La competencia con Toy Story 3 ha sido un pequeño gran ¡Zas! En toda la boca para nuestra peli. Así que si sois de esos espectadores que queréis ver una peli tierna, divertida, simpática con grandes actores y con chicas haciéndose pasar por chicos y metiéndose un par de calcetines en la entrepierna para ligarse a alguien… esta es vuestra película, «El Diario de Carlota.» (Lo mejor de la foto de arriba es la cara de «te voy a comer empezando por el hombro de la chaqueta» que tiene la rubia de atrás.)
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Todo lo que sé sobre El Diario de Carlota
Puse unas fotos aquí de la peli y un par de personas muy amables se han interesado por saber más cosas. Gracias, Eo, y gracias, Josep. «El Diario de Carlota» es una peli dirigida por José Manuel Carrasco, escrita por Roberto Santiago yo y el director, con un guión basado en «El diario rojo de Carlota», una novela de la escritora catalana Gemma Lienas. Se estrena el 23 de Julio en las mejores salas y es la primera peli que escribo que veo hecha y estrenada. Más adelante en el texto hablaré de mi implicación personal en el tema.
Porque antes hay muchas cosas más de las que hablar. Se rodó el verano pasado en la Ciudad de la Luz de Alicante, con unos actores estupendos y un presupuesto bastante modesto. Los actores creo que están muy bien, y me parecen simplemente maravillosas las interpretaciones de Luis Callejo y David Castillo. La película me parece muy divertida y muy tierna. Aparte del humor, Carrasco ha sabido encontrar un calor en las relaciones familiares que quiero pensar que estaba apuntado en el guión, pero él ha sabido potenciarlo mucho. Creo que la peli se beneficia de los sentimientos que José Manuel ha volcado en la pantalla.
La novela de Gemma Lienas es sobre todo un manual sobre la iniciación al sexo, contado por una jovencita llamada Carlota, que tiene sus propias tribulaciones emocionales. La novela, al igual que la película, huye de los lugares comunes y de las rijosidades que suelen acompañar a las pelis adolescentes. En cambio, no huye de hablar de las prácticas sexuales más comunes de forma abierta y sencilla. Hay bastantes diferencias entre la novela y la película, pero creo que el espíritu positivo y naturalista es el mismo. Todavía no hay trailer, que en cuanto lo haya lo pondré, pero sí unas imágenes en forma de videoclip, son éstas:
La cosa para mí es que empecé a escribir este guión en 2004, empecé a escribir guiones profesionalmente en el año 2000, y diez años después por fin he visto una copia terminada de esta peli, de la primera peli rodada a partir de un guión en el que yo haya participado. No sé si esto os parece digno de celebrar o no, para mí es algo fantástico, si bien reconozco que ha sido mucho tiempo y que en más de una ocasión me sentí objeto de una conspiración. Afortunadamente, aparte de las largas esperas del cine, también he tenido otras satisfacciones, como dirigir mi corto y escribir en series de televisión, medio que me parece injustamente infravalorado. «No poner todos los huevos en la misma cesta» es el mejor consejo que le podría dar a cualquiera, y ya no profesionalmente, sino en la vida.
No intento ponerme de ejemplo, ni protagonizar historias de miedo para atemorizar a los aspirantes a guionista. Yo considero que me va muy bien y que he trabajado en proyectos que me han hecho muy feliz, como esta peli. Simplemente, creo que está bien que alguien que quiera dedicarse a esto conozca que se pueden tardar seis años en levantar una película, eso si se tiene suerte y se consigue. Que todo se hace esperar mucho y que en ocasiones la lógica brilla en el funcionamiento (aparente) de las cosas. Que hay que escribir si a uno le gusta, no pensando en el dinero ni en la vanidad de ver nuestro nombre en ningún sitio, ni en ir a fiestas, obtener privilegios ni conocer a gente famosa. En la vida cotidiana de un guionista, o por lo menos en la mía, hay muy poco de eso. Lo más excéntrico que he hecho últimamente es comprar papaya en la sección gourmet del súper.
Y sobre todo, hay que saber agradecer la suerte. Estoy feliz por la peli que ha resultado de nuestro guión y estoy feliz porque por fin se estrena.
El resto lo pone el espectador y su decisión es la que cuenta.
No me llamo Ángeles
El otro día mi amigo Dani me envío un mensaje. «Lo tuyo con los créditos da para escribir un libro. ¡REIVINDÍCATE!» y aquí estoy.
A pesar de que no tengo un nombre muy extraño (no como Miren Amiano Desnudo o Amparo Loro Raro), desde que empecé con esto de firmar cosas he tenido varias canciones. (Aunque por otro lado, ojalá fueran de ese pelaje los problemas de los guionistas…)
En el caso de «El hombre del saco», el primer corto que coescribí con su director Miguel Ángel Vivas en la Ecam, directamente no había crédito de guionista. Daba la sensación de que el guión se había autoescrito una noche y se había enviado por correo a todos los miembros del equipo. Me puse hecha una hidra, me encaré con el productor, que tras disculparse, me dijo que como el nombre del guionista no estaba en la orden de trabajo, por eso no se habían acordado de ponerlo. Creo que como excusa no sirve ni para el abogado más torpe del tribunal de los Pitufos. Escribí una carta al jefe de estudios, que me dijo que en la copia a DVD se rectificaría. Nunca me molesté en comprobarlo. Sí, la verdad es que antes tenía mucha más energía.
En aquella época, al mismo tiempo, quise rodar y rodé un corto ultra amateur con mi amiga Estíbaliz (ella lo niega, pero estaba allí también) en la misma Ecam. Nos dejaron aparatos y le pregunté a un alumno de dirección si nos permitía utilizar un pequeño decorado que él iba a emplear en su corto. Lo hice con la máxima amabilidad, dejándole un mensaje en su móvil. Al poco me lo encontré en la escalera de la Ecam, muy nervioso, muy de mala leche, diciéndome que «De ninguna manera, Ángeles.» Hubiera comprendido perfectamente que no quisiera (yo tampoco me lo dejaría a mi misma), pero su agresividad me puso a silbar la olla expréss. En ese momento yo alcé mi dedito Bin Laden, hecho que no sucede casi nunca, porque si bien suelo ser bastante educada y tranquila, las malas maneras me sacan de quicio, y señalándole un espacio entre ceja y ceja como si quisiera indicar el destino de una bala le dije: «No me llamo ÁNGELES».
Después pasé mucho tiempo escribiendo (y cuando digo mucho tiempo, creedme, es mucho tiempo) sin que me sirviera para otra cosa que no fuera ganarme la vida, que ya está bien, hasta que llegaron MIR y 18, la serie. En el primer capítulo de 18 que escribí, justo salió una mancheta con autopromoción de la cadena encima de mi nombre. Después, le regalé a alguien la segunda temporada de MIR en la que había participado, y esta vez nos habían tongado a todos: en la caja figuraban los guionistas de la primera temporada.
Esta semana, aunque no son créditos, se han dado algunos datos de «Alfonso, el Príncipe Maldito», la tv movie que he escrito en los últimos meses, cuyo rodaje ha comenzado, y aparezco en algunos sitios como Ángela Fernández Armero. No es que me parezca mal, en serio lo digo, pero si lo que se trata es de ocultar mi identidad, de protegerme de las iras de aquellos que encuentren mi trabajo detestable, debería adoptar un nombre mucho más carismático e impenetrable, como por ejemplo, yo que sé, Burgundófora Smith, nombre muy común en ese pueblo conocido por su afición a los nombres raros: Huerta del Rey.
Sirva esta entrada para reivindicar los derechos de todos aquellos que tenemos la excéntrica afición a ser llamados por nuestro nombre, y como espacio para denunciar los atropellos verbales. ¿Os han llamado Ángeles alguna vez?
Flashforward (Sin spoilers)
La sorpresa, estos días, va muy cara, al menos en la tele. Por eso me sentí tan feliz cuando ví el primer episodio de «Flashforward». Tanto, que me ví el segundo a continuación. Sólo pienso desgranar aquí la misma información que habréis podido leer en cualquier artículo de prensa sobre su estreno, y aún diré más, puede que no «desgrane» esa información, puede que simplemente la escriba.
La premisa de Flashforward es tan ambiciosa como sencilla. La humanidad sufre un desmayo colectivo que dura poco más de dos minutos. Al despertar, la mayoría de los seres tienen visiones de dónde estarán el 29 de Abril de 2010, en seis meses. Es decir, que han visto un retazo de su futuro. Y, aunque sólo han tenido acceso a un instante, eso condiciona su realidad, y van observando como el futuro se va instalando paulatinamente en el presente. Futuros dramáticos, pero también felices, sorprendentes o inexistentes.
Y eso es lo que me parece magistral (o bueno, igual no me parece magistral, pero bien podría ser «cojonudo») de Flashforward, la transformación, la esclavitud que supone para sus personajes el haber entrevisto el día de mañana. Todos vivimos, en mayor o menor medida, muy condicionados por nuestras experiencias pasadas. Por lo que aprendimos, por los palos que nos llevamos, la experiencia nos hace más libres, pero también nos llena de miedos y de asunciones erróneas. En otras palabras; si no teníamos carga suficiente con el pasado, en esta serie se añade el futuro a nuestro equipaje vital.
Con este argumento, Flashforward se convierte en una habílisima (por no decir que muy buena) propuesta que mezcla géneros, desde el thriller apocalíptico, a la intriga, al melodrama y por supuesto, con grandes dosis de acción. Y por si fuera poco, creo que esta serie es especial porque al margen de entretener, a mí me ha generado algo parecido al desasosiego.
Veremos si en seis meses sigo pensando lo mismo. Prol ha tenido una visión y entre otras cosas, dice que acaba guay.
Costa Rica: El Desenlace
Llamamos a la puerta.
Ahí estábamos, con la escoba palo y la bolsa con los utensilios que nos habían prestado para rescatar la cámara, esperando bajo la lluvia. Los americanos biólogos no abrían. Volvimos a llamar, y nada.
-Les podemos dejar sus cosas y unos dólares bajo la puerta.-Dijo S.O.
-Eso queda muy feo, ¿no?-contesté.
-Mejor que irse por las buenas…
-Ya. A lo mejor han salido.
-Sí, o están follando.
-Pero qué dices, sólo porque dos tíos estén juntos y sin camiseta no significa que…
Entonces oímos unos pasos. Tragué saliva. Detrás de la puerta apareció Jack, las manos envueltas en unos guantes de látex empapados en sangre, blandiendo un cuchillo de buenas dimensiones con el filo empapado en rojo en una mano y una mollejilla asquerosa de algo imprecisable en la otra.
-Hey! Did you get it out?-dijo con una sonrisa que de repente y por motivos obvios se nos antojó bastante siniestra.
-No, we couldn’t…
Jack dijo que era una tristeza. Ese o empezó a explicar cómo habían sido nuestros intentos, pero noté cierto nerviosismo en su tono de voz, lo cual me parecía perfectamente normal, porque yo tampoco estaba como para enhebrar agujas. Entonces escuchamos un ruido seco, seguido de otros iguales, como de algo cortante y sólido golpeando una carne tierna. Era Tom, al fondo, en la cocina, con una pequeña hacha, troceando lo que parecía ser un costillar de vaca, vestido con un delantal sanguinolento -para no variar- encima de su pecho desnudo. Ese o y yo nos miramos con aprensión, mientras Jack nos explicaba que hacían la compra una vez al mes en San José, porque no se fiaban de los comercios de Monteverde; congelaban una vaca, la guardaban en una cámara en la parte de atrás de la casa e iban sacando piezas de vez en cuando, troceándolas más pequeñas para almacenarlas en el congelador de la nevera. Tom se acercó, también sonriente, retirándose los rizos con el dorso de la mano y manchándose la frente de coágulos sin darse cuenta. Al oír por boca de Tom de nuestra falta de éxito, también se mostró empático con nuestra pérdida. Yo me puse a estirar discretamente del impermeable de Ese O, como diciéndole «Venga, tira», cuando él dijo:
-Oh… And there’s other thing.
Jack, con sus guantes y su cuchillo, Tom, con su delantal y sus rizos pegajosos, nos miraban expectantes. Su sonrisa se transformó en una expresión de curiosidad no exenta de una ligera hostilidad.
Yo miré a Ese O, e intenté imaginar qué aspecto tendríamos los dos colgados como dos morcillas en la cámara de los dos biólogos, junto a las vacas y los armians, que fueran lo que fueran, seguro que también se los comían.
-If you ever come to Madrid, please let us know and we will be happy to give you a tour.
La sonrisa volvió a las caras de los americanos, y se deshicieron en elogios y en agradecimientos. Ese O les entregó el palo escoba y la bolsa, y pidió un papel para apuntar nuestros datos por si venían a Madrid.
-Ya pones los tuyos, si eso.-Dije yo.
Jack se quitó los guantes, se limpió en el delantal de Tom y nos dejó un cuaderno. Ví que Ese O escribía lentamente, y admiré su calma chicha hasta que comprendí que tardaba tanto porque se los estaba inventando mientras los iba dejando caer sobre el papel.
-Here you go, dijo Ese o, que como creo que ya he mencionado, tiene mucho mundo.
Los americanos nos dieron las gracias otra vez, y comenzamos nuestro descenso. «Desde arriba no ven el poste ni de coña», dijo él. «¿Seguro que no lo ven?», pregunté yo angustiada. «No sé, Ángela, ¿nos vamos, vale?», yo asentí y los dos empezamos a apretar el paso por la pendiente hacia abajo, las piedrecitas del camino revoloteando bajo nuestros cada vez más rápidos pies. No sé si fui yo o si fue él, el caso es que del paso rápido pasamos a trotar alegremente, y más aún cuando empezamos a oír que los americanos nos llamaban desde arriba, desde la puerta de la casa. «¿Qué coño quieren?» «No sé, tú corre», «Ay, que han visto el poste doblado, te dije que no tenías que hacer eso, ¿te lo dije o no te lo dije?», «Corre y calla», dijo Ese o, mientras Jack, o quizá fuera Tom, seguía gritando, y nosotros pasamos del trote al galope, y cuál no sería nuestro pánico cuando el tío echó a correr detrás de nosotros, a perseguirnos, gritando que parasémos. Entonces nos pusimos a correr como si no hubiera mañana y creo que se me escapó un grito histérico. Pero Ese O recuperó su dignidad, se paró en seco y me puso la mano en el hombro.
-No corras.
-Todo el día «no corras, no corras», ¡¡Tenía que haberme ido a París!! ¡O haberme quedado en casa leyendo «La regenta», joder!
Nos callamos, nos paramos y nos giramos para ver llegar a Jack. Con un hilo de voz, Ese O le dijo a Jack que no le habíamos oído. Jack dijo con una gran sonrisa que debíamos de estar medio sordos, y depositó algo en la mano de Ese O: la linterna de la cabeza, la habíamos metido en la bolsa por error. Le dimos las gracias y nos disculpamos por haberle hecho bajar. Nos deseó buen viaje y le dimos la mano. Seguimos bajando despacito, recuperando el resuello. De vez en cuando nos girábamos para ver si Jack subía, y si él también se giraba, le saludábamos con la mano. Cuando le perdimos de vista, respiramos profundamente.
Recorrimos el resto de la senda hacia abajo en silencio, llenando de aire nuestros pulmones y tranquilizando la carrera de nuestros corazones. Ese o me cogió de la mano, y yo le sonreí. «Eres gilipollas», le dije. «Tu dos por gilipollas», respondió él. Íbamos tan felices y nos sentíamos tan aliviados que no reparamos en lo que había al final del camino:
Un policía apoyado en el poste doblado, al lado de nuestro coche, y su vehículo policial cruzado delante del nuestro. El policía nos miraba con una sonrisa venenosa que te helaba la sangre en las venas.
-Buenos días.-dijo con una voz pastosa- ¿Este coche es de ustedes?
