David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Patriotismo de calzón corto

Hace unas semanas, en uno de esos artículos magistrales con los que sacude la prensa mallorquina, escribía Matías Vallés que Chikilicuatre había logrado inspirar patriotismo a un pueblo perdido entre la vergüenza histórica y las boinas periféricas. Pero se equivocaba, porque el fútbol también está ahí para demostrar que los españoles salimos de vez en cuando del armario sólo para animar la camiseta roja y aglomerarnos en los bares a los acordes de un himno que no tendrá letra ni puñetera falta que nos hace.

Ortega habló de la España invertebrada sin contar con que ese insecto de 22 patas que se mueve por el césped es capaz de levantar pasiones más hondas y más instantáneas que la Viagra. Luis Aragonés no habrá estudiado filosofía (para eso es sabio y de Hortaleza), pero la exclusión de Raúl ha soltado más ríos de tinta que la decapitación de Gallardón en las listas del PP. Uno se pregunta si los grandes jerarcas de la derecha no habrán calculado de antemano las fechas para hacer coincidir su congreso con el choque decisivo de la selección en cuartos.

Ese patriotismo de pantalones cortos con que nos vestimos durante la Eurocopa y los Mundiales ha inundado Valencia (ciudad proclive a los petardos festivos) con la esquizofrenia de una celebración que parece apropiarse los colores patrios mientras el gobierno sigue enquistado en esa siesta de donde no la despiertan ni los camiones a bocinazos. Quizá por eso Aznar ha saltado a saludar a los suyos con el empaque de una vieja gloria futbolística cuando su equipo le hace el pasillo: media melena al viento, palmadas a los lados y un apretón de lástima al capitán Rajoy, que hace tiempo que perdió la copa, la recopa, los papeles y hasta los calzones.

Sin embargo, después de todos sus desastres, el PP ha sabido cerrar filas igual que los marines. De hecho, como los marines, ellos están ahí para salvar la democracia, no para practicarla. El congreso lo podían haber resuelto en una mesa de bar, jugando al mus, pero esa traca valenciana proporciona la feliz ilusión de una afición contenta, que quizá les apoyara porque en un momento de alucinación colectiva alcanzaron a creer en un país que iba más allá de un bombo y una camiseta.

Nada más lejos de la realidad. El Politburó valenciano por un lado; la crisis, la huelga y Bibiana por el otro, nos hacen pensar si para la próxima vez no deberíamos elegir entrenador en lugar de presidente. Un sabio de Hortaleza que nos haga soñar antes de despertar con un codazo en plena boca.

(Publicado originalmente en El Mundo el sábado 21 de junio de 2008)