El corazón del Temple

A veces la realidad alberga relatos dignos de la más trabajada de las ficciones. Por eso no me resisto a compartir con vosotros una historia con la que me he topado casi por accidente. Muchos de vosotros ya la conoceréis.

Se trata de la historia del corazón de un niño, Luis Carlos de Borbón Habsburgo-Lorena, hijo de Luis XVI y María Antonieta, nacido en 1785 y llamado a ser Luis XVII, el adorable nene que veis en el retrato. Con sólo seis años fue encarcelado junto a su familia en la prisión del Temple. El pequeño fue condenado por ser el Delfín de Francia y luego por ser rey cuando su padre fue guillotinado el 21 de enero de 1793.

En 1795 se dijo que el niño había desaparecido y por tanto, había logrado salvarse de una muerte segura; se habría evadido, y habría vivido oculto bajo una identidad falsa. Los supuestos delfines de Francia proliferaban como setas en todos los puntos del globo. Mientras, otros aseguraban que había muerto de tuberculosis en la cárcel del Temple, al tiempo que los contrarrevolucionarios proclamaban al Delfín nuevo rey con el ordinal de Luis XVII.

¿Había logrado salvarse?

Muchas personas testimoniaron ser el auténtico Luis XVII a lo largo de los últimos dos siglos. Estas son algunas personas que se reconocieron como tal: Pierre Bienoit, Charles Guilleaume Naundorff, André Castelot o el Barón de Richemont.

Una investigación del historiador francés Philippe Delorme y el profesor Brinkmann ofreció la respuesta definitiva a este enigma.

Tras morir Luis de tuberculosis en la prisión de Temple, el cirujano y médico francés Phillippe-Jean Pelletan, consiguió hacerle la autopsia y extrajo su corazón. Metido dentro de un frasco con alcohol etílico lo escondió en su casa, dentro de su amplia biblioteca. El cuerpo del joven Luis fue enterrado en una fosa común del cementerio parisino de Santa Margarita, junto a otros cuerpos, sin señal de que allí reposaran los restos mortales de un rey.
Tras el fallecimiento de Pelletan, el frasco fue requisado por el arzobispado de Paris y guardado dentro de sus dependencias. En 1830 durante la segunda revolución bonapartista, el palacio del arzobispado de Paris fue destruido y de entre sus ruinas, el frasco fue rescatado por el hijo de Pelletan. El corazón de Luis XVII fue cambiando de lugar durante muchos años y pasó por muy diversas manos hasta que fue entregado a Carlos de Borbón, duque de Madrid, que lo guardó en su castillo vienés de Frohsdorf. Durante la Segunda Guerra Mundial, su hija se lo llevó a Italia y las hijas de ésta en 1975 se lo entregaron al duque de Bauffremont, que tiempo después se lo entregó al Cabildo de St. Denis de Paris, donde el corazón fue expuesto sin nombre sobre una capilla del templo. Este es el aspecto del corazón del pequeño Luis XVII:

Los profesores Ernst Brinkmann de la Universidad de Münster (Alemania) y Jean Jacques Cassiman, de la Universidad de Lovaina, fueron los elegidos para realizar las pruebas oportunas para averiguar el ADN del corazón del Temple. Tras un laborioso proceso, en el que cotejaron el material genético del niño con el de un mechón de pelo de Maria Antonieta, y con otros varios restos de familiares vivos y muertos del Delfín, la verdad emergió atravesando doscientos años de leyendas: el corazón, efectivamente, pertenecía al niño Luis XVII, Rey de Francia, que había muerto de tuberculosis en su celda el 8 de Junio de 1795.

Confirmada de una vez por todas su identidad, el órgano pudo por fin dejar de viajar y encontrar una morada definitiva junto a los suyos, en la cripta real de la Catedral de Saint Denis. Allí, el corazón del niño fue enterrado el 8 de Junio de 2004. Actualmente reposa aquí.

En esta ocasión, por tanto, la parte ficticia de la historia surgió como consuelo al hecho terrible -consideraciones políticas aparte- de la muerte de un niño huérfano y enfermo en prisión; también, y de forma mucho menos poética, sirvió a los contrarrevolucionarios para mantener vivo el símbolo de la monarquía. Sea por rechazo a una realidad trágica o por instrumentalización política, la leyenda del pequeño rey fugitivo se expandió por todo el mundo, convirtiéndose a fuerza de ser repetida en la verdad que muchos querían creer.

Y esto me recuerda a ese diálogo de «El Caballero Oscuro»:

Batman: Sometimes the truth isn’t good enough, sometimes people deserve more. Sometimes people deserve to have their faith rewarded…

(A veces la verdad no es suficiente. A veces la gente se merece más. A veces, la gente necesita ver recompensada su fe.)

Para que luego digan que mintiendo no se llega a ninguna parte.

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