David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Norman Mailer: América

Muy pronto, el 10 de noviembre, ya va a hacer dos años que murió Norman Mailer. La revista Squire me encargó un homenaje que sale en el número de este mes. De pronto me he acordado de ese viejo gruñón y de los buenos ratos que me había hecho pasar con sus libros. He escrito ya varias cosas sobre Mailer y aunque, como todos los demás, se trata de un tema estrictamente inagotable, prefiero recordarlo tal y como está: vivo y coleando. Dando puñetazos desde cada página. Respirando otra vez en esa memorable colección de artículos y crónicas que Anagrama recopiló unos años atrás bajo la égida de América .

Puede que esté viejo, puede que esté enfermo, pero Norman Mailer sigue dando guerra. Sigue escribiendo libros, concediendo entrevistas y acudiendo, ayudado con dos bastones, a impartir conferencias a las universidades americanas donde despelleja al poderoso de turno para regocijo del público. ??Bush ha elegido ser estúpido: habla como un burro muerto? dice y los estudiantes aplauden enloquecidos. Antes de Bush, fue Clinton y antes Nixon y antes Johnson: ningún presidente ha logrado cerrarle la boca a Mailer. Mientras siga vivo, algo del espíritu libre, noble y furioso de la vieja América seguirá latiendo, algo por encima o por debajo de la corrupción del poder, las corporaciones petroleras y el gráfico de los valores bursátiles. Porque si sobre algo ha escrito este anciano de más de ochenta años, con la voz ronca y las cejas hirsutas de un patriarca bíblico, es sobre los verdaderos valores, sobre las contradicciones esenciales de la cultura estadounidense. Sobre lo difícil que resulta, hoy día, ser hombre y ser americano.   

Es candidato eterno al Nobel, pero nunca se lo darán porque Mailer resulta demasiado provocador, violento e incómodo para un galardón tan descafeinado. No sabe hacerse el sueco pero tampoco le hace falta. Desde que publicara Los desnudos y los muertos, su impresionante debut literario, Mailer logró la fama necesaria para apuntalar su excitante ego, probablemente el más grande entre los escritores vivos. Woody Allen dijo que, cuando muera, Mailer debería donarlo a un museo. La verdad es que, con apenas treinta años, se convirtió en el enfant terