«Dentro de mil millones de años, no habrá tíos ni tías, sólo gilipollas».
Esta frase que dice Renton, el prota de Trainspotting, mientras alza una copa en una discoteca llena de gente, se me ha quedado bien incrustada en el cerebro, y la recuerdo con bastante frecuencia, especialmente cuando salgo por ahí y no acabo de entender qué hemos perdido los seres humanos en las discotecas.
[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=JbPkxg69KAs&hl=en&fs=1]
A veces salgo por ahí, y aunque suelo pasármelo bien, hay días contados en los que me digo a mi misma que no voy a volver a salir, que me voy a encerrar en casa a ver series, que me construiré un refugio antiatómico y que pasaré la crisis echándome sopas en polvo a la boca y haciendo buches con agua (que habré preparado con pastillas potabilizadoras) mientras veo DVDS y leo libros e intento captar alguna emisora con un transistor del año 84.
Pero todo eso es mentira, porque últimamente, y a pesar de que tengo mucho trabajo, salgo bastante. El martes, sin ir más lejos, fui a celebrar una buena noticia con M., y acabamos en un antro de Malasaña charlando con dos tipos de treinta y pocos. Uno era rockerito y gastado, y el otro pulidito y formal. Eran mejores amigos y se complementaban los chistes con la misma pericia que un duo de humoristas profesionales. La verdad es que M. y yo nos reímos un montón, y menos mal, porque éramos cuatro en el bar.
-Mira, tía, -me decía el tal Ramón-, yo me bajo los pantalones y soy como un faro. Me pongo a dar vueltas, ahora lo ves, ahora no lo ves.
Nos invitaron a una ronda.
-Yo es que prefiero una buena conversación a un buen polvo, ¿sabes?- me dijo Ramón, que tenía el don de la palabra.
-Mira tía, yo en el curriculum miento, ¿vale? porque yo no he acabado los estudios, pero luego tengo un saber estar, y valgo para un roto y para un descosido. Que yo me he pasado mucho tiempo currando en la noche, y me he salido, sabes, y llevo cinco años currando de administrativo y ningún problema, tía. Saber estar.
Mientras, su amigo se ponía a su espalda y hacía como que le daba con una manivela.
-A mi tía me dijeron, ¿qué quieres hacer, Ingeniería de Caminos o Ingeniería de Atajos? Y yo, coño, claro, Ingeniería de Atajos.
La lluvia arreciaba fuera y no había forma de salir, así que nos quedamos un rato hablando con ellos y viviendo una noche canallesca.
Sin embargo, ayer estuve en este sitio que me hizo recordar las palabras de Renton y un chico de 23 años, borracho, desagradable, feo, con acné, con pinta de maltratador del futuro, me dijo lo siguiente:
«Prefiero a las chicas que me putean. Porque si una tía te la ligas una noche y te acuestas con ella, dices, ¿con cuántos lo habrá hecho?»
Viéndole yo diría que millones.
«Pero yo si estoy con una tía que me maltrata, te lo digo en serio, me llena mucho más. Bueno, eso para una relación, claro, no para una cosa de una noche».
Así que la filosofía de Proust («Una ausencia, el rechazo a una invitación a cenar, una frialdad sin intención, pueden lograr más que todos los cosméticos y que todos los hermosos vestidos del mundo») encajaba como un guante con la sensibilidad del troglodita etílico de la discoteca de anoche. Yo estaba ahí, escuchándole, pero hubo un momento que me cansé y adopté mi actitud de rubia glacial, que es una fase que suele llegar cuando tengo la certeza de que estaría mejor durmiendo en mi casa. Por fin se fue, diciéndome algo que sonaba un tanto hostil, pero yo me quedé satisfecha, porque sé que cuando una tía le putea, el chico se siente mucho más lleno.
Al llegar a casa al amanecer me estuve riendo con el comentario de Rajoy, «Mañana tengo el coñazo del desfile. En fin, un plan apasionante.» Sí, Mariano, algunos le llaman trabajar.
Hoy es domingo y recuerdo la semana como una cosa extraña que me ha pasado por encima, y oye, he pensado que a lo mejor puedo escribir un poco sobre aquello que me haya llamado la atención, y hacerlo los domingos, que son días que me gustan poco. Quizá así logre extraer alguna conclusión (buena o mala) de ese período de tiempo, y no atravesar los días como las páginas de un libro escrito en un idioma que no conozco. Hoy, por ejemplo, no hay ninguna conclusión, o quiza sí.
Déjame que lo piense.
Cada día nacen miles de gilipollas en el mundo y la cuenta sigue subiendo.