Le dijimos que sí. ?l empezó a decir que no se podía dejar ahí, que la carretera era estrecha y muy peligrosa, con eso de que estaba sin asfaltar, y que nuestro carro era muy voluminoso. Nos excusamos diciendo que habíamos ido un momento a darle algo a unos amigos, unos amigos biólogos que estaban en Costa Rica estudiando los armians, y que no podíamos aparcar en otro sitio. La explicación pareció satisfacerle sólo a medias, aunque eso también era difícil de precisar, ya que estaba bastante borracho y se le iba la vista, mientras seguía apoyado en el poste doblado, mirándonos como una serpiente antes de lanzarse a engullir su presa.
-¿De dónde son ustedes?-preguntó.
-De España.
-Ah, España. Qué gran país. Aparte del latín, ¿qué otros idiomas se hablan allá?
Los dos nos miramos algo alucinados.
-Pues vasco, catalán…-Empezó Ese O.
-Bueno, y algo de español, ese dialectillo-dije yo, ganándome un codazo de ese o en todas las costillas.
-Lindo país. ¿Me permiten sus pasaportes?
Se los permitimos. Con los documentos en la mano, nos hizo una pregunta.
-¿Saben ustedes esa historia de los turistas que dejan su coche donde no deben y la policía les pide unos dólares para no ponerles una multa?
-A mi es que si no me lo dicen en latín…-dije yo, porque soy gilipollas.
-Eeeh…
Hasta el mismo Ese O se había quedado sin palabras. Y entonces ocurrió. El poste, en el que el poli cocido llevaba un buen rato apoyado con todo su peso, cedió por fin y el hombre se cayó al suelo. Nos miramos con una nueva angustia. Abrumado por la ira contra el poste, el policía se levantó y empezó a patear la base del poste, a insultarlo, «Pinche poste soplapingas, te vas a enterar de quién es Alfredo Moreno…» ante nuestra mirada atónita. Después de quedarse a gusto, se detuvo a tomar aire, pero acto seguido, le metió un tremendo patadón, el golpe de gracia, que hizo que el poste se rompiera del todo, cayendo al suelo y dándole en el pie. «Mieeeeeerda, hija de una puta», gritaba el poli, agarrándose el pie con una mano y saltando a la pata coja en círculos como un mono en celo. La tentación de asomarse al interior del poste era tremenda, pero nos mantuvimos quietos, cruzándonos una mirada de entendimiento. El policía dejó de dolerse del pie y de repente vió algo.
-¿Qué es eso que hay ahí bajo?
Nosotros nos encogimos de hombros. El policía metió la mano y sacó la cámara. «Linda cámara, ¿eh?» Los dos asentimos. «Qué cosa. Quién sabe cómo habrá llegado hasta ahí, ¿no es cierto?» «Es cierto, es cierto», contestamos Ese o y yo al unísono. El hombre empezó a manipularla y quiso sacarnos una foto. Al hacerlo, sin embargo, vio una de nuestras fotos en la memoria y nos miró con sorpresa.
-¿Es suya la cámara? ¿Han hecho ustedes esto en el poste?-preguntó con una sagacidad deductiva que nos impresionó muchísimo.
300 dólares más tarde, seguimos nuestro camino con la cámara mojada y llena de arañazos, y lo que es más importante, con la salud intacta y la dignidad un poco mermada. «Qué bien, la hemos recuperado», dije yo con un entusiasmo tan falso como pírrico. «Sí, es genial», dijo él, antes de pedirme que no escribiera nada de esto en el blog. «¿Yo? ¿Por quién me tomas?», contesté.
Así volvimos a la carretera, recorrimos la preciosa región de Guanacaste, haciendo fotos como ésta, hasta llegar a nuestro destino final: una de las playas más hermosas de Costa Rica, Playa Conchal. Nos quitamos los zapatos, y paseamos por la orilla de arena blanca repleta de conchitas y caracolas mientras el sol caía lentamente hacia el mar. Y así, en silencio, encontramos nuestro final feliz, que, como todo el mundo que ha visto suficiente tele sabe, no es ni más ni menos que un nuevo comienzo.
