David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Educación con hache

 Durante la mili, mientras nos hacíamos hombres, no tardábamos en tropezar con una figura del folklore que creíamos extinguida: el analfabeto. Resulta que en los 80 en España quedaban aún analfabetos, chavales de campo que nunca fueron a la escuela y que se avergonzaban de ello. Algunos nos ofrecimos para enseñarles a leer y a escribir, aprovechando las aulas libres y las tardes de recreo, y con la esperanza de que aquellos chavales aprendieran algo más útil que a destripar terrones. En general, los mandos nunca pusieron pegas salvo este inconveniente genial que pronunció un sargento rascándose la calva: ??¿Y para qué quieren aprender a leer, si yo sé y no leo??

Habría que buscar a este hombre inmediatamente y nombrarlo consigliere de Esperanza Aguirre porque en su razonamiento cuartelero cabe no sólo el futuro programa educativo del PP sino también dos décadas de progresiva analfabetización en que los dos partidos mayoritarios han ido despoblando las aulas y abarrotando los platós de Telecinco, repartiendo orejas de burro en lugar de diplomas. En efecto, ¿para qué querrán nuestros jóvenes aprender a leer si en este país no lee nadie y escribe cualquiera? ¿Para qué iban a querer cargar a cuestas con el arduo fardo de una cultura, si está demostrado que, cuanto más cebollo y más ignorante sea uno, mejor le irá en la vida? Los ejemplos son innumerables y ambivalentes: van de Jesús Gil al Pocero, de aquel jefazo de la Guardia Civil titulado en los mejores burdeles hasta esa asesora de cultura del Ayuntamiento de Madrid que presentó el currículum en lencería fina.

Hoy, gracias al desvelo de nuestros polítcos, ya se ha vencido aquel prurito de pudor que tanto escocía a los analfabetos. Hoy los analfabetos van por ahí contentísimos con haber hecho y deshecho un país a golpe de ladrillo, orgullosos de que algunos compañeros de camada hayan llegado tan alto como para rebuznar en ministerios y consejerías. No hay que olvidar que todo un presidente hablaba inglés con acento de Oso Yogui y que otro todavía sigue pensando que el francés es un idioma. Por eso es mejor gastar el dinero público en carteles de autobombo en lugar de en material escolar, en papeleras que en profesores. La señora Aguirre, que escribe sin acentos por culpa del Wordperfect, no hace más que expresar la nostalgia por aquel imperio que forjaron un puñado de iletrados, cuando en España leían si acaso dos o tres señoritos y el resto destripábamos terrones. Habrá que ver si el libro de Rajoy lo ha escrito en realidad Ana Rosa Quintana.