David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Todos los pulpos del presidente

Media España está atenta a las evoluciones prensiles del pulpo Paul; la otra media trabaja. Con el país despedazado, exhausto de calor e hipnotizado ante malabarismos futbolísticos, este pequeño pitoniso submarino se ha convertido en una cuestión de estado. Es lógico que Zapatero y Sebastián se preocupen por el destino de Paul, teniendo en cuenta que la gestión del sabio ministro de Deportes y del gran peluquero de bombillas depende directamente de sus tentáculos.

El pulpo sólo ha fallado una vez desde que empezó en el negocio este de la adivinación, con lo cual mantiene un claro porcentaje de éxitos sobre Aramís Fuster, Paco Porras y otros prestigiosos científicos, no digamos ya sobre Zapatero o Sebastián que no es que no sepan leer el futuro, es que no saben leer ni el periódico. Hay especialistas que aseguran que Paul también había pronosticado con meses de adelanto la crisis financiera mundial, aunque algunos zoólogos restan importancia a esta afirmación objetando que el mundo de la banca se halla muy lejos de los intereses de un cefalópodo: para eso son más fiables cucarachas y ratas.

 Hitler inauguró un Ministerio de Ciencias Ocultas y se pasaba noches enteras echando las cartas y consultando astrólogos. No dio ni una. Puesto que el porvenir es una cosa escurridiza y la futurología una disciplina exclusiva para moluscos de ocho brazos, Zapatero, siempre práctico y ocurrente, ha dedicado todos sus esfuerzos a la adivinación del pasado. Así, gracias a los desvelos de su gabinete, nos hemos enterado que en este país hubo una guerra civil, fusilamientos en las cunetas y hasta un dictador portátil. Aunque la Historia se considera una ciencia exacta, sin embargo sus vaticinios no coinciden con los del equipo de nigromantes de Rajoy, para quien Franco fue fundamentalmente un buen político, tan bondadoso y modesto que hasta permitía que otros seres humanos, a su lado, fuesen más altos. Habrá que llamar al pulpo Paul para que acabe con la división secular entre españoles.

En realidad Sebastián no piensa pedir asilo político para Paul, no porque repatriar un pulpo sea una gilipollez, sino porque el animalito podría quitarle el puesto. Quienes se lamentan de que el fichaje de un pulpo como asesor presidencial supondría una frivolidad política, olvidan que el método electoral no difiere mucho de ese pito pito gorgorito con que Paul escoge a su candidato. Tómense dos urnas, peguen sendas pegatinas del PP y del PSOE, y esperen a que el pobre votante asustado corra a refugiarse en una. Paul tiene la ventaja de que le colocan dentro un mejillón, los votantes de dos brazos nos tenemos que conformar con zanahorias.