Costa Rica, un serial ecuatorial (III)
Seducida por la impagable ironía de sucumbir a una indigestión causada por palitos de alaska después de permanecer 15 días viviendo al límite en la jungla, me dispongo a continuar con mi narración.
Nos habíamos quedado con mi cámara lanzada al interior de la tierra a través de un poste hueco.
A mí, claro, me dió un ataque de risa.
-No me mires así-le dije a S.O.-a mí tampoco me hace gracia,-dije mientras me partía de risa. S o no decía nada.
-Deberíamos irnos-dije-no creo que podamos recuperarla. Y mira que me fastidia, pero…
-No se puede quedar ahí- dijo ese o- no se puede quedar ahí, afirmó con una determinación que iría creciendo con los minutos.
En estas estábamos cuando llegaron dos jóvenes americanos descamisados de aspecto simpático y cordial y nos vieron venerando el poste con expresión absorta.
-Hey guys, can we help you?-dijeron y nosotros nos miramos como deliberando si deberíamos confesar abiertamente nuestra estupidez a los gringos e intentar salvar la cámara. Les contamos la verdad, y para nuestra sorpresa, en vez de reírse, se dedicaron a pensar en formas de sacar la cámara con nosotros. Uno de ellos, al que llamaremos Jack, le dijo al otro, que llamaremos Tom, que fuera a por la escoba. Allá que fue Tom.
Nos quedamos con Jack, haciendo chistes sobre nuestra grandísima imbecilidad, mientras él nos contaba que estaban estudiando a los armians o algo así, o sea que eran biólogos haciendo su tesis universitaria, o sea que como eran biólogos y llevaban dos meses en Costa Rica, habían decidido que lo más propio era no llevar camiseta. Por cierto que no sabíamos lo que era un armian, pero pusimos cara de que estábamos muy al corriente de los hábitos reproductores de los Armians (que por el nombre yo creo que son mamíferos con brazos. ¿Alguien lo sabe?)
Tom regresó con una linterna, la escoba, perchas y cinta aislante. Enseguida hicimos un palo con la escoba y una rama, con un remate de cinta aislante pegajosa en el extremo, para coger la cámara. Y aquello era casi como Excalibur. Todos probamos suerte.
Pero el tubo era demasiado largo y oscuro, y sólo conseguimos sacar una araña. Así que le añadimos otra rama a nuestra varita mágica, y añadimos más cinta aislante. Los estadounidenses parecían igual de motivados que nosotros y parecíamos científicos locos discutiendo nuevas formas de sacar el objeto mientras metíamos el palo dos metros hacia abajo.
-Con un imán.-Dije yo. (En inglés, porque tengo mucho mundo.)
-No, eso borraría las fotos. Dijo ese o, que tiene más mundo que yo A?N.
-Quizás con un perchero- dijeron los americanos en inglés, porque es lo que mejor se les daba.
Y así pasó media hora. Lo que empezó siendo un reto para macgyvers domingueros se había vuelto una tarea algo agónica. Además teníamos que hacer el check out, así que les dijimos a Jack y Tom que aprovecharíamos para pasar por una ferretería y comprar más cosas como cuerdas, más cinta aislante, ganchitos pegantes, pegamentos y cosas así para intentar sacarlo. Les dimos las gracias encarecidamente y ellos nos dejaron la escoba palo al lado del poste. Ellos subieron a la casa de alquiler en la que se alojaban, siguiendo una pendiente por la senda que la cadena entre los dos postes clausuraba.
Hicimos el check out frenéticamente, pasamos por varias ferreterías cerradas en Monteverde antes de encontrar una abierta, y allí nos hicimos los listillos comprando todo tipo de gadgets para sacar el querido tomavistas. A punto estuve de comprar unas bailarinas de plástico del número 35, de color plateado, pensando que serían utilísimas en conjunción con el palo. Lo malo es que al salir de la tienda estaba lloviendo torrencialmente. Ese o y yo pensamos con tristeza en la cámara fermentando ahí abajo, entre la tierra, las hormigas, las arañas y el agua.
-¿Tú crees que haría la foto con el temporizador?
-Sí, cayendo por el tubo.
Nos reímos.
