David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Las apariencias no engañan

Las apariencias engañan pero no tanto. Muchas veces las cosas son exactamente lo que parecen. Por ejemplo, no había más que ver el rostro de Michel Maure, el cirujano plástico detenido por desfigurar a casi cien mujeres, para comprender que ponerse en sus manos era una jugada de alto riesgo. Con un peinado en lonchas y facciones de charcutero, Maure no sólo era un oxímoron estético sino una auténtica garantía de estropicio. Las aparatosas gafas negras que le tapaban media cara ya lo decían todo: ‘Médico, opérate a ti mismo’.

Tras las gafas, Maure ocultaba los ojillos de un niño que ha repetido curso varias veces por culpa de los trabajos manuales. La plastilina se le quedó anclada ahí, en un oscuro trauma de infancia, y terminó por atascar su bisturí. Seguro que estudió en la misma clase que el Joker, el malo de Batman al que alargaron la sonrisa a navajazos. La verdad, hay que ser muy crédula para confiar la erosión de michelines a un tipo que parece el casero de Tony Soprano. Seguramente, en sus folletos de publicidad, prometía rebajarte diez años y un día. Es cierto que la cara no es el espejo del alma, pero es que Michel Maure, más que un espejo, tenía un escaparate.

En verano las apariencias salen a la luz y se desparraman bajo la cincha del bañador. Cuando entramos en un restaurante no hay que mirar sólo si las cucarachas juegan a la comba con los pelos de las gambas, sino también el porte del dueño. Para considerar a Viridiana uno de los mejores restaurantes del mundo, ni siquiera hay que probar ese huevo frito con mousse de boletus edulis y lloviznado de trufa. Basta con ver las arrobas que se gasta Abraham García, que es un cocinero como mandan los cánones, es decir, orondo y feliz. En Viridiana nunca pasaría eso de que un gourmet gorrón se fuese sin pagar la cuenta, porque el tipo, después de cenar, se quedaría encajado en la puerta. En cambio, después de ayunar en El Bulli bien puedes echarle un pulso a Usain Bolt en una carrerita.

La guerra del Caúcaso parece una pelea de matones en el patio de atrás de la escuela y eso es exactamente lo que es. No hay forma de disimular la realidad, por más que Zapatero y su cuadrilla de mariachis se empeñen en maquillar la crisis con una recua de sinónimos. Dicen que la economía española sufre un frenazo, pero el lenguaje tampoco engaña: siempre damos un frenazo antes de pegarnos el hostión. Groucho Marx lo expresó mejor que nadie: ‘Parece un idiota, habla como un idiota y actúa como un idiota, pero no se deje engañar. Es un idiota’.

(Publicado originalmente en El Mundo el sábado 23 de agosto de 2008)