Tropezando con melones – Blog de David Torres » Blog Archive » El dinosaurio ya no podía estar allí

David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


El dinosaurio ya no podía estar allí

Como sospechábamos, cada día la ciencia-ficción es más ciencia y menos ficción. Estamos a un paso de reconstruir a un mamut lanudo con colmillos y todo sólo a partir de unos pocos pelos congelados con veinte mil años de antigüedad. A Michael Crichton, que se murió la semana pasada y anunció la resurrección de los dinosaurios, le hubiese encantado la noticia. A Ira Levin, que se murió el año pasado y profetizó la resurrección de Hitler, también.

 

 

 

 

Parque Jurásico nos enseñó que, ante la sempiterna fascinación por el mal, preferimos el regreso de los malos. Los herbívoros aburren, todo el mundo quiere ver en acción al tiranosaurio, al velocirraptor, a Adolf Hitler, a Stalin, a Jack el Destripador� La noticia le ha pillado a contrapelo a Garzón, que ya había abandonado la causa contra el Caudillo cuando ahora existe la posibilidad de sacar los huesos del Valle de los Caídos para hacer un caldo de ADN y sentar a Franco en el banquillo.

 

La pregunta (que ya se hizo en su día Ira Levin) es si el ADN constituye también la base de la personalidad, si el Führer puede hacerse a base de cromosomas, obviando la influencia del entorno histórico, familiar y social. Las pequeñas réplicas de Hitler, fabricadas por Mengele y repartidas a docenas por todo el ancho mundo, probaron el sonado fracaso de la genética y del conductismo. Tampoco el mamut sobreviviría en su hábitat natural, actualmente copado por mafiosos rusos. El pobre bicho tendría que establecer una dura competencia con especies mucho más evolucionadas en la mala leche y la escala biológica. Los colmillos y pezuñas no le iban a servir de mucho contra un kalashnikov.

 

Con Siberia ocupada por los sucesores naturales de los boyardos y los comisarios del partido, y el Polo Norte derritiéndose a la velocidad de los cubitos de un gin tonic, queda claro que al mamut redivivo no le queda otro camino que la extinción. Lo siento, Monterroso, el dinosaurio ya no podía estar allí. Resucitar a un paquidermo tan majestuoso sólo para meterlo en un laboratorio, un zoológico o un parque acuático y que los niños y zoólogos disfruten, sería una putada. El animal ya tuvo su oportunidad y los restos de huesos y pelambre que aún quedan por ahí, en medio de la tundra, son las fotos de esa novia que un día se echó el planeta Tierra, recuerdos de una historia de amor que salió mal.

 

Yo también guardo un mechón de pelo de una novia que se me extinguió allá por el Cretático Superior y regalos de un amigo que dejó de serlo a poco de estrenarse el Pleistoceno. De vez en cuando sueño con llevarlos al laboratorio y que me los traigan de vuelta al mundo de los vivos, pero sé que la historia no sería la misma ni ellos tampoco. También tuvieron su oportunidad, o la tuve yo. Me quedan unas fotos, unos recuerdos, un poco de nostalgia y la certeza de que el pasado bien muerto está.  

 

 

 

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