Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Cada uno habla de la Feria…

…según le va en ella, eso dicen.

Así que debe de irme bien, porque siempre me entusiasma la Feria del Libro.

Este año, por primera vez, hemos compartido caseta Antonio Orejudo y yo.

¿Quién nos lo iba a decir, verdad?

A los dieciocho, diecinueve años, Orejudo y yo soñábamos con ser novelistas.

No poetas, ojo, eso nunca, nosotros acabábamos todos los renglones.

Además, ser poeta nos parecía muy fácil, muy elástico, ¡la ley del mínimo esfuerzo!

Para escribir una novela, decíamos, hay que pasar muchísimo rato sentado a la máquina. Un poema se hace en un pispás y luego, el pispás transcurrido y el soneto finiquitado, el poeta puede ducharse, ponerse una camisa limpia y salir a «recorrer la noche» y a chicolear por ahí con mujeres fáciles en una edad difícil.

La vida social de un novelista en cambio está a la cuarta pregunta, siempre tiene que irse más temprano a casa, porque necesita madrugar para «culminar obras maestras».

Uno salía de La Rosa o del Penta y, en cuanto cruzaba la plaza, tenía la certeza de que, nada más cerrarse la puerta, los que se habían quedado, tras soltar una carcajada, acababan de empezar a meterse mano por encima y por debajo de la ropa.

Íbase pues el novelista con la cabeza gacha y las orejas rojas, agraviado, dolorido, repleto de rencor, rumbo a su condenada «obra maestra», con la firme decisión de permanecer sentado hasta culminarla y lanzársela a la cara a tanta chica pizpireta y tanto atolondrado. Escribíamos, también, para vengarnos. Tanto como para salvarnos.

Pero en el ínterin, las novias nos dejaban por imposibles y se iban con los malditos poetas, con tipos que acababan de formar una banda, con el chisgarabís que dizque andaba rodando un corto o con uno que tenía una moto de 250 cc.

Y los novelistas, en pijama, metiendo un folio en el carro de la máquina y tecleando:

CAPÍTULO XII

Bruno abandonó la posada

Vale, formidable, pero  ¿a dónde iba el tal Bruno? ¿Y qué narices hacía en una posada? ¿Acaso no estaba cómodo y por eso la abandona o es que le perseguían? ¿Y quién rayos iba a querer perseguir a un tío que abandona una posada?

Un sin vivir.

Un sin Dios, vaya.

La soledad del escritor de novelas hace indispensable un amigo novelista.

El mío fue entonces y sigue siendo Orejudo. Durante aquellos años, todo lo que fui capaz de aprender sobre novelas lo descubrí gracias a Orejudo. Y lo que fui capaz de escribir, la testarudez que lo hizo posible, la insensata fe en mí mismo; el convencimiento de que sólo se es escritor a solas, ante la Olivetti, pero no en los saraos literarios ni en los bares de la calle San Vicente Ferrer; todo eso lo logré gracias a la amistad de Orejudo.

Lo que más me llama la atención ahora es que, hasta muchos años después, no leí nada escrito por Orejudo (salvo un cuento  y algunos trozos de novela en los que tenían mucho protagonismo unos saharauis y unas manchas de Titanlux rojo en la pared de la casa de una chica que se parecía mucho a nuestra amiga Rosa).

Y sin embargo, desde el primer día, tuve la certeza de que era uno de los grandes novelistas, de los pocos que hay.

Y no me equivocaba.

Pero ¿cómo lo supe? ¿Cómo supe sin leer nada que era tan bueno? Por el corte de pelo? ¿Por la forma de subrayar los libros que me dejaba? ¿Por aquella cazadora de aviador forrada de peluche que solía llevar?

Mirando hacia atrás (sin ira) sólo encuentro una explicación, pero es complicada, la dejamos para otro día.

In illo tempore, soñábamos con publicar una novela… ¡y este sábado estuvimos juntos firmando en el Retiro, acogidos en la hospitalaria caseta de los amigos de la librería Muga!

Hétenos aquí:

 

Cuánto ha llovido desde aquellos días, es decir estos días de la foto que le hice a Orejudo en un viaje a Cáceres:

 

Creo recordar que la mirada reflexiva y soñadora no se debe a que estuviera pergeñando una obra maestra, qué va, sino al efecto contundente de los cuatro  porros que nos fumamos nada más llegar a aquel hotel de Cáceres.

Así empezó para mí la Feria este año, con la alegría y el estupor de firmar con Orejudo.

Fue angustioso.

Cada vez que Orejudo firmaba un libro, el ruido de su rotulador sobre la página me arañaba el corazón. Sentía una necesidad imperiosa de beber cenizas, de masticar vidrio, de dar puñetazos al aire: los libreros me sujetaban y me consolaban; me decían que no me preocupara, que ya firmaría yo también algún libro. Quizá. Más tarde. O quizá no. Pero que no importaba tanto tampoco, si no lo firmaba. Que no era ninguna competición.

Ja.

Ja, ja.

Ja, ja, ja.

Mi única oportunidad llegó cuando se acercó uno de esos visitantes peculiares o con marcada personalidad, que tanto abundan en la Feria.

