Entrevista, Primer día

Ya hemos concluido el rodaje del corto. Este «hemos» no representa un plural mayestático, sino simplemente algo que algunos directores tienden a olvidar fácilmente: que el cine es un trabajo en equipo. Veo que hablo en el blog de «mi corto» cuando decir «el corto» sería más adecuado. Un trabajo tan duro, que requiere la intervención y la ilusión de tantas personas, no merece ser propiedad de nadie. En este rodaje me he dado cuenta de que lo imprescindibles que eran todas y cada una de esas personas que me dieron su tiempo, su talento y su ilusión. La belleza del trabajo en equipo reside, creo yo, en una corriente de energía que revienta de adrenalina a un montón de seres cansados, maldormidos y estresados. Cuando hay buen ambiente, como lo ha habido en el rodaje del corto, esa energía flota en el aire y creo que es esa fuerza invisible la que provoca que a la gente le enganchen los rodajes, a pesar de lo cansados y estresantes que pueden llegar a ser.

Aparte de este encantamiento colectivo que puede suceder, lógicamente hay momentos que no son tan buenos. Al igual que me sucedió con «La Aventura de Rosa» hubo algún momento en el que pensé «este es el último corto que hago», «en qué fregaos me meto», «Manolete, Manolete…» y cosas así. Al margen de la responsabilidad implícita y de los lógicos nervietes también he disfrutado bastante, he conocido a gente majísima y he tenido ocasión de repetir con algunos, como Alba Alonso o Ignacio Giménez Rico.

Si digo la verdad me he sentido un tanto apabullada ante el despliegue de profesionalidad de todos, por contraste casi me he sentido como una dominguera. Pero bueno, al final creo que he llegado a sentirme cómoda haciendo mi parte, algo para lo que he intentado prepararme muchísimo. Resulta curioso para una persona habituada a escribir en pantuflas verse en la silla de directora de un rodaje con gente como Ignacio y Héctor manejando una Red One encima de una Panther y venga a poner raíles para aquí y para allá, con actorazos como los que he tenido y con Luis Cordero y María Álvarez con sus pinganillos, siempre con la sonrisa en la cara, siempre al pie del cañón, tanto como comprobar por cámara el increíble espacio que creó David Temprano. Para ellos y para sus equipos, para Sandra y Javier, un tremendo y sentido ole, ole y ole. Y gracias, sobre todo.

Y ahora vamos al turrón. El primer día rodamos en casa de mi señora madre, que decía que se iba a ir pero se quedó viendo todo el mogollón, quizá porque sabe mucho de cine, quizá por ver a la nena. Ese día además teníamos que rodar una escena en plena calle, por no liarla muy parda en el Paseo del Prado, se montó la cámara en la casa y se bajó en un furgón a la localización. No sé a vosotros, pero a mí este tipo de cosas me recuerdan al equipo A. Como si en vez de sacar una Red One se fuera a sacar un metralletón o algo así. Juan Díaz pasó mucho frío por culpa de los transeúntes que no podían resistirse a mirar a la cámara. Algunos incluso miran, se dan cuenta de que están molestando e intentan rectificar, como intentando salirse (tarde) del cuadro. Se mueven a un lado y siguen mirando al objetivo. Sí. Dan ganas de matar.

De vuelta a la casa, grabamos más planos, todos ellos sin diálogo, en la cocina, en el dormitorio, en la ventana… Una entrada relajada y un buen prólogo para irnos conociendo para meternos en harina al día siguiente. El sábado 13.

Continuará.

EN BLOGUIONISTAS: DESMONTANDO WALL STREET 2, EL DINERO NUNCA DUERME

La fallida secuela de la mítica Wall Street parece contradecir el espíritu de la original: ??La codicia es buena?. Tanto no puede serlo si a causa de esas ansias de llenar el saco se da una patada en la boca a todos los seguidores del film de 1987 y a cualquiera que pague una entrada por ver este complicado artefacto vacío.

