David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Diez años sin Gila

Parece mentira pero llevamos ya 10 años huérfanos de Gila, aquel señor flaco que cogía el teléfono y le preguntaba al enemigo a qué hora iba a atacar. Como otros grandes cómicos, como Buster Keaton, como Chico Marx, Gila no se reía nunca porque sabía que el humor es algo demasiado serio para tomárselo a broma. Aprendió los mecanismos del absurdo a través de una línea telefónica y descubrió el humor negro aquel día de 1938 en que lo pusieron frente a un pelotón de ejecución y lo fusilaron mal. Contra todo pronóstico Gila sobrevivió a la guerra y a la dictadura, a la censura y a la idiotez, porque éste es un país de chapuza, un país de manazas donde ni los asesinos sabían fusilar bien ni los generales mirar por los binoculares ni los bomberos apagar incendios, y además necesitábamos a alguien que nos explicara entre bromas y veras por qué tanto y tanto desastre.

Para celebrar el décimo aniversario de su ausencia, el gobierno ha preparado diversos homenajes, a saber, ha reducido en un 85% los gastos del próximo Día de las Fuerzas Armadas, como en ese número de Gila en que en vez de la Legión desfila la cabra y en vez de tanques va un enano faltón montado en un 600, que no mata pero desmoraliza. También parece cosa de Gila eso de enviar el mismo telegrama de pésame para varios difuntos, con lo cual el presidente casi envía sus condolencias por la muerte del gran escritor mexicano Carlos Fuentes, padre de Artur Mas. Que no se diga que Rajoy no recorta en lecturas, en frases y en papel.

Con todo, el mejor homenaje a Gila viene envuelto en un libro de relatos, Matar en casa, de Jesús Urceloy, un auténtico despliegue de humor amargo, de risas heladas, de ternura feroz y de otros oxímoron con los que aquel señor tocado con un casco nos consolaba de la desgracia de haber nacido en un país tan serio y tan poco serio a la vez. En los cuentos también hay ecos de Azcona y del mejor Berlanga, gente que se dedica a matar en familia, un violinista que pierde las manos y tiene que dedicarse al triángulo, un tío pesado que sobrevive a diversos asesinatos y que por muy lejos que lo entierren siempre se presenta en casa a la hora de cenar.

Sólo en España puede entenderse la historia de alguien que vive entre pingüinos, disfrazado de pingüino, y que insiste en que no, que él es una persona como Dios manda, sólo que un buen día se salvó de un naufragio sólo por ser tonto y saber nadar. Igual que aquel hombre que sobrevivió a un fusilamiento y que llegó a actuar ante Franco vestido de soldado, llamando a nadie por teléfono y haciendo reír a un país que no tiene ni puta gracia.