David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Franco pesca atunes

El viernes publiqué en El Mundo una columna y por primera vez recibí una reacción inmediata, un correo electrónico, dirigido a la secretaría del periódico. Lo reproduzco literalmente:

Leo diariamente El Mundo y sus artículos, y se por ellos que es usted rojo y culto y aunque sólo fuese por esto último debería saber que las sentencias de muerte no las firmaba Franco sino los jueces de los Tribunales; Franco solo firmaba indultos. Elemental señor Torres.

Sin embargo es de justicia reconocer que Carrillo y Felipe González tampoco firmaban sentencias de muerte contra las víctimas de Paracuellos y los GAL, sencillamente los asesinaban.

Saludos.

 Debo decir, en mi descargo, que no soy muy culto y tampoco nada rojo, pero sé lo suficiente cómo para apreciar cuando un texto mío da en el blanco. En toda línea de flotación. No hay nada que más fastidie a un fanático (sea franquista, falangista, comunista, nazi o lo que sea) que el hecho de que ridiculicen a uno de sus ídolos. Hay gente que vive en una extraordinaria placidez mental y les jode mucho que les abran los ojos y les recuerden la miseria de las décadas de oprobio, el hambre, las cárceles, los asesinatos, la falta de libertad, ya sea en España, en Ucrania, en Argentina, en Cuba o en Hungría. Mi conclusión es que sí, que Franco sigue pescando atunes después de muerto. Aquí va:

A menudo la historiografía oficial es el intento de reducir la complejidad del pasado a unos cuantos grafiti pintarrajeados sobre la puerta de un váter. Es verdad que a Franco le gustaba pescar atunes y comulgar en misa pero reducir su biografía a la anécdota de un percebeiro regañón y comehostias queda como raro, algo así como si la entrada dedicada a Jack el Destripador en una enciclopedia dijera que fue un modisto de vanguardia al que se le iba un poco la mano. Como rama menor de la literatura fantástica, la Historia necesita de mucha fe, mucha más que las novelas. Por suerte, Luis Suárez es uno de esos cronistas forofos para los que el entusiasmo lo es todo y los hechos poca cosa, uno de esos miopes profesionales capaces de hacer creer que Rocco Siffredi se dedica en realidad al salto con pértiga.

La Historia con mayúsculas suele descarrilar en una novela fallida y sabemos que ciertas novelas albergan verdades donde no llegan los demás libros de la biblioteca. Tolstoi y Dickens nos explican mejor las guerras napoleónicas y el Londres decimonónico que miles de diarios y tablas demográficas, por no hablar de los periódicos de la época. Del mismo modo sabemos que el Franco de los chistes, el general chusquero que dibujó Umbral firmando sentencias de muerte con la mano derecha mientras mojaba churros evangélicamente con la izquierda, es un retrato mucho más veraz y acabado que ese superhéroe africanista patrocinado en un tebeo de Hazañas Bélicas editado en 50 volúmenes y que nos ha costado a los españoles la friolera de 6 millones de euros.

En mi último libro, Punto de fisión, imaginé al Caudillo como una especie de monstruo de Frankenstein inmortal que se desplaza en silla de ruedas por el Pardo y se dedica a cazar jóvenes disidentes para aprovisionarse de órganos. Una gilipollez, sin duda, pero bastante más barata y no más disparatada que la gloriosa hagiografía de un historiador cuyo método básicamente consiste en entrevistar atunes. Por lo general muertos.

Al igual que el Cid, otro excelente ejemplo de propaganda franquista, Franco sigue ganando batallas post mortem. La biografía de Franco cabe en dos o tres adjetivos, y ninguno bueno, así que hay que agradecer el esfuerzo del novelista Luis Suárez por pintar de azul cielo 40 años de crímenes, farsas, opresión y miseria, como si la dictadura de Franco fuese una novela rosa, una versión de El viejo y el mar entre atunes y hostias consagradas, y no una novela de terror con momias, vampiros, licántropos y una pandilla de zombis atrincherados en unos cuantos zulos del PP, unas cuantas fundaciones y unas cuantas academias.