David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Walter Bonatti

Esta semana murió Walter Bonatti. La noticia me entristeció: de golpe el mundo se ha hecho más pequeño. Bonatti no sólo fue uno de los más grandes alpinistas que han existido (para algunos, el más grande, comparable únicamente a Reinhold Messner), sino un hombre que llevó a las montañas un espíritu de pureza insoslayable.  Era el último aventurero, un místico del piolet, un explorador de los vértices, un viajero en el pleno sentido de la palabra y no en el que se arrogan tantos papanatas equipados en Coronel Tapioca . Hace unos años escribí este texto sobre Bonatti en la revista Desnivel, unas palabras que no valen ni siquiera el gesto de Bonatti para atarse una bota:

En todas las disciplinas ??la música, la literatura, el cine, el ajedrez?? existen genios indiscutibles y fugaces, artistas que nos legan una obra perfecta y luego se retiran bruscamente de la gloria y de la vida pública, a menudo en plena juventud. Sibelius pasó los últimos treinta años de su vida sin escribir una sola nota, hundido en su blanco silencio finlandés, después de haber dejado un incomparable rosario de monolitos sinfónicos. Tras partir la poesía francesa en dos, Rimbaud abominó de la literatura y se dedicó al comercio y al tráfico de armas. Juan Rulfo escribió dos obras maestras y quedó tan satisfecho (o tan acongojado por el triunfo) que no volvió a publicar jamás. Con el mundo a sus pies, Greta Garbo abandonó el cine y buscó refugio en Nueva York, tras unas gafas negras, convirtiéndose en la leyenda más misteriosa del séptimo arte. Y después de destronar a los maestros rusos y ganar el título mundial para los Estados Unidos, Bobby Fisher desapareció de repente, dejando la corona intacta, un trauma en los aficionados, un cisma irreparable en los cimientos del ajedrez. y una estela de gloria que conmovió los tableros para siempre.

En la montaña, Walter Bonatti representa ese mismo espíritu de pureza, de tensión y de perfección implacables, un ejercicio de honestidad tan violento, tan inquebrantable, que desemboca forzosamente en el silencio. El mundo era en exceso mezquino para tolerar más tiempo los ojos de la Garbo o el talento insufrible de Fisher. Un sitio demasiado ruin y pequeño para que Rimbaud o Rulfo publicaran un libro más. Tal vez el mundo, que no se merecía otra sinfonía de Sibelius, no se merezca otra escalada de Bonatti.

En 1965, cuando se despidió del alpinismo de élite para siempre, Walter Bonatti lo hizo a lo grande, como siempre, con la apertura de una nueva vía en la norte del Cervino, en invierno y en solitario. No fue el canto del cisne, sino el cierre de una trayectoria extraordinaria, el adiós anunciado de un hombre que, mediante el tesón, el brío y un sentido ético a prueba de escándalos y aludes, había llevado la escalada más allá de su tiempo, convirtiendo la montaña en un arte. Messner, el hombre de los límites, el compatriota que nunca habló bien de él (ni de nadie), es, en buena medida, un continuador ideológico de Bonatti, un hijo putativo que forzó más aun, en la escalada libre y en los ochomiles, los principios de rapidez, destreza, elegancia y economía de medios que Bonatti había predicado, de palabra y obra, en los Alpes.

Nacido en Bérgamo, en la Italia de cartón piedra del Duce, el pequeño Bonatti se trasladó muy pronto con su familia a Turín. Allí su infancia fue muy dura, marcada por la pobreza y por las dificultades que encontraba su padre para encontrar trabajo Durante la guerra, la miseria y el hambre ??disfrazados de gloria en el circo letal de Mussolini?? llegaron a extremos increíbles. Paradójicamente, Bonatti siempre recordó esas penalidades como un acicate para vivir, una experiencia terrible de la que los supervivientes salían fortalecidos.

Después de la guerra, Bonatti se unió a un grupo de amigos, hambrientos como él, y prácticamente sin recursos, que se llamaban a sí mismos los ??Piel de Oso?, y que solían organizar excursiones a los Dolomitas. Un buen día, uno de ellos animó al recién llegado a que subiera por una pared, y le sugirió que, puesto que llevaba calzado apropiado, fuese el primero de la cordada. En realidad, eran unas viejas botas militares que le venían grandes; pero el novato se agarró a la pared y llegó hasta la primera reunión, donde su improvisado instructor le dijo que lo estaba haciendo muy bien y que siguiera tirando hacia arriba. Desde entonces, Bonatti, no permitió que nadie abriera vía o escalase delante de él, y nunca rompió esta excepción, salvo con su amigo Carlo Mauri.

El joven escalador maduró rápidamente en una serie de expediciones a los Dolomitas y a los Alpes, realizadas en condiciones de extrema pobreza, con cuerdas viejas que se rompían en seguida y que apenas aguantaban su peso. En 1951, una magnífica escalada al Capucino, en compañía de Luciano Ghigo, coloca su nombre en la élite de los jóvenes alpinistas italianos, y en 1954, Ardito Desio lo recluta como uno de los elegidos para reforzar el formidable equipo con que los italianos pretendían doblegar a la ??Montaña de las montañas?, el K2.

Aquella expedición, tal vez la más polémica de la historia del alpinismo, marcaría su carrera y, lo que es peor, su destino. El desprecio y la ignominia con que montañeros, organizadores y periodistas mancharon después su nombre, quedaron grabados a fuego en su memoria, hasta el punto de que, muchos años después, en 1995, Bonatti escribió un libro donde contaba su visión de los hechos: ??K2: historia de un caso?. Los hechos, en apariencia, son muy simples: Bonatti y un porteador, Madhi, acarrearon hasta el último campamento las botellas de oxígeno que los hombres escogidos para el asalto final necesitaban al día siguiente. Pero Lacedelli y Compagnoni montaron las tiendas más arriba de lo acordado, sobre una rampa prácticamente inaccesible, y (como unos señores tranquilamente acomodados en su castillo que no atienden las reclamaciones de un criado díscolo) dijeron a Bonatti que dejara las botellas en el suelo y se fuese. No bajaron a ayudarles, no les abrieron la tienda, no respondieron a aquellos gritos desesperados en la lívida noche del K2. Desio demostró su buen ojo al escoger a aquel joven impetuoso poco menos que como burro de carga: Bonatti y Madhi no sólo transportaron las pesadas botellas hasta los pies de Compagnoni y Lacedelli, sino que, milagrosamente, sobrevivieron a un vivac obligado a más de ocho mil metros de altitud.

A Madhi le amputaron varios dedos de manos y pies, pero Bonatti perdió algo más que la paciencia y la cumbre: perdió la confianza en la bondad de los  hombres. Un sacrificio comprensible (aunque quizá imperdonable) para que la expedición consiguiera el éxito, se convirtió en una abominable campaña de desprestigio a su regreso a Italia. El joven escalador fue acusado de egoísmo y de traición; sus esforzados compañeros, Lacedelli y Compagnoni, llegaron a acusarle de chupar parte del precioso oxígeno durante la noche. Una acusación no sólo rastrera, sino falsa a todas luces, porque ni Madhi ni Bonatti llevaban mascarilla y sin ella mal se puede aspirar oxígeno de una botella.

En 1955, harto de todos y de todo, Bonatti demostraría la verdad al mundo con un milagro: la apertura en solitario del Pilar Oeste del Dru, todo un hito en la historia del montañismo, pero también una penitencia en la que Bonatti expió su dolor y recuperó la confianza en el género humano y en sí mismo. A partir del Dru, con su nombre y su conciencia limpios, Bonatti se convertiría no sólo en el escalador más grande de Italia, como lo había sido Cassin antes de la guerra, sino en una leyenda. El hombre que en 1958, junto a su amigo Carlo Mauri, abrió una vía inverosímil (no conoce repeticiones) en el espolón este del Gasherbrum IV, con pasos de V a casi ocho mil metros de altitud, adelantándose más de diez años a la época de las grandes paredes. El hombre que, en 1961, sobrevivió de puro milagro a una tragedia mítica, la mayor epopeya vivida en los Alpes: la dramática retirada en el Pilar Central del Freney, cuando una tormenta atrapó a dos grupos ??italiano y francés?? a unos largos de la cumbre; una tormenta que duró días, se inauguró con un festival de rayos que empezó matando a uno de los escaladores y dejó otras tres víctimas por el camino antes de que Bonatti, Mazeaud y Galieni lograran escapar con vida de aquella trampa blanca.

  

Poco después, Bonatti colgó el piolet para siempre con la norte del Cervino en solitario. Tenía 35 años y una de las reputaciones más sólidas del alpinismo, pero el mundo encerraba otras bellezas aparte de las montañas. Bonatti decidió conocerlas, viajando a selvas, ríos y desiertos como reportero de la revista ?poca. Hasta que un día descubrió la belleza definitiva, cuando un amigo le contó que una mujer imponente, la actriz Rossana Podestá, había dado su nombre al preguntarle en un programa de televisión qué hombre se llevaría a una isla desierta. Bonatti la llamó, bromeó con ella y le dijo que dentro de unos meses viajaría a Roma; tal vez podrían verse y tomar un café. Rossana aceptó. A los diez minutos, el teléfono volvió a sonar. Era Bonatti una vez más: lo había pensado mejor, viajaría a Roma la semana próxima. Rossana apenas había colgado el auricular cuando Bonatti volvió a llamar y cambió la cita para el día siguiente. Ya no escalaba montañas, pero seguía siendo el mismo joven impetuoso que trazaba una línea en su mente y no paraba hasta hacerla realidad. Al fin y al cabo, aunque Rosana estaba casada, ya había encarnado para la gran pantalla el papel de Helena de Troya. Fue un romance meteórico que desembocó en un matrimonio feliz. Y desde entonces, ninguno de los dos ha bajado de la cumbre.