jesús Urceloy, que es ese pedazo de humanidad que tienen aquà abajo varado en el sueño eterno,
es uno de esos grandes, dulces y fenomenales melones que, muy de cuando en cuando, la vida te regala. Nuestra amistad va ya para diez años, pero parecen muchos más (o muchos menos) por el cariño enorme que nos tenemos. Es el único amigo al que, hasta ahora, he incluido en una novela como personaje secundario usando su propio nombre. Lo cambié un poco, es cierto, pero cualquiera puede darse cuenta.
Jesús, aparte de un poeta como un chalet de dos plantas, es una voz: inmensa, cavernosa, profética. Cualquiera que lo haya oÃdo, lo recuerda. Tan generoso como su propia y oronda barriga, donde guarda todo un asombroso melonar poético al que no le basta dedicar poemas a sus amigos. Qué va, él coge y les dedica un libro entero, que saldrá muy pronto a la luz, si no me equivoco. Jesús tiene poemas terribles como LA PROFESIÃ?N DE JUDAS, que es uno de esos libros para arrancarse la ropa y salir gritando, y poemas tan graciosos que parecen mentira, pero son todo verdad, como él mismo.
A Jesús los buenos versos le brotan con tanta facilidad (y felicidad) como a los buenos melones las pepitas y no ha tardado ni un rato en celebrar el advenimiento de este humilde blog con un soneto melonero con reminiscencias de Miguel Hernández y que yo copio aquà con todo mi amor y mi admiración para disfrute vuestro y de las generaciones futuras (si las hubiera o hubiese):
Nos tiraste un melón y tan amargo,
con una mano henchida de escritura
que no quedó ni pipa en la basura
ni corteza amarilla. Me hago cargo.
Pero al ver esa foto, que es de embargo,
no distingo el melón, sà la textura
del melonado hecho, qué aventura
para el cerebro, aunque haya visto Fargo,
(de los hermanos Coen). Y ese puro
con que te asombras agrouchado borre
naciones, mundos, con certeros trazos.
Seas David, quien con humor seguro
como el cachondo astuto que en su torre
atrincherado arroja melonazos.
Jesús Urceloy