-La vamos a sacar, ya lo verás- dije yo.- Estoy segura.
Entonces me puse a mascar los diez paquetes de chicle que pensábamos pegar al palo para sacar la cámara, y descubrí cuán desagradable puede ser mascarlos de diez en diez. Pero haríamos lo que fuera, porque me había enviciado a hacer vídeos como éstos y en la cámara los tenía a montones:
Llegamos al lugar de los hechos y Jack y Tom habían colocado una bolsa de plástico protegiendo el interior del tubo de la lluvia, a la que habían amarrado una linterna. También nos habían dejado una especie de ganchos, porque eran súper majetes (ellos, no los ganchos), esa estirpe de estadounidenses a los que entablar conversación, ser amables y ayudar les parece tan natural como respirar. Como caía muchísima agua yo me quedé en el coche mientras ese o intentaba probar de todo bajo la lluvia, con su impermeable y la linterna en la frente, una que habíamos comprado para Tortuguero. Desde utilizar el palo pegándole toda clase de cosas, desde otra cinta aislante, gancho con pegamento de esos que se ponen en los azulejos de los baños, la bola de chicle, pegamento de varios tipos, de todo. Yo salí del coche y me empapé, pasándole más cosas, pero todo era inútil, y cuando le ví escarbando con las manos desnudas alrededor del poste me dí cuenta de que estábamos en el borde de la locura, como unos coroneles Kurtz que se hubieran vuelto locos en las rebajas.
-Vámonos, anda.
-No se puede quedar ahí-dijo Ese o con un convencimiento cerril.
-Ya lo hemos intentado todo, vámonos.
-A tomar por culo. Pienso tumbar el poste con el coche.
-¿QU??
S.O. sacó una correa que amarró a la trasera del vehículo. Y colocó esa misma correa en torno al poste.
-Pero no hagas eso hombre, por Dios.
-A tomar por culo.
No parecía muy sencillo convencerle de que no lo hiciera. Y encima, cada vez que abría el coche, por alguna razón, sonaba el cláxon, y yo visualizaba a los dos americanos bajando con una sonrisa a ver cómo podían ayudarnos (más aún) para ver como dos españoles enajenados intentaban derribar su poste con un cuatro por cuatro.
-No hagas eso, que como bajen, menudo palo.
Pero nadie dijo que ser un macho alfa fuera fácil, así que ese o seguía a lo suyo, empapado de pies a cabeza, disponiendo el arranque del carrou, con su linterna en la cabeza y las manos llenas de barro, y yo empezaba a ver la escena como desde fuera, con una poderosa sensación de irrealidad, deseando que lo que tuviera que pasar, sucediera de una vez. Ese o arrancó el coche mientras yo permanecía mirando al suelo a un lado de la carretera, siguiendo la estrategia animal del «no estoy aquí», solo que sin camuflaje. Pero ese o se bajó diciendo «mierda», y es que el poste, en lugar de tumbarse, se había doblado, arruinando con ello toda nuestra posibilidad de recuperar la cámara.
-¿Qué hacemos?
-Vámonos – dije yo- que como bajen, se va a liar. Aunque son tan majos… qué mal.
Decidimos subir a su casa a confesarnos, disculparnos, darles algo de dinero por si tenían algún problema con el casero. Subimos la cuesta arriba como dos losers, mojándonos. Yo visualizaba todo tipo de reacciones, la lógica del cabreo ante el hecho de oír como dos energúmenos suficientemente retrasados como para poner su cámara con temporizador en un poste hueco doblasen el poste de mi casa de alquiler por las buenas. También imaginé que nos pegaban, y que como estabámos entre hotel y hotel, nadie empezaría pronto a buscarnos, y en cuanto al coche, cogerían las llaves y lo ocultarían en la finca. Nadie sabría que desaparecimos, ni por qué. Y eso sería un alivio.
Por fin coronamos la ascensión de la senda, y llamamos a la puerta.
Continuará.
Y en cuanto a vuestras pesquisas, confieso que me habéis descubierto. S.O. es Shaquille O’ Neal. Este hombre:
Nadie lleva el rosa fucsia como mi ese o.