David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


El llanero multitudinario

Seamos serios, pero poco. Hace tiempo que quiero escribir de Jesús Llano pero no sabría cómo presentárselo a ustedes, mayormente porque este hombre es impresentable. Quienes lo conocen, ya saben de qué hablo, y quienes no, no saben lo que se pierden. Jesús es mi estanquero de guardia,  alguien que concibe el tabaco no ya como un placer sino como una necesidad, una forma de vida, y no me refiero sólo al aspecto económico del asunto.

A Jesús me lo presentó Javier Blanco Urgoiti, el Luca Brasi de la profesión, y como ya iba advertido tuve que corresponder llevando a Alvaro Muñoz, otro elemento de mucho cuidado. Quedamos empatados, que dirían los cubanos, cosa nada fácil con dos tipos de esa envergadura, que son algo así como el Madrid y el Barsa del género humano, lo digo para que se vayan haciendo una idea de la que se les viene encima o debajo.

Jesús Llano tiene un estanco en Madrid, en la calle Cardenal Cisneros, aunque eso es lo de menos, y hace tiempo fue nombrado Hombre Habano del año. Para mí que se quedaron cortos, porque como mínimo le tenían que haber dado un lustro o un decenio. Su anecdotario es largo e inverosímil, como el de Valle-Inclán o el de Churchill, sólo que del de Jesús puedo dar fe porque lo he vivido en primera persona. Un ejemplo: una vez entró en el estanco uno de esos fumadores casuales que sólo ejercen en los toros y le preguntó si un Montecristo de calibre grueso le duraría toda la corrida. Jesús sonrió medio descojonado ya, y largó esta réplica inmortal: ??La corrida y dos polvos más?.

Otro ejemplo: una vez estábamos comiendo cuatro amigos en un bar cercano a su estanco y entró una pobre mujer, una muchacha negra centrifugada por la vida que iba vendiendo pulseras de artesanía. Con ese instinto infalible que sólo insufla la desgracia, la mujer se acercó al mejor ejemplar del local y le colocó una pulsera en la muñeca. Jesús sonrió con esa sonrisa suya que derrite corazones y bragas mientras la muchacha decía: ??Acéptala, hombre, que te va a dar suerte?. Jesús aceptó con una ironía tan afilada como nunca he oído otra, una frase que en cualquier otro hubiese sonado a bofetada pero que en sus labios era una declaración universal de la injusticia del mundo: ??¿Pero la misma suerte que a ti? ¿O distinta??

Jesús tiene un corazón tan grande que no sólo no le cabe en el pecho, como dicen los cursis, sino que hace poco le dio un infarto y él lo invitó a fumar, como si el infarto fuese uno más de los tantos amigos que se pasan cada tanto por sus dominios. Es uno de esos valiosísimos regalos que el azar te concede muy de cuando en cuando, uno de esos amigos que a las buenas hacen de la vida una celebración y a las malas una orgía con la ropa puesta.