El día que murió Michael

-Se ve que no estaba bien, que últimamente estaba muy pálido.

Eso me dijo el taxista anoche, cuando de camino a casa le pregunté que si se había muerto Michael Jackson. La noticia me pilló en un bar de funky, hip hop y música negra y tanto yo como E. pensamos que habían dicho que se había muerto como excusa para poner dos canciones seguidas, «Thriller» y «Beat it». Pero, ¿morirse Michael Jackson? No, lo suyo es ir de mutación en mutación, zarandear bebés indefensos en el balcón, comprar absurdeces para llenar su Xanadú particular, padecer alguna enfermedad insólita (o no), casarse con la hija de Presley o irse de charities con Liz Taylor. Vamos, que por alguna razón yo pensaba que Michael no era de los que se morían, y menos de algo tan poco historiado y excéntrico como un ataque al corazón.

Hace algunos años llegué a escribir en un guión (uno de tantos que tengo comiendo polvo en los cajones) que debería haberse muerto hace diez/quince años y se hubiera convertido en una leyenda, ahorrándose así el proceso que le convirtió en un monstruo y en un payaso para esa cosa tan resbaladiza y fatua que es la opinión pública. A Kurt Cobain le fue de maravilla.

Pero me equivoqué. El talento y la influencia de Jackson son tan enormes que se han comido todas sus rarezas (acusaciones de abuso a menores incluidas) y se ha convertido, en cuestión de segundos, en una leyenda global. Ha pasado de ser un mito lamentable en vida a una gran pérdida, un icono irremplazable. Así de injusto es todo. Para que te perdonen la vida, te tienes que morir.

Creo que si me ha sorprendido tanto la muerte de Jackson es porque desde que tengo uso de razón, su música y su forma de bailar siempre ha estado ahí. El «Dangerous» fue el primer CD que me compré. Mi padre me llevó a ver «Moonwalker». Fue lo primero que le eché de comer al Ipod cuando me compré uno. Es cierto que he pasado bastante de sus últimos discos, pero me compré el «Thriller» en su edición de vigesimoquinto aniversario, al igual que la reedición del «Bad», y lo disfruté muchísimo.

Sus movimientos, su forma de bailar, eran como de otro planeta. Así se distingue la genialidad: por crear mundos nuevos, mundos que no se parecen a nada salvo a sí mismos. Quizá esté mejor muerto, pero yo lo siento muchísimo. No sé en qué mundo vivimos que permite que Michael Jackson se muera, así, de repente, tan de repente que parece una broma.

Y tú se lo preguntas al taxista, deseando que te diga que no, que dónde has oído semejante chorrada.

Más sobre Jackson en el blog del pequeño Uli, pinchando aquí.