Gracias al programa «Clásicos de nuestro cine» en la 2 el otro día vi por primera vez «Mambrú se fue a la guerra», dirigida por Fernando Fernán Gómez, y escrita por Perico Beltrán, uno de los mejores guionistas de España, que firmó además «El extraño viaje» y también era actor. A Beltrán le conocí cuando vino a la Ecam a dar una charla. Vestía con ropas agujereadas y nos pedía a los alumnos cigarrillos y aspirinas.
«Mambrú se fue a la guerra» empieza el mismo día que muere Franco. En un pueblo, la mujer de Emiliano, un republicano que lleva cuarenta años escondido en una cueva debajo de su casa, se lo dice a su marido, le comunica a su familia que su marido está vivo y que ahora por fin pueden sacarle de la cueva.
Sin embargo, tras emerger de las profundidades y volver a ver a su hija (Emma Cohen) y a su yerno (Agustín González) y conocer a sus nietos, su familia se da cuenta de que ahora puede cobrar la pensión de viudedad de todo ese tiempo y cambian su estrategia; el abuelo debe permanecer escondido. A pesar de que todos desean aparentemente que Emiliano pueda pasear por las calles, se dedican a ir comprando todo lo que la pensión de viudedad les permite para mejorar su vida a cambio de que el abuelo siga en la cueva, intentando entender qué sucede, haciendo remedios (porque era boticario además de músico del ejército republicano), y dialogando con un retrato de Manuel Azaña.
Como afirma Carlos F. Heredero, la película habla de la realidad de muchos hombres que, oficialmente muertos, se escondieron para evitar ser represaliados por el gobierno franquista, hecho que sucedió frecuentemente en el ámbito rural. Según afirma el historiador del cine en la presentación de la película, «A pesar de que la película sucede tras la muerte de Franco, en realidad termina proyectando una imagen extremadamente crítica de la sociedad de España de los 80, es decir, de la España en la que se hace la película. (…) Termina siendo una metáfora muy crítica y muy dura sobre los valores que sustentaban la falsamente próspera sociedad española de los años 80.»
Viendo cómo la familia va prosperando materialmente a costa de mantener encerrado y oculto al abuelo se hace inevitable pensar en las dificultades de la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, aprobada en 2007 en el gobierno de Zapatero y abandonada posteriormente por el de Rajoy en 2013 y 2014 al quedar fuera de los presupuestos. Por desgracia, el tema sigue siendo vigente. Ejemplos como el ninguneo a las asociaciones de los republicanos que sobrevivieron al campo de concentración de Mauthausen, que fueron liberados hace 70 años, evidencian el desdén de nuestras autoridades por las víctimas, por los desaparecidos y los represaliados. Otro tema que parece no agotarse nunca son las críticas incesantes al cine español por producir películas cuya temática esté relacionada de forma directa o indirecta con la guerra civil. ¿No es acaso eso una manera de mantener oculto a Emiliano en la cueva?
La conclusión positiva que sería deseable de este mirar hacia otro lado debería haber sido la reconciliación o la naturalización de la vida política en España, 30 años después del estreno de «Mambrú…» En la película, la nieta mayor de Emiliano se enamora del hijo del alcalde (del bando nacional, lógicamente) y la grieta entre ambos bandos les dificulta vivir su amor. Así, planteaban Beltrán y Fernán Gómez el deseo de que en el futuro las nuevas generaciones pudieran vivir libres de la carga del pasado. No hace falta ser analista político para darse cuenta de que el frentismo y las trincheras políticas siguen más abiertas que nunca.
Según progresa en el metraje de la película se anticipa inevitablemente, con una mezcla de expectación y temor, el momento en el que Emiliano saldrá a la luz. Acaba paseándose de noche por el pueblo desierto, tocando el tambor, suplicando a sus vecinos que digan su nombre, tratado como un marginado social y despreciado por su propia familia. Es un momento de una gran ternura que refleja, de manera visionaria, el olvido a los damnificados de nuestra historia más reciente. Por supuesto, en ambos bandos, pero sin olvidar quién usurpó la legalidad en 1936 y abocó al país a una dictadura que duró cuarenta años. A lo mejor la falta de entendimiento del presente tiene que ver con la falta de reconocimiento y empatía con las víctimas de nuestro pasado.