David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Vasos comunicantes

Al cambiarse en la sacristía, le pasaron por encima los jirones de un sueño tan negro como el forro de la sotana que le ahogaba los ojos, un sueño agobiante en el que bailaba pegado a hombres recios y brutales que olían a máquina y a tabaco, y que se frotaban obscenamente contra su entrepierna, un sueño que el sacerdote intentó apartar de sí cerrando los ojos, pero que le persiguió durante todo el día con el olor vil y aparatoso del sudor, y la quemadura de los azotes en las nalgas, y la opresiva atmósfera de un infierno lleno hasta los topes de música, mujeres tristes y hombres solitarios; incluso después de cerrar la celosía del confesionario y dar la absolución a una mujer que, como cada semana, volvería a su casa para cambiarse de ropa, ceñirse un vestidito corto que le descubría los muslos y cuya tela sutil repasarían manos ávidas y fatigadas, mientras ella bailaba por dinero toda la noche, entrecerrando los ojos y recordando muerta de cansancio escenas de un extraño sueño donde los armarios estaban llenos de aceites y galletas blancas, y una luz que olía a madera y a incienso y vino dulce, y una fila de bocas que se abrían ante ella, sumisas y anhelantes.