007: Cuánto sol Hace

Admito que no he seguido la saga de 007 con demasiado interés, a pesar de que me gusta el cine de acción bien hecho. Ayer, y gracias al empeño de un amigo, vi «Quantum of Solace», dirigida por Marc Forster, y escrita, entre otros, por Paul Haggis. Y me gustó un montón.

«Quantum of Solace» es una peli casi abstracta, muy minimalista. No digo que sea cine de autor, sino que hay poca historia, mucha acción, bastante más estética que contenido. Y que es una experiencia que se percibe más a través de los sentidos que por la comprensión intelectual de la historia, que es bastante vaga, y parece una sucesión de escenas de acción que transcurren en paralelo a un evento (una carrera de caballos en Siena; una ópera en Austria) que culminan en un tercer acto incendiario y algo aleatorio, lleno de tortazos, disparos, navajazos, llamas y oneliners al estilo Bond.

Además «Quantum of Solace» cuenta con un villano ecologista y derrocador de gobiernos aliado con EEUU, lo cual no es moco de pavo, y con la presencia de Fernando Guillén Cuervo haciendo el papel de un militar boliviano.

QOS es un baño para los sentidos.

Sin embargo, lo que más interesante me parece de la Saga Bond es que cada entrega significa una revisión de la modernidad y del estilo: desde aparatos tecnológicos hasta impecables trajes o coches, interiorismo, arquitectura y por supuesto formas de contar visualmente la historia. Ya sólo para los amantes de la belleza eso nos vale. Cada peli de Bond es como una especie de Vogue multidisciplinar en movimiento.

Bueno, y no voy a hablar de lo atractivo que es Craig. A mí no me lo parecía pero después de ver la peli, me rindo, me rindo y me rindo. Le quedan tan bien los trajes hechos a medida como los envoltorios de piel humana, tiene unos ojos alucinantes y una voz increíble. Pero sobre todo tiene carisma. (Al final he hablado de lo atractivo que es, pero sorpresa, no soy de piedra.)

La clase de carisma que te hace patear a un fulano y matarle en dos minutos, abrir su armario para coger una cazadora del pobre desgraciado y que te siente como una tiara de diamantes.

La clase de carisma que te hace no tener que pedir las cosas por favor.

La clase de carisma que te permite decir mucho más con una mirada que con mil palabras.

La clase de carisma que destila alguien que se pelea por cloacas, cúpulas y tejados y después camina erguido como una vela y sin despeinarse.

La clase de carisma con la que llevas unos pantalones blancos y parece que nadie los ha llevado antes que tú.

Así es cómo me gustaría enfrentarme ante la presencia indistinta de villanos, enemigos, golpes o presencias sugerentes del sexo opuesto: con un aplomo monumental, ropa impecable y flema británica.
El mundo sería mío.