ALFONSO, EL PRÍNCIPE MALDITO

El próximo miércoles 15 de Septiembre a las 22:00 h se emite en Telecinco «Alfonso, El Príncipe Maldito», producida por Videomedia, dirigida por Álvaro Fernández Armero, interpretada por Jose Luis García Pérez y otros enormes actores y escrita por una servidora. Luego no digáis que no avisé. Aquí el trailer.

ALFONSO, EL PRÍNCIPE MALDITO. from Alikantino on Vimeo.

¿Quién era el Duque de Cádiz?
La miniserie ??Alfonso, el Príncipe Maldito? pretende responder a esta controvertida pregunta.

Un hombre que pudo ser rey. Pero también un hijo de un infante malogrado, sobrino de un monarca ninguneado en el exilio, nieto primogénito del último Rey que hubo en España antes de la República, primo hermano de Juan Carlos de Borbón y Borbón,
marido de la nieta predilecta de Franco, Carmen Martínez-Bordiú. Pero sobre todo, Alfonso de Borbón fue un hombre solitario que anheló tener el hogar que nunca tuvo; fue un padre ejemplar que sólo encontró felicidad en sus hijos, a quienes enseñó sus orígenes, y a quienes pidió expresamente que nunca olvidaran su identidad, su apellido y su posición en la Casa Real de los Borbones.

La vida del que fuera Príncipe de Borbón estuvo marcada por el fracaso y la tragedia. Una maldición que golpeó varias veces su existencia, que parecía predestinada al lujo y a la comodidad. Una maldición que consumió sin piedad el tiempo de un hombre que, de haberse escrito la historia con otros colores, podría ser ahora el Rey de todos los españoles.

VENDEDORES DE ILUSIONES

Publicado antes en Bloguionistas

Llevo cierto tiempo trabajando en la creación de nuevas series en lo que podríamos llamar cariñosamente Development Hell, Development??s Kitchen, o Arrested Development. Es que un trabajo tan bonito como frustrante, porque es muy difícil dar con la formula del éxito.
Como dice William Goldman NADIE SABE NADA, si la gente (ya sean productores, directores o escritores) supiera cómo se fabrica un éxito todo el mundo tendría uno; es muy complicado materializar una serie, al igual que pasarse un tiempo invirtiendo tiempo y esfuerzo en un proyecto que se moverá por las cadenas en un ciclo de dos o tres meses para, en la mayoría de los casos, quedarse en el papel. Esto mismo sucede casi siempre con las películas; es como si lleváramos un año o dos ahorrando y en una noche de casino nos lo jugáramos todo. Podemos ganar, pero estadísticamente es más fácil perder.
En la vida cotidiana de casi todo guionista existe una carpeta, ya sea de cartón, informática o cerebral en la que vamos apuntando todo lo que responde a la etiqueta de ??ideas nuevas?, para una serie, para una película, para cualquier cosa. Nuestra mentalidad creativa nos habla de historias y personajes, y a veces otra parte de nuestra mente, la pragmática, nos puede sugerir elementos que ayuden a vender la serie, como por ejemplo, ser familiar, ser barata, ser reconocible a la par que original, contar con el apoyo de un actor o una actriz que vendan mucho, tocar un tema de actualidad o una tendencia (histórica, fantástica, etc). Pero aún así, la fórmula del éxito sigue siendo esquiva.

El otro día estaba viendo un capítulo de ??The Big Bang Theory? y pensé que quizá había otra forma de pensar en qué es lo que el espectador quiere, como en un ejercicio de ??ingeniería inversa? de todo a cien. Es decir, ¿qué es lo quiero yo como espectador? ¿Qué es lo quiero yo, casi como persona?

Quiero vivir dentro de ??Friends? y de ??The Big Bang Theory?.
Quiero ser joven para siempre, no preocuparme de nada, vivir con mis amigos y tener a mi ?love interest? en la puerta de enfrente.

Quiero ser libre.

Quiero vivir en una nebulosa temporal sin cargas familiares ni problemas demasiado graves.

