Se llamaba Jane Alice Peters. Nació en Indiana el 6 de Octubre de 1908. Procedente de una buena familia, era esbelta y ágil, y muy buena en los deportes. De ascendencia británica y alemana, poseía un rostro delicado y elegante, con una mirada viva y alegre. El director Allan Dwan la descubrió jugando al béisbol en las calles con doce años. Actuó en más de treinta películas, entre ellas «La Reina de Nueva York», «Al Servicio de las Damas», o «Ser o no ser». Pasó del cine mudo al sonoro sin despeinarse. Estuvo casada con William Powell y Clark Gable. Quiso ser Escarlata O’Hara y no pudo. Encontró la muerte en un accidente de aviación en las montañas de Nevada. Pudo ser y fue Carole Lombard. (Esto me ha quedado muy Carrascal: G-A-B-O, Garbo.)
El otro día estaba en casa y sentí la típica desazón existencial que solo el cine puede curar. Rescaté de los cajones una peli que compré en unos grandes almacenes y que ya casi había olvidado: «Candidata a Millonaria», de Mitchell Leisen, «Hands Across the table» en la versión original. No es una obra maestra ni de lejos (como «Medianoche», también de Leisen) pero las comedias de Estados Unidos en los años treinta inmediatamente te transportan a un universo en blanco y negro, (con el contorno suave como de carboncillo que los años confieren a la imagen) elegante, estilizado, repleto de buen gusto e ingenio, con alegres melodías y actores y actrices tan hermosos y sofisticados como el que mundo que habitan.
Disfruté muchísimo de Lombard y de la sinceridad de su personaje: trabaja de manicura en un hotel de Nueva York y sólo espera poder cazar a un millonario que le dé buena vida. El destino cruza a Fred MacMurray en su camino. Ella piensa (leve espoiler) que se trata por fin del príncipe que esperaba, pero él, un aristócrata arruinado, es un vividor, igual que ella. Este hombre, espejo de sí misma, y ella viven una historia en la que los roles sexuales se invierten; «Candidata a Millonaria» habla sin tapujos sobre el idilio entre el amor y el dinero. Y en 1935. El año anterior había entrado en vigor el código Hays y poco tiempo después, el cine se convertiría rápidamente y por varias décadas (salvo honrosas excepciones) en el dechado de corrección política que todos conocemos. A pesar de sus limitaciones me sentí contenta de haber descubierto una pequeña joya como ésa. Me di cuenta entonces de lo mucho que me gusta Carole Lombard y quise saber algo más de ella.
Luego encontré esta página en la que se cuenta su historia de amor. Se conocieron en un baile en Enero de 1936. ?l acababa de ganar un ?scar por su interpretación en «Sucedió una noche» y ella había realizado «Al servicio de las damas», uno de sus mejores trabajos junto al que era en aquel momento su marido, William Powell. Después, en un baile que se celebró el mes siguiente, Lombard, haciendo honor a su imagen de la artista más chiflada de Hollywood, hizo su entrada en ambulancia, de la que fue apeada en una camilla. (El curioso baile se llamaba, por cierto, «Depresión Nerviosa».) Su gesta ganó el corazón del actor (aunque bien podría haberle ahuyentado para siempre.) Y así empezaron a salir, los dos famosos, los dos jóvenes, los dos casados; Carole le regaló un coche pintado de blanco con corazones rojos y a Gable, a pesar de ser una idea horrible, le encantó. Y se hicieron inseparables. Era el momento en el que Selznick quería a Clark para darle vida a Rhett Butler, pero inicialmente el actor no estaba interesado ya que acababa de interpretar «Parnell», que resultó ser un gran fiasco de época.
Lombard, dotada de un gran sentido del humor, hizo imprimir folletos para repartirlos en la MGM elogiando una buena presentación del filme, pero en China. ??¡No pueden equivocarse 50 millones de chinos!?, decía el mensaje. Gable se puso a las órdenes de Sezlnick pero su amante se quedó con las ganas de levantar en un puño la tierra de Tara.
Su relación era conocida por todos pero no fue hasta que se publicó un artículo de la revista Photoplay titulado «Esposas y esposos no casados de Hollywood» cuando decidieron clarificar su situación. Louis B. Mayer, temiendo que el escándalo afectara a «Lo que el viento se llevó» apremió a la estrella a que pasase por el aro. En medio del rodaje, los dos artistas se casaron, aprovechando unos días libres de Gable, sin decir nada a la prensa; se fueron a Arizona en un cupé azul DeSoto y en las afueras de los Ángeles se detuvieron en una florería. Clark compró dos claveles rojos para el ojal y un ramillete de lilas del valle y rosas de color rosa para Carole. Llegaron a Kingman esa tarde y fueron directamente a la alcaldía para conseguir su acta matrimonial. La pareja se cambió de ropa en la casa del reverendo Kenneth Engel. Carole vistió un sencillo traje de paño gris con un pañuelo de lunares blanco y negro confeccionado por la diseñadora de vestuario Irene, quien diseñó mucho del guardarropa de Carole para las películas. Clark vistió un traje de sarga azul.
En la rectoría de la Primera Iglesia Episcopal Metodista, la señora Engel tocó en el órgano «Aquí viene la novia». Clark, de 38 años, deslizó una argolla de platino en el dedo de su prometida, de 30 años. Antes de que los recién casados partieran, se detuvieron en una oficina de telégrafos local para hacer saber a David Selznick sobre su secreto, enviándole un mensaje de seis palabras. ??Casados esta tarde ?? Carole y Clark?.
Una vez que cruzaron el límite estatal, la fiesta de bodas se efectuó en el Harvey House y luego siguieron hacia la casa de Carole en Bel Air. A la mañana siguiente fueron interrogados en una conferencia de prensa concertada por la MGM y comieron el Brown Derby, uno de los restaurantes favoritos de la pareja. Carole le dijo a Louella que ella planeaba trabajar unos años más y luego tener familia. ??Dejaré a Pa que sea la estrella y yo me quedaré en casa, zurciré calcetines y cuidaré a los niños?. En su primer aniversario, Carole cubrió el vestidor de Clark con satén, tul y flores e hizo un nido en el que depositó un gran huevo con la leyenda «Parnell» garabateado en él.
En enero de 1942, después de protagonizar su última película, «Ser o no ser» Carole se unió a los esfuerzos de la industria del espectáculo para ayudar a financiar la guerra. Al regresar de una gira de exitosas ventas de bonos, Lombard se mató en un accidente de avión en las montañas de Table Rock Mountain. Tenía 34 años y toda una vida por delante para hacer pelis estupendas y para tomarle el pelo a su marido.
El otro día ví «Lo que el viento se llevó» y pensé si la irritante distancia que Gable le muestra a Vivien Leigh hubiera sido idéntica si Escarlata hubiera sido su esposa, Jane Alice Peters, Carole Lombard.
Vaya par de juerguistas, Carole y Clark. Deberían hacer una adaptación de sus vidas al cine pero, ¿qué actores de ahora podrían interpretarlos? Ahí lanzo la pregunta.
Para ella una joven Isabelle Huppert o una joven Kristin Scott Thomas. Y de jóvenes, Diane Kruger. De él, aún tengo que pensarlo. ¿Y tú qué opinas?
Queremos saber más! ¿Cómo lo llevó Clark Gable? ¿Se puso a aullar en cuclillas cobre la W de Hoollywood? Cuenta, cuenta…
Creo que puedo preparar otro post sobre el después, jejejeje. No lo llevó demasiado bien al parecer…