Sería Don Ramón Gómez de la Serna. Si estuviera vivo, claro. Ramón fue un escritor original, de esos que decía lo que pensaba con un prisma que fabricaron para él en exclusiva, y le pasó lo que sucede con frecuencia a los que no se casan con nadie: que acaban ignorados por todos. Si metéis su nombre en Google podréis ver que es un gran olvidado. A mí se me hubiera olvidado si Álvaro no me lo hubiera recordado. (Toma pareado burdo.)
Ramón, en un acto de visionario supremo, escribió libros que serían bitácoras platónicas, las bitácoras del mundo de las ideas.
Yo creo que la diferencia entre blogs y bitácoras es la misma que entre dormir y soñar. O entre follar y hacer el amor. Bitácora es una palabra demasiado elegante para algunos blogs. E incluso hay veces que un blogger (o bitacorer) se levanta y escribe con cuerpo de lo uno o de lo otro. Perdón, que me voy del tema. Ramón, indudablemente, escribiría Bitácoras, y en ellas desgranaría el ritmo de sus días y su peculiar forma de ver la vida. Por otro lado, sería una lástima que no acudiera a sus tertulias en el Café Pombo, con sus paredes amarillentas, impregnadas de humo, conversaciones y pensamientos para escribir en un teclado hostil y de plasticorro.
Otra cosa que me gusta de Ramón es que se consideraba un amante de las cosas. En eso también era un materialista anticipado. Seguro que si viviera hoy, además de blogger, tendría un Ipod y un Blackberry. Hace unos años había una exposición sobre él en el MNCARS (el Reina Sofía, en cristiano) y había una reconstrucción del torreón donde escribía. Cuatro paredes de cristal repletas de todo tipo de objetos incongruentes, desde pisapapeles de cristal a extrañas esculturas imposibles, con los muebles forrados de periódicos e ilustraciones. Un horror vacui literario y personal, un mundo donde la realidad se transforma en ramonismo concentrado.
Las greguerías le hicieron célebre, pero son sus textos autobiográficos los que a mí me hicieron «arramonarme» de una vez y para siempre. Me seduce su humor, me pone su talento, me estimula la osadía de no parecerse a nadie ni a nada.
Algunas gotas para curiosos.
«Mis confidencias me aligeran de lastre en mi deseo de ascensión al cielo y a través de mis declaraciones hay una visión cariñosa del mundo y sus pobrezas, pues mi lema es que «vale más tener el corazón alegre que la vida feliz, pues un corazón alegre lo suple todo.» (Prólogo a «Nuevas Páginas de mi Vida.»)
«De los aventureros es el mundo, y yo se lo regalo.»
«Es esta una humanidad que se las pasa esperando que el domingo no llueva.»
«Hay días en que me he salido de la vida.
En mi sueño de anoche se abrían en mis ojos cortinados diferentes que daban a espacios con grises cada vez más claros.»«Primero se ahorra uno las cartas de cumpleaños y después las de pésame.»
«La literatura no es sólo la obra hecha sino la independencia y la dignidad en que se vivió mientras se hacía, manteniéndose insobornable, que es la única condición que nos asemeja a Dios.
Hay que ser ilusionista de la vida y así tener optimismo, que es no querer acogerse a la comodidad del gusano de tierra, que es arrojarse en brazos del pesimismo.
Hay que tener esperanza, que es lo que tira de la vida hacia el porvenir.»
De Automoribundia.
Más fragmentos, aquí.
No puedo estar más de acuerdo. De mi época de estudiante (soy filólogo de hispánicas) creo que hubo dos o tres autores que me marcaron, entre ellos Gómez de la Serna. Ese humor absurdo, que se salía de la realidad fue todo un descubrimiento.
Leyendo el post me he levantado a buscar por las estanterías las «Greguerías» que las tengo desde entonces. Lo bajo para leerme unas cuantas, como: «Un buen escritor no sabe nunca si sabe escribir».
Ya puestos, te recomiendo otro autor transversal que a mi me sorprende continuamente: Joan Brossa. Y «Las ideas liebres» de José Bergamin, va a la zaga.
Besets,
gab
Yo recuerdo un Madrid donde los ramonianos habían constituido una secta del humor literario que corría a raudales desde la sagrada cripta del café Pombo en la calle Carretas.Desde allí pontificaba, urbi et orbi,el pontífice más divertido, el autor de «Los medio seres», función teatral donde los personajes salían ataviados mitad en blanco y mitad en negro, pues lo humano siempre se queda a medias. Recuerdo grafitis de Ramón en las fachadas cercanas a la Puerta del Sol, que hablaban de la vida de las cosas más que de las personas, del fetichismo y de su poder de atracción en un tiempo siniestro.Recuerdo en fin aquella sentencia que decía: «la vida es una cosa tan seria, que hay que tomársela en broma».
Pues yo te aconsejo los cuentos de Monterrosso (si no los conoces aún que seguramente sí) y «El libro de los abrazos» de E. Galeano.