Quiero estar rodeada de gente que lanza chistes brillantes cada dos frases y que nunca se enfada en serio conmigo.

Quiero estar en un universo en el cual ni la salud ni el dinero parecen condicionar las vidas de las personas.

Quiero vivir la década de los veinte, una y otra vez.

Y entonces pensé, que aparte de buenas historias, buenos personajes, medios de producción suficientes, buenos profesionales y todos esos aditamentos que ayudan a vender y consolidar una serie, quizá la ilusión sea un factor infravalorado.
Puede que el mayor imperativo a la hora de construir esos universos más o menos estables en los que volcamos la ficción (sobre todo en las sitcoms) debiera ser crear un mundo del que nos gustaría formar parte.

Tampoco digo que eso explique el éxito de todas las series, pero creo que este ?ingrediente x? parcialmente sí contribuye al de estas dos que menciono y que a mí me encantan (y al mundo entero.)
Está muy bien vender zapatillas, móviles, escenas de sexo y de violencia pero la ilusión de ser libre, de vivir un amor apasionante, de ser eternamente joven? eso no tiene precio.

Bazinga!!! from erkamaj on Vimeo.

Lo que he visto esta semana: Spartacus y En Tierra Hostil

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Pensaba hacer esta entrada simplemente para enlazar a un post sobre las escuelas de guión que hemos hecho Natxo López y yo en bloguionistas, (POD?IS LEERLO PINCHANDO AQUÍ) pero de paso, ya que estoy, hablaré de estas dos obras que he visto recientemente.

«Spartacus, Sangre y Arena» es una serie de gladiadores que pretende seguir la estela de «Gladiator» y sobre todo, de «300». Es la peor basura extranjera que he visto en mucho, mucho tiempo. Es tan mala que parece una parodia del género. Lo único que conserva de 300, aparte de lo mazados que están los muchachos, es el efecto de ralentizar el tiempo. No conté las veces que hacían eso, seguido de un pegotazo de sangre que parecía quedar levitando en la pantalla, pero igual fueron unas cincuenta. Una pesadez, cuánto más lo hacen, más mala parece la serie y más mamarrachos los responsables que se creen que están haciendo algo visualmente sugerente y épico. El prota es muy guapo y tiene una voz fantástica, una pena, porque el resto es increíblemente burdo, no hay otra palabra para describirlo. Las mujeres van peinadas y maquilladas como en la actualidad (parecen los descartes de American Idol) y el lenguaje que emplean también deja bastante que desear. El argumento es una tontada y los fondos son tan pop que parece que por entre los olivos van a aparecer los teletubbies dándose la mano (para acto seguido ponerse a fornicar, otra de las novedades de la serie.) En resumen, un desastre. Que parece que todas las series que vienen de Estados Unidos son fantásticas. Ahora mismo estoy recordando el piloto de Eureka, otra gran basura inaguantable. Vendían seis episodios en el vips a cincuenta céntimos y me parece caro.

Menos mal que sigue habiendo grandes artistas allí, como Kathryn Bigelow. Creo que «En Tierra Hostil» es demasiado minimalista para recibir un ?scar a la mejor película, pero me parece muy buena, por la pureza de la propuesta y del mensaje, y sobre todo por la puesta en escena y la tensión narrativa. Ha habido mucha polémica, Escrito Por decía ayer que estaba sobrevalorada, y que los irakíes no existían. Y yo digo que no es que no existan, es que «The Hurt Locker» está contada desde el punto de vista de los soldados americanos y de la carencia de sentido de la guerra: irse a los confines del mundo, a un lugar completamente ajeno a tí, disparar a un montón de personas sin cara, desactivar una bomba, desactivar otra bomba, sentirse alienado y confundido, para regresar a casa y descubrir que ese tampoco es tu sitio, que en el hogar, en la vida convencional, tampoco hay sentido. Pero al menos en la guerra hay adrenalina, adicción al combate, porque «la guerra es una droga». Técnicamente me parece perfecta, y moralmente irreprochable. Si hablara desde los dos puntos de vista no tendría por qué ser mejor, quizá sería aún más documental de lo que es. No creo que por escoger un punto de vista se convierta en una peli de propaganda, al estilo de otras muchas pelis bélicas repletas de heroísmo. Aquí no hay heroísmo, sino temeridad. Aquí no hay valentía, sino insensatez. Aquí no hay épica, sino aletoriedad: el sinsentido de la guerra. El héroe es un tarado. O al menos así es como la entendí yo. Aunque a la persona con la que la vi tampoco le gustó: «Ocho horas mirando a un moro detrás de una almena».

