Bóvedas de acero, de Isaac Asimov
Asimov se sirvió de sus vastos conocimientos sobre el género policiaco para construir una novela en la que los elementos detectivescos se convierten en meras excusas para demostrar que la cinecia ficción puede emplearse en cualquier circunstancia.
Reseñar a Isaac Asimov, además de un honor, un privilegio y un placer, es invitar al lector a recuperar, principalmente, a un escritor magistral que supo, a lo largo de una obra extensa, convertir la ciencia en una herramienta para el entretenimiento. No obstante no sea precisa ninguna presentación previa sobre el artista, es de obligado cumplimiento, por lo menos, incidir en dos cruciales características estilísticas que servirán para explicar su literatura: su pesimismo patológico, traducido en una visión desesperanzadora del hombre y, por lo tanto, de su futuro (tan descorazonadora que le hizo tomar la decisión de no tener hijos con su segunda mujer), y su facilidad (o instinto) para la síntesis, ventaja categórica que le permitía exponer sus ideas con meridiana precisión y claridad, base de su innata capacidad para la divulgación de las complejas teorías que saturan sus obras. Porque, detrás de tanta acción, bajo capas y capas de aventuras sin freno o de historias de ritmo impecable, se ocultan difíciles teoremas y postulados, muchos de ellos claves para el entendimiento de la sociedad y el progreso actual, que sólo su habilidad como narrador logró hacer digeribles al lector medio y pagano.
Distintas teorías cuánticas, los problemas derivados de los viajes interestelares, malthusianismo, bioquímica o robótica (disciplina a la que contribuyó poderosamente), tienen, en sus páginas, respuesta satisfactoria y fiel reflejo. Asimov utilizaba la escritura, en él imperiosa necesidad creativa, como vehículo a través del cual experimentar y reflexionar sobre ciertas inquietudes - que también son dificultades- de su tiempo. Una condición muy remarcable de su estilo es su competencia para construir una ficción científica sólida y creíble soslayando o apuntando apenas, con una pasmosa coloquialidad, conceptos de índole muy específica. Las leyes de la robótica, pilar y epicentro de su producción ficticia, son el ejemplo más clamoroso, y para lo que nos atañe también más útil, de esta aseveración.
Posiblemente, y junto con la psicohistoria (resultado de una visión de la historia basada en el azar y la necesidad), el triple principio que rige las relaciones entre robots y humanos sea la mayor aportación efectuada por el prolífico autor estadounidense a la ciencia ficción. Una contribución prodigiosa e inabarcable, cuya revisión, fruto de una mente compartimentada y matemática, ha terminado por convertir una brillante hipótesis en sublime tesis, perfeccionada a fuerza de estirarla y de señalar contradicciones, inconvenientes y carencias. "Bóvedas de acero" (Bibliópolis), publicada como volumen en 1954 por la editorial Doubleday tras su estreno en la revista Galaxy Science Fiction un año antes, se beneficia poderosamente de este afán revisionista al presentar una curiosa novela negra que, utilizando los esquemas propios del género policiaco, acaba derivando en un completo desafío a los preceptos postulados por vez primera en "Yo, robot" (1951).
Es por esta razón por la que la investigación que rodea la muerte del doctor Sarton en el Enclave Espacial, reducto de los descendientes de los primeros colonos planetarios, adquiere cotas de disyuntiva ética, al plantear el dilema moral de si un robot puede vulnerar la Primera Ley, en la que se prohibe expresamente dañar a un humano, tanto por acción como por inacción, llegando, por ello, al asesinato. Las implicaciones de esta posibilidad confluyen en un debate sobre la humanidad o la humanización de los robots: ¿son simples máquinas?, ¿pueden sentir, odiar o amar como los humanos?, ¿pueden, en circuntancias extremas, imitar sus comportamientos demostrando una iniciativa que no se les supone?. Asimov es pionero a la hora de mostrar, en todas sus consecuencias y ramificaciones, uno de los ejes de la ciencia ficción, el del choque entre lo robótico y lo humano, que no es más que el secular interrogante filosófico del quiénes somos pero en clave futurista. Nos hallamos, en "Bóvedas de acero" con el germen de futuras obras canónicas del género, como "2001: una odisea en el espacio", de Arthur C. Clarke o "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" (más conocida bajo el título de su adaptación cinematográfica, Blade Runner), de Philip K. Dick, novela esta última con la que, además de coyuntura, comparte ideas: en un momento dado, Elijah Baley (protagonista del libro que copará nuestra atención en los párrafos siguientes), obcecado en probar la culpabilidad de su compañero R. Daneel Oliwav, someterá a un duro interrogatorio al doctor Gerrigel, experto en robótica, quien, para desmentir categóricamente su razonamiento, utilizará una máquina que recordará al Voigt Kampff con el cual los cazadores de Replicantes de Dick medían los índices empáticos de sus sospechosos.
Elijah Baley y Daneel Olivaw, pareja imposible, humano y robot, constituyen, intencionadamente, la quintaesencia de la colisión cultural y social que Asimov edifica en su obra: es decir, la del sujeto que se imagina seriamente amenazado por la llegada de un Otro que, a largo plazo va a suplantarle. Intuir en esta dicotomía una crítica a los Estados Unidos de la década de los cincuenta, enfermos de desconfianza y ebrios de paranoia, es llegar al verdadero fin perseguido en "Bóvedas de acero". Pero también, la existencia de esta dupla admite una lectura profundamente literaria: Asimov era un fan recalcitrante de la novela policiaca tradicional (como pone de manifiesto su ingreso en la selecta sociedad "holmesiana" de "Los Irreductibles de Baker Street") debido a las connotaciones intelectuales y científicas que ésta consentía. En sus orígenes, el género surge por el anhelo de las clases burguesas de enfrentarse a un tipo de literatura que, además de entretenerles, les hiciera pensar. Muchos autores, percibiendo el filón, se lanzaron, con mayor y menor fortuna, a desarrollar sus propios enigmas, construyendo acertijos aparentemente irresolubles cuya solución podía estar al alcance del avispado lector que supiese encajar las pistas. Asimov sentía pasión por este "juego", pues no era más que una prolongación lúdica de sus intereses cientificistas.
Intentar averiguar qué condicionó la escritura de Bóvedas de Acero, si Elijah Baley y Daneel Oliwav, o las Leyes de la Robótica, posiblemente sea una pretensión estéril. Lo que sí parece claro es que Asimov se sirvió de sus vastos conocimientos sobre el género policiaco para construir una novela en la que los elementos detectivescos se convierten en meras excusas. Es verdad que nuestro autor sostuvo siempre con ahínco que la ciencia ficción era una categoría que podía emplearse en cualquier circunstancia y para escribir de todo tipo de temáticas; leyendo, sin embargo, "Bóvedas de acero", parecería como si esta afirmación se hiciese extensible, también, a la literatura de detectives. Hay que tener un buen dominio de los recursos de ese género para lograr lo que aspira a hacer Asimov: para empezar, porque Baley y Oliwav posiblemente constituyan el único caso de pareja investigadora que experimente una clara evolución personal y psicológica, esbozada aquí y ya consolidada en los otros dos libros que protagonizarán, "El sol desnudo"(1957) y "Los Robots del Atardeceder" (1983). Baley pasa de recelar y desconfiar por su limitada visión del mundo, a adoptar otra mucho más amplia y abierta, del mismo modo que en Daneel Oliwav, robot especializado en psicología humana, se percibe una ligera transformación fruto de la comprensión emanada de la experiencia. Ambos, representan las dos caras del científico (y del detective): el que descubre la verdad desde el oscurantismo de la ignorancia, trayendo la luz, y el que alcanza un conocimiento que tambalea sus convicciones desde la experimentación.
En segundo lugar, los factores que condicionan el género policiaco devienen en excusas, en simple marco, desde el instante mismo en que Asimov los maneja para seguir tirando del hilo que ya empezó a desenredar en "Fundación" (1951). Con casi toda seguridad, "Bóvedas de acero" nació, como tantas otras obras del escritor, de una carencia y de una laboriosa necesidad de precisión. Acostumbrado como estaba a darle vueltas a las cosas, pudo colegir que ciertos cabos sueltos que debía atar sólo podían soldarse como novela policiaca, suerte de McGuffin literario en el que el cómo y el quién no importaba respecto al dónde o el por qué; dicho de otra manera: Asimov dejó fluir el relato de sucesos mientras iba adornándolo de pequeños detalles que acabarían imponiéndose respecto al particular, creando para el lector un universo plausiblemente complementario al de "Fundación" (muchos de los personajes de "Bóvedas de Acero" tendrán resonancia en el venidero Imperio Galáctico y se considerarán antecedentes de muchas de las aventuras de Hari Seldon). El mayor creador de formas de la ciencia ficción era, además, un lógico acérrimo que sustentaba - como podrá comprobarse en sus deliciosos relatos de Los Viudos Negros, pequeñas veleidades policiacas altamente recomendables- buena parte de sus enmarañadas historias en la concisión más minuciosa. Obtener todo esto en apenas 250 páginas es una gesta que sólo pueden permitirse los más grandes.
Revisar a Asimov es casi tan imprescindible como reeditarlo. Por eso, es conveniente reconocer el inteligente e inmenso mérito que tiene la versión de "Bóvedas de Acero" de la editorial Bibliópolis (con traducción de su responsable, Luis G. Pardo), un sello que se empieza a hacer un hueco entre las grandes del sector, gracias a la inclusión, en su catálogo, de Titanes como el que nos ha ocupado durante estas breves líneas. Ahora que es más asequible que nunca, nadie podrá presumir de ser lector sin haberse acercado a Isaac Asimov.
Labels: Bóvedas de Acero, ciencia ficción, Isaac Asimov, libros