David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


El país de irás y no volverás

En un gesto extraordinario viniendo de quien viene, Vladimir Putin se decidió a acompañar al presidente polaco Donald Tusk para reconocer la autoría soviética de una de las mayores carnicerías de la segunda guerra mundial y honrar la memoria de las víctimas del bosque de Katyn. Putin dijo, en palabras casi inverosímiles, que no se puede cambiar el pasado pero sí que se debe aceptar la verdad. En Katyn, por orden directa de Stalin, miles de oficiales polacos rendidos y desarmados fueron asesinados fríamente de un tiro en la nuca.

Más o menos a la misma hora en que se celebraba ese homenaje en un lúgubre bosque ruso, un tribunal español decidía bloquear la investigación del juez Garzón en los crímenes del franquismo. Por estrambóticas y arbitrarias que hayan sido muchas de sus actuaciones, por muchos que hayan sido los deslices en la carrera del superjuez, sorprende que vayan a frenarlo precisamente en el momento en que iba a reabrir la página más negra de nuestra historia. Cierto que hay un tácito pacto de silencio e incluso una sacrosanta ley de Amnistía que hizo posible la Transición, pero precisamente eso es lo que más asco da. ¿Con qué cara mirar ahora al Tribunal de la Haya si uno es español? ¿Con qué legitimidad sentamos en el banquillo a los criminales de guerra de los Balcanes cuando nos seguimos negando a oler nuestra propia mierda?

No estoy hablando del pasado remoto, ni de intentar ganar la guerra civil con 60 años de retraso, ni de volver a echar sal en las heridas abiertas en las cunetas. No estoy hablando de iniciar una competición de masacres, ni de cambiar cromos de muertos, ni siquiera de llamar a declarar a unos cuantos asesinos seniles que aún se pavonean en privado del paseíllo que le dieron a aquel rojo de mierda y de los dos tiros que le pegaron en el culo a aquel poeta maricón. Como dijo Putin, no se puede modificar el pasado pero hay que mirar de frente a la verdad. Y la verdad es que vivimos casi medio siglo en manos de un nibelungo sádico y una cohorte de lameculos homicidas, atrapados en el lodazal de un país donde no se podía respirar. Un país donde no había libertad ni justicia ni prensa ni cojones. Un país donde ni los perros se atrevían a ladrar. Un país donde los presos construían pirámides y donde un chaval podía entrar un día en una comisaría y no regresar. El país de irás y no volverás.

Porque todavía hay mucha gente que, como Mayor Oreja y otros abueletes felices, cree que vivió una época dorada, de ??extraordinaria placidez?, merece la pena saber la verdad. Aunque sólo sea para que Franco, ese Cid de metro y medio, no siga ganando batallas después de muerto. 

 (Publicado en El Mundo el viernes 2 de abril de 2010)