No me llamo Ángeles

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El otro día mi amigo Dani me envío un mensaje. «Lo tuyo con los créditos da para escribir un libro. ¡REIVINDÍCATE!» y aquí estoy.

A  pesar de que no tengo un nombre muy extraño (no como Miren Amiano Desnudo o Amparo Loro Raro), desde que empecé con esto de firmar cosas he tenido varias canciones. (Aunque por otro lado, ojalá fueran de ese pelaje los problemas de los guionistas…)

En el caso de «El hombre del saco», el primer corto que coescribí con su director Miguel Ángel Vivas en la Ecam, directamente no había crédito de guionista. Daba la sensación de que el guión se había autoescrito una noche y se había enviado por correo a todos los miembros del equipo. Me puse hecha una hidra, me encaré con el productor, que tras disculparse, me dijo que como el nombre del guionista no estaba en la orden de trabajo, por eso no se habían acordado de ponerlo. Creo que como excusa no sirve ni para el abogado más torpe del tribunal de los Pitufos. Escribí una carta al jefe de estudios, que me dijo que en la copia a DVD se rectificaría. Nunca me molesté en comprobarlo. Sí, la verdad es que antes tenía mucha más energía.

En aquella época, al mismo tiempo, quise rodar y rodé un corto ultra amateur con mi amiga Estíbaliz (ella lo niega, pero estaba allí también) en la misma Ecam. Nos dejaron aparatos y le pregunté a un alumno de dirección si nos permitía utilizar un pequeño decorado que él iba a emplear en su corto. Lo hice con la máxima amabilidad, dejándole un mensaje en su móvil. Al poco me lo encontré en la escalera de la Ecam, muy nervioso, muy de mala leche, diciéndome que «De ninguna manera, Ángeles.» Hubiera comprendido perfectamente que no quisiera (yo tampoco me lo dejaría a mi misma), pero su agresividad me puso a silbar la olla expréss. En ese momento yo alcé mi dedito Bin Laden, hecho que no sucede casi nunca, porque si bien suelo ser bastante educada y tranquila, las malas maneras me sacan de quicio, y señalándole un espacio entre ceja y ceja como si quisiera indicar el destino de una bala le dije: «No me llamo ÁNGELES».

Después pasé mucho tiempo escribiendo (y cuando digo mucho tiempo, creedme, es mucho tiempo) sin que me sirviera para otra cosa que no fuera ganarme la vida, que ya está bien, hasta que llegaron MIR y 18, la serie. En el primer capítulo de 18 que escribí, justo salió una mancheta con autopromoción de la cadena encima de mi nombre. Después, le regalé a alguien la segunda temporada de MIR en la que había participado, y esta vez nos habían tongado a todos: en la caja figuraban los guionistas de la primera temporada.

Esta semana, aunque no son créditos, se han dado algunos datos de «Alfonso, el Príncipe Maldito», la tv movie que he escrito en los últimos meses, cuyo rodaje ha comenzado, y aparezco en algunos sitios como Ángela Fernández Armero. No es que me parezca mal, en serio lo digo, pero si lo que se trata es de ocultar mi identidad, de protegerme de las iras de aquellos que encuentren mi trabajo detestable, debería adoptar un nombre mucho más carismático e impenetrable, como por ejemplo, yo que sé, Burgundófora Smith, nombre muy común en ese pueblo conocido por su afición a los nombres raros: Huerta del Rey.

Sirva esta entrada para reivindicar los derechos de todos aquellos que tenemos la excéntrica afición a ser llamados por nuestro nombre, y como espacio para denunciar los atropellos verbales. ¿Os han llamado Ángeles alguna vez?