Cogió un libro de Orejudo, lo miró de arriba a abajo, leyó un par de páginas….

(?se momento es terrible, una sensación parecida a la de un examen: tú estás ahí impávido frente a un tipo que manosea tu libro, va poniendo caras de disgusto o de interés, y el final lo deja, y entonces te dan ganas de llamarle: eh, oiga, en concreto ¿qué es lo que ha visto que le ha disgustado tanto? ¿Le importaría explicarme por qué motivo he suspendido? ¿Por la foto? ¿Por la contraportada? ¿Porque en la página 125 aparece la palabra «arbotante»?)

… y decidió comprarlo dedicado por el autor, pero antes preguntó:

–¿Tú estudiaste Filosofía en la Complutense, verdad?

–No, qué va, Filología en la Autónoma –respondió inocentemente Orejudo.

Acto seguido, sumamente decepcionado, casi con fastidio, el tipo devolvió el libro a su sitio y aseguró que se había confundido.

–¡Yo estudié Filosofía en la Complutense, se lo juro! –me lancé yo, cogiendo al vuelo la oportunidad–. Si quiere le firmo mi libro…

Y así fue como conseguí firmar al menos un libro.

En la Feria siempre puedes confiar en la aparición de tipos así: los que sólo compran libros sobre ornitorrincos (y el único que hay en la caseta resulta que ya lo tienen, encima), los que compran dos ejemplares, uno para cada una de sus cuñadas (inevitable pensar que el tío está liado con ambas cuñadas, aunque parecía una mosquita muerta), el que paga con tarjeta un libro del que se ha encaprichado su mujer y luego hace el chiste: ¡el que sí que está firmando hoy aquí soy yo!

A mí me tocó este primer fin de semana de Feria la señora que preguntó:

–Oiga, ¿usted es de la tele o de la radio?

–Es un escritor –le advirtió el librero.

–Ya, ya –dijo ella, casi ofendida–. Pero ¿escritor de la tele o de la radio?

–De la radio, de la radio –aposté yo de inmediato.

–Ah, ya –dijo decepcionada, y dio media vuelta.

Apuesta perdida.

Aquí estamos Orejudo y yo con el librero de Muga, en Vallecas, viejo amigo ya.

¿Lo más raro que firmé? Un post-it.

Una chica (muy guapa) me pidió que le firmara un post-it amarillo para ponerlo en su nevera.

Así que le dediqué una lista de la compra:

naranjas para zumo

huevos

azúcar

sal

nata montada

URGENTE: besar a

Rafael Reig

Después de las firmas (o no firmas, como suele ser mi caso), la cervecita al sol es de ordenanza:

Aquí estoy con Juan Cerezo, mi editor (de espaldas), Natalia Gil, la jefa de prensa, con gafas de sol, parapetada detrás de Juan,  y José Ovejero, que se sentó enfrente de Orejudo, para crear alarma social y confusión generalizada, porque están hartos de que los lectores les confundan.

–Oye, Ovejero, enhorabuena por el premio –le dicen a Orejudo.

–Orejudo, me encantó Ventajas de viajar en tren –felicitan a Ovejero.

Por la tarde fui a firmar a la Librería Machado, que son amigos de siempre, y me tocó al lado de Ángeles Mastretta, autora a la que admiro desde que leí Arráncame la vida, pero a quien apenas pude saludar porque no paraba de firmar como si estuviera comprando algo a plazos, por lo menos un robot de cocina o el apartamento en Torrevieja o la gloria, nunca se sabe.

El sábado por la noche nos concentramos los plumíferos de la Escudería Tusquets en un restaurante asturiano, capitaneados por la entrenadora,  Beatriz de Moura, y nos dedicamos a conspirar, complotar, maquinar y urdir prodigiosos enredos hasta reventar de risa. No puedo decir, por hombre, las cosas que allí dijeron Orejudo, Eugenio Fuentes, Luis Landero, Juan Cruz, Almudena Grandes, Luis García Montero y otros.

El domingo tenía dolor de cabeza y un sabor metálico en el paladar. Es lo que tienen las conversaciones de tan alto contenido intelectual, no pienses que se trataba de resaca, ni de lejos.

Me fui a firmar a La Marabunta, donde lo pasamos muy bien y me dieron buenos consejos.

–Mucho negocio, lo que se dice mucho negocio, no te estoy trayendo –me disculpé yo.

–Qué va, estamos encantados –dijo el generoso librero–. Si eres un autor de culto.

–Es lo fastidioso de los autores de culto: no vendemos una escoba y encima la gente se trae la merienda, o sea, se traen mis libros de casa para que se los firme.

A mí me encanta ver a una chica sacar del bolso un libro mío, descuajeringado, subrayado, con números de teléfono apuntados en la primera página, y que me pida que se lo firme.

Pero comprendo que los libreros prefieran vender un ejemplar nuevo, qué le vamos a hacer.

A ver si el próximo fin de semana firmo algo.

¿Vendrás por allí?

En ti confío para poder firmar uno más que Orejudo.

