David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Ni puta gracia

 

El oficio de cómico debe de ser de los más difíciles del mundo. Robert DeNiro dijo que la escena más terrible que había hecho jamás fue el monólogo de humor con que se abre El rey de la comedia, de Martin Scorsese, película donde escoltaba a Jerry Lewis. Cuando un montón de gente sentada y dispuesta a la risa no reacciona ante un chiste o una ocurrencia supuestamente genial, entonces el silencio se puede cortar con el dedo. Es un silencio espeso, penoso, truculento y maligno, mucho peor que el que sigue a una mala actuación musical o al recitado lamentable de un poema malo. Es, exactamente, un gatillazo en la boca. 

Fui testigo de uno de esos momentos hace muchos años, una noche en que mi novia de entonces se le ocurrió llevarme junto a otra pareja a una sala de fiestas donde actuaba Angel Garó. El pobre hombre salió al escenario, abrió la boca, empezó a hacer el gilipollas y no se rió ni Dios. Se podía oír -como dijo el poli cabrón de Cadena perpetua– el pedo de una rata. A los cinco minutos, aquel tipo me dio tanta pena que solté una tímida carcajada, más falsa que un euro de madera, a ver si la gente se animaba y se echaba a reír. La cosa funcionó poco a poco, pero la experiencia fue tan desagradable como asistir al despellejamiento de un animal vivo.

La otra noche, caminando juntos Mijangos y yo por una noche madrileña nostálgica de fachas, nos dio por hacer una lista de humoristas que nunca nos hicieron ni puta gracia. Quizá fuese por lástima y solidaridad con todas esas criaturas en vías de extinción que enarbolaban banderas y cantaban el Cara al sol, pero lo cierto es que la lista dio mucho de sí. Nos dimos cuenta de que España es un país de cómicos fallidos, de gatillazos dentales y muecas congeladas. Estaban Eloy Arenas (que nunca, nunca, nunca en toda la puta vida nos hizo reír), Marianico el Corto, el Gran Andreu (grande como Jacobo), Moncho Borrajo, los hermanos Calatrava (a quienes el tiempo ha lijado hasta dejarlos convertidos de guapo y feo, en feo y más feo), todos los idiotas descerebrados, parapléjicos, enanos e invertidos profesionales del programa de Sardá, Sardá, Torrebruno, Almodóvar (si no es un cómico, ya nos dirán qué es), Buenafuente, Loles León, Las Virtudes (¿cuáles, por Dios?), Antonio Garisa, Bigote Arrocet, Angel Garó, Arturo Valls (penoso), Pablo Carbonell (para fusilarlo con mierda), los chistes inextricables de Máximo en El País (¿alguien entendió alguno alguna vez?), Josema Yuste (sin el resto del trío), Emilio Aragón, y, ya en el terreno internacional, Steve Martin, Chevy Chase, Goldie Hawn y una larga, interminable recua de mongolos.

Toda esa gente nos ha jodido la vida. La niñez, la adolescencia, la juventud y la vida. Especialmente Torrebruno. Es casi un milagro que aún sepamos reírnos, joder.

Seguramente había muchos más, pero nos dio asco seguir.