El guionista es la puta del cine (no lo digo yo)

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…Lo dicen aquí.

El autor de la entrada nos trae el viejo dilema de la autoría de la película. ¿Es del director? ¿Del guionista? ¿Del productor?

Eso me recuerda a mis días de estudiante de cine, cuando esas cuestiones le importaban algo a alguien. Uno de los alumnos de dirección le dijo a una de mis compañeras de guión que los guionistas éramos eso, las putas del cine, o unos tristes, o unos menosmola que diría Ford Fairlane, a lo que mi amiga contestó: «Cállate, X, que hemos visto tus cortos», frase que es, en sí misma, prueba irrefutable del talento como dialoguista de la interfecta. Diez años después de aquel momento, me importa menos que cero quién es el autor de la película en tanto en cuanto me paguen por trabajar en ella. Y así con todo.

Llamadme absurda (¡absurda!) pero creo que la vanidad para un guionista es como unos pendientitos de Tous para alguien que no tiene qué llevarse a la boca: un accesorio tontísimo. (Si tienes qué llevarte a la boca, también lo son, por otro lado.)

La mayoría de los guionistas perdimos la vanidad en una zanja negra y apestosa. Quizá cuando eres aspirante a guionista y no trabajas, y te parece que Robert Towne debería echarte la sacarina en el cortado mientras tú tecleas lo que te van susurrando al oído las musas, entonces tienes vanidad para dar y tomar. Pero en cuanto empiezas a trabajar, la arrogancia está condenada a desaparecer. A fuerza de opiniones demoledoras, audiencias catastróficas, proyectos fallidos, mazazos de toda clase y condición, el que conserva la vanidad intacta es o bien uno de los pocos genios que viven del cine en este país o una persona que no ha trabajado lo suficiente para ver su autoestima convenientemente lacerada.

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Lo curioso de todo el asunto es que estoy bastante de acuerdo con el autor de la entrada cuando dice que un guión es una herramienta y que los buenos guionistas deberían ser flexibles respecto a la transformación de su trabajo, como ya dije aquí.

Sin embargo, hay ciertas frases que me sorprenden por su virulencia.

No le tengo mucho aprecio a los guionistas como profesionales. Ellos deberían dirigir sus guiones, y no venderlos a otros. Así podrían comprobar que dirigir no es tan sencillo.

Probemos a invertir los papeles, a ver qué pasa.

No le tengo mucho aprecio a los directores como profesionales. Ellos deberían escribir sus guiones, y no pedírselos a otros. Así podrían comprobar que escribir no es tan sencillo.

Anda, si es una opinión reversible. Como mi gorro.

Un guionista que no dirige sus propios guiones merece lo que hagan con ellos.

Un guionista a quien le dirigen los guiones es un puto crack. Todo guionista sueña con que le pisoteen un guión y se lo destrocen. Porque eso significa que habrá salido de la cienaga milenaria de los guiones que se pudren en un cajón. Una afirmación igual de chunga pero más certera sería «Un guionista que no vende sus guiones se merece morir de inanición», por ejemplo.

Y si (el guionista) quiere dejar de ser una puta, que coja una cámara y aprenda de objetivos y de actores, y que se deje de lloriquear.

Y yo digo: ¿Qué pasa si no queremos dejar de ser unas putas? ¿Y si nos gusta la esquina? ¿Qué pasa si nos gusta escribir en pijama y en pantuflas? ¿Y si pensamos que «Gran Angular» es una colección de libros? ¿Y si la mera idea de hablar con un actor o actriz guapos nos da mareo y ganas de vomitar? ¿Qué pasa si -hecho que el autor no ha considerado- no nos sentimos capacitados para materializar nuestros textos, pero aún así conservamos un sentido crítico (o cítrico, aún mejor) que utilizamos para OPINAR?

Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Desempeñamos un servicio público. Protegemos a la sociedad de que haya A?N MÁS DIRECTORES escribiendo solos y sin control.