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INVICTUS

En estos días tan deportivos he visto «Invictus», dirigida por Clint Eastwood y basada en el libro «El factor humano» de John Carlin. Me ha gustado mucho. La peli como sabéis trata de la celebración en Sudáfrica del mundial de Rugby en el contexto del primer mandato de Nelson Mandela.

A pesar de que no es una visión en profundidad y se la puede tachar de edulcorada como hace Escrito Por, a mí me gana porque es una historia sobre los símbolos, y sobre la mejor parte del ser humano: la capacidad para tolerar la diferencia, la habilidad para perdonar (encarnada en el mismo Mandela) y sobre el cambio de un país. Me gusta porque sin explosiones, ni  amoríos absurdos, ni objetivos rocambolescos ni grandes clímax deportivos me ha acercado una parte maravillosa de la historia reciente.

Creo que es algo fantástico poder hablar de cosas grandes utilizando elementos concretos y sencillos. Hablar de política y de historia de forma tan clara, con detalles pequeños: un capitán de un equipo de rugby invitado a merendar por su presidente. Dos hombres hablando en un despacho. Ni siquiera los diálogos de François Pienaar (Damon) son muy ocurrentes, ni se nos cuenta qué problemas tiene con su chica, ni si su personaje evoluciona, ni se casca una arenga digna de Julio César en los vestuarios. Es un señor que juega al rugby. También se ve el efecto de las semanas en las que Mandela decide conservar los colores, el himno y la bandera de los Springboks (equipo de Rugby del país, todos blancos salvo uno) para fomentar la unión de las razas de su país en el equipo de guardaespaldas del presidente. Una vez más, con pocas escenas y pocas palabras, se observa el cambio, la progresión de la nueva situación entre las dos razas.

Contar lo grande a través de lo pequeño, he ahí lo que me gusta de verdad. Ya sé que salen estadios a reventar y que eso no es muy pequeño, y es que justo es ese fragmento el que me sobra y el más prescindible del film. El rugby. Por otro lado era un tránsito inevitable al que no se le puede dar suspense (todo el mundo conoce el desenlace del evento) y al final del partido se encuentra el clímax narrativo de la película, un momento emocionante por su magia y su simplicidad: el apretón de manos entre Mandela y Pienaar tras coronarse campeones del mundo. Este es el momento real:

Yo me la juego y digo que ese saludo (en el 07:30 aprox) es la razón de que Eastwood haya rodado la película: sólo para poder mostrar ese momento tan maravilloso.

?ste es el trailer.

Lo que he visto esta semana: Spartacus y En Tierra Hostil

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Pensaba hacer esta entrada simplemente para enlazar a un post sobre las escuelas de guión que hemos hecho Natxo López y yo en bloguionistas, (POD?IS LEERLO PINCHANDO AQUÍ) pero de paso, ya que estoy, hablaré de estas dos obras que he visto recientemente.

«Spartacus, Sangre y Arena» es una serie de gladiadores que pretende seguir la estela de «Gladiator» y sobre todo, de «300». Es la peor basura extranjera que he visto en mucho, mucho tiempo. Es tan mala que parece una parodia del género. Lo único que conserva de 300, aparte de lo mazados que están los muchachos, es el efecto de ralentizar el tiempo. No conté las veces que hacían eso, seguido de un pegotazo de sangre que parecía quedar levitando en la pantalla, pero igual fueron unas cincuenta. Una pesadez, cuánto más lo hacen, más mala parece la serie y más mamarrachos los responsables que se creen que están haciendo algo visualmente sugerente y épico. El prota es muy guapo y tiene una voz fantástica, una pena, porque el resto es increíblemente burdo, no hay otra palabra para describirlo. Las mujeres van peinadas y maquilladas como en la actualidad (parecen los descartes de American Idol) y el lenguaje que emplean también deja bastante que desear. El argumento es una tontada y los fondos son tan pop que parece que por entre los olivos van a aparecer los teletubbies dándose la mano (para acto seguido ponerse a fornicar, otra de las novedades de la serie.) En resumen, un desastre. Que parece que todas las series que vienen de Estados Unidos son fantásticas. Ahora mismo estoy recordando el piloto de Eureka, otra gran basura inaguantable. Vendían seis episodios en el vips a cincuenta céntimos y me parece caro.

Menos mal que sigue habiendo grandes artistas allí, como Kathryn Bigelow. Creo que «En Tierra Hostil» es demasiado minimalista para recibir un ?scar a la mejor película, pero me parece muy buena, por la pureza de la propuesta y del mensaje, y sobre todo por la puesta en escena y la tensión narrativa. Ha habido mucha polémica, Escrito Por decía ayer que estaba sobrevalorada, y que los irakíes no existían. Y yo digo que no es que no existan, es que «The Hurt Locker» está contada desde el punto de vista de los soldados americanos y de la carencia de sentido de la guerra: irse a los confines del mundo, a un lugar completamente ajeno a tí, disparar a un montón de personas sin cara, desactivar una bomba, desactivar otra bomba, sentirse alienado y confundido, para regresar a casa y descubrir que ese tampoco es tu sitio, que en el hogar, en la vida convencional, tampoco hay sentido. Pero al menos en la guerra hay adrenalina, adicción al combate, porque «la guerra es una droga». Técnicamente me parece perfecta, y moralmente irreprochable. Si hablara desde los dos puntos de vista no tendría por qué ser mejor, quizá sería aún más documental de lo que es. No creo que por escoger un punto de vista se convierta en una peli de propaganda, al estilo de otras muchas pelis bélicas repletas de heroísmo. Aquí no hay heroísmo, sino temeridad. Aquí no hay valentía, sino insensatez. Aquí no hay épica, sino aletoriedad: el sinsentido de la guerra. El héroe es un tarado. O al menos así es como la entendí yo. Aunque a la persona con la que la vi tampoco le gustó: «Ocho horas mirando a un moro detrás de una almena».

El guionista es la puta del cine (no lo digo yo)

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…Lo dicen aquí.

El autor de la entrada nos trae el viejo dilema de la autoría de la película. ¿Es del director? ¿Del guionista? ¿Del productor?

Eso me recuerda a mis días de estudiante de cine, cuando esas cuestiones le importaban algo a alguien. Uno de los alumnos de dirección le dijo a una de mis compañeras de guión que los guionistas éramos eso, las putas del cine, o unos tristes, o unos menosmola que diría Ford Fairlane, a lo que mi amiga contestó: «Cállate, X, que hemos visto tus cortos», frase que es, en sí misma, prueba irrefutable del talento como dialoguista de la interfecta. Diez años después de aquel momento, me importa menos que cero quién es el autor de la película en tanto en cuanto me paguen por trabajar en ella. Y así con todo.

Llamadme absurda (¡absurda!) pero creo que la vanidad para un guionista es como unos pendientitos de Tous para alguien que no tiene qué llevarse a la boca: un accesorio tontísimo. (Si tienes qué llevarte a la boca, también lo son, por otro lado.)

La mayoría de los guionistas perdimos la vanidad en una zanja negra y apestosa. Quizá cuando eres aspirante a guionista y no trabajas, y te parece que Robert Towne debería echarte la sacarina en el cortado mientras tú tecleas lo que te van susurrando al oído las musas, entonces tienes vanidad para dar y tomar. Pero en cuanto empiezas a trabajar, la arrogancia está condenada a desaparecer. A fuerza de opiniones demoledoras, audiencias catastróficas, proyectos fallidos, mazazos de toda clase y condición, el que conserva la vanidad intacta es o bien uno de los pocos genios que viven del cine en este país o una persona que no ha trabajado lo suficiente para ver su autoestima convenientemente lacerada.

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Lo curioso de todo el asunto es que estoy bastante de acuerdo con el autor de la entrada cuando dice que un guión es una herramienta y que los buenos guionistas deberían ser flexibles respecto a la transformación de su trabajo, como ya dije aquí.

Sin embargo, hay ciertas frases que me sorprenden por su virulencia.

No le tengo mucho aprecio a los guionistas como profesionales. Ellos deberían dirigir sus guiones, y no venderlos a otros. Así podrían comprobar que dirigir no es tan sencillo.

Probemos a invertir los papeles, a ver qué pasa.

No le tengo mucho aprecio a los directores como profesionales. Ellos deberían escribir sus guiones, y no pedírselos a otros. Así podrían comprobar que escribir no es tan sencillo.

Anda, si es una opinión reversible. Como mi gorro.

Un guionista que no dirige sus propios guiones merece lo que hagan con ellos.

Un guionista a quien le dirigen los guiones es un puto crack. Todo guionista sueña con que le pisoteen un guión y se lo destrocen. Porque eso significa que habrá salido de la cienaga milenaria de los guiones que se pudren en un cajón. Una afirmación igual de chunga pero más certera sería «Un guionista que no vende sus guiones se merece morir de inanición», por ejemplo.

Y si (el guionista) quiere dejar de ser una puta, que coja una cámara y aprenda de objetivos y de actores, y que se deje de lloriquear.

Y yo digo: ¿Qué pasa si no queremos dejar de ser unas putas? ¿Y si nos gusta la esquina? ¿Qué pasa si nos gusta escribir en pijama y en pantuflas? ¿Y si pensamos que «Gran Angular» es una colección de libros? ¿Y si la mera idea de hablar con un actor o actriz guapos nos da mareo y ganas de vomitar? ¿Qué pasa si -hecho que el autor no ha considerado- no nos sentimos capacitados para materializar nuestros textos, pero aún así conservamos un sentido crítico (o cítrico, aún mejor) que utilizamos para OPINAR?

Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Desempeñamos un servicio público. Protegemos a la sociedad de que haya A?N MÁS DIRECTORES escribiendo solos y sin control.

Flashforward (Sin spoilers)

La sorpresa, estos días, va muy cara, al menos en la tele. Por eso me sentí tan feliz cuando ví el primer episodio de «Flashforward». Tanto, que me ví el segundo a continuación. Sólo pienso desgranar aquí la misma información que habréis podido leer en cualquier artículo de prensa sobre su estreno, y aún diré más, puede que no «desgrane» esa información, puede que simplemente la escriba.

La premisa de Flashforward es tan ambiciosa como sencilla. La humanidad sufre un desmayo colectivo que dura poco más de dos minutos. Al despertar, la mayoría de los seres tienen visiones de dónde estarán el 29 de Abril de 2010, en seis meses. Es decir, que han visto un retazo de su futuro. Y, aunque sólo han tenido acceso a un instante, eso condiciona su realidad, y van observando como el futuro se va instalando paulatinamente en el presente. Futuros dramáticos, pero también felices, sorprendentes o inexistentes.

Y eso es lo que me parece magistral (o bueno, igual no me parece magistral, pero bien podría ser «cojonudo») de Flashforward, la transformación, la esclavitud que supone para sus personajes el haber entrevisto el día de mañana. Todos vivimos, en mayor o menor medida, muy condicionados por nuestras experiencias pasadas. Por lo que aprendimos, por los palos que nos llevamos, la experiencia nos hace más libres, pero también nos llena de miedos y de asunciones erróneas. En otras palabras; si no teníamos carga suficiente con el pasado, en esta serie se añade el futuro a nuestro equipaje vital.

Con este argumento, Flashforward se convierte en una habílisima (por no decir que muy buena) propuesta que mezcla géneros, desde el thriller apocalíptico, a la intriga, al melodrama y por supuesto, con grandes dosis de acción. Y por si fuera poco, creo que esta serie es especial porque al margen de entretener, a mí me ha generado algo parecido al desasosiego.

Veremos si en seis meses sigo pensando lo mismo. Prol ha tenido una visión y entre otras cosas, dice que acaba guay.