Es difícil describir «Ana», la primera novela para adultos de Roberto Santiago. Esta obra, de 860 páginas, tiene muchos atractivos, como por ejemplo, una trama trepidante, una fascinante descripción de ambientes de los que apenas había leído, un montón de personajes muy interesantes, pero sobre todo para mí su mayor atractivo es el propio personaje principal, Ana.
No quiero destripar mucho la novela. Ana Tramel es una abogada que conoció tiempos mejores, con un presente de ansiedad y adicciones, que se enfrenta a un imperio a sabiendas de que sus fuerzas están mermadas y de que su mayor enemigo es ella misma.
La historia comienza cuando su hermano Alejandro es detenido por el asesinato del director del Casino Gran Castilla, y pronto, Ana se ve inmersa en una espiral repleta de secretos, violencia, caos… a los que hace frente con escasísimos recursos y con la única certeza de que sabe encajar golpes como nadie.
En estas páginas se descubre el mundo del juego y cómo afecta a las vidas de las personas normales, casi siempre a oscuras, casi siempre en secreto. Desde las moquetas de los suntuosos casinos, hasta el humo que flota sobre las partidas ilegales, y se describe con extremada crudeza cómo los adictos al juego se convierten en marionetas de unos amos codiciosos e insaciables. También se viaja al corazón de la justicia, donde Ana, cada vez más debilitada por sus rivales, nunca renuncia a llegar hasta el final, aunque sea a costa de su propia vida, de sus propias energías. Del mismo modo, los ambientes policiales, la investigación sobre el crimen que se atribuye a su hermano Alejandro, también es fruto de una meticulosa investigación que hace que nos metamos aún más en la historia.
Sin embargo, a pesar de su argumento, de su descripción de ambientes, de la tensión de la narración, lo que más me gusta de «Ana» es Ana, un elogio de la imperfección, un retrato del heroísmo de la persona que demuestra que el fracaso es la forja de los rebeldes, que la auténtica valentía nace del miedo más profundo y que, incluso pedaleando sobre el abismo, siempre es posible aguantar y seguir peleando.