Comments (14)

Enriquejunio 4th, 2013 at 13:53

Señor Reig,

¡qué entrañable su crónica de la Feria!(que no la de abril).

Tenga usted por seguro que si por mi fuese le compraría «ese» ejemplar que le permitiría ganar a Orejudo. Por desgracia me encuentro a miles de kilómetros, allí donde se hacen las verdaderas «Crónicas Malayas»(aquí también hay Pantojas y Muñozes). Le propongo algo, si no consigue vender «el libro», guarde «el libro» para mi -autografiado, of course- para cuando vuelva a España. Juro comprárselo. Y vuelvo pronto, así que no tendrá que esperar al dinero mucho tiempo.
Le leo desde hace tiempo, por cierto.

Enrique

Cleajunio 4th, 2013 at 14:02

Gracias por contarnos la feria. Las que somos de provincias te lo agradecemos en el alma. Me encantaría ir a que me firmaras mi libro, espero que alguna vez lo hagas aunque no sea en una feria. Y espero que nos cuentes pronto por qué supiste que Orejudo iba a ser un buen novelista. Era por su melena y sus camisas blancas, o por su aparente seriedad? Kisssss

Maribel Cerezuelajunio 4th, 2013 at 16:41

Hola por la tarde y desde la alpujarra.
Añado lo dicho por el Sr. Enrique, que más que entrañable, está presente en su crónica un ánimo, salero, gracia, humanidad y risa contagiosa. Es usted increíblemente social, y, como siempre, de una generosidad que le emana del alma a borbotones.

Una vez le comenté a un amigo periodista que les conoce a ambos, que siendo los dos novelistas, amigos y con libros de éxito, (a usted le conocí como brillante locuaz columnista y al Sr. Orejudo por una novela que me atrapó), insisto, nunca he admitido que uno sea más brillante que el otro.

Cada uno en su género son ídolos a seguir de muchos jóvenes amantes de la buena literatura. Además y a su favor, es usted mucho más estratega jugando con las palabras que nos llevan a una risa a carcajadas, que el Sr. Orejudo. No tiene más que leer lo que ambos hablan y como lo escriben. Si medimos con un «pluviometrosonrisas» le gana Usted por goleada.

Les deseo muchas firmas en libros «nuevos». Yo sería de las que los tienen subrayados, anotados y escritos. Un abrazo y suerte.
Maribel Cerezuela

rafaelreigjunio 4th, 2013 at 17:13

Gracias a ti por seguir mi retransmisión. Pronto lo contaré aquí y, si no, te lo cuento a ti al oído. Un beso

Juanjunio 4th, 2013 at 17:35

Buenísima crónica. Y la definición de autor de culto, para enmarcar… El jueves compro en la caseta de Muga uno de Orejudo y uno suyo, anda que no…

Unojunio 4th, 2013 at 20:00

Sr. Reig.
Como diría cualquier joven aspirante a escritor que se pasea por la feria dando bandazos de caseta en caseta, «¡qué envida más sana dais, joder!»

rafaelreigjunio 5th, 2013 at 5:17

Muchas gracias, Maribel, y un beso

Microalgojunio 5th, 2013 at 10:22

Cagüen.

Sabe Usted que me pilla lejos.

Pero no tendrá Usted queja de nosotros ¿hein? Que por casa nos firmó casi sus Obras Completas y encima se llevó, de premio, una botella de Cachaça de Pernambuco…

Microalgojunio 5th, 2013 at 10:23

La foto de Orejudo, de joven, es un poema, aunque…

Todo poema, con el tiempo, es una elegía (Jorge Luís Borges: Posesión del Ayer).

rafaelreigjunio 5th, 2013 at 14:01

Ninguna queja, mucho agradecimiento. Y la cachaça la bebimos a vuestra salud, que conste, con gran deleite. Muy cierta y bien traída la cita de Borges. Un abrazo.

Francisco Gorzasjunio 5th, 2013 at 18:14

Cachis la mar…tengo en casa un ejemplar de Esa oscura gente que está pidiendo a gritos una firma, y se me ha pasado que estabas en la feria…!! El año que viene estaré más atento y verás aparecer a un cuarentón con un libro alargado y amarillo de merienda.

Antoniajunio 6th, 2013 at 7:41

¿Qué problemas tienes con las mujeres fáciles en edad difícil, si es que existe tal especie?
¿No te da que pensar de ti mismo, hablar de las mujeres en estos términos?
Ya sé que no, pero por si sirve de algo.

rafaelreigjunio 6th, 2013 at 8:00

Este sábado también estaré en la Feria, Francisco… y si no, el año que viene. Un abrazo

Microalgojunio 6th, 2013 at 13:48

Nada que ver con el tema, pero ya que está Usted por acá (virtualmente) y ya que sabe Usted de estas cosas… hay una duda que me corroe y no encuentro el término, que supe y olvidé (pocas cosas dan más rabia).

¿Cómo se llama la figura estilística por la cual el autor se dirige directamente al lector? Encuentro «apelación», pero no es esa la palabra que trato de recordar.

Si me echa un cable, la próxima cae una de ron de solera. Prometido.

Leave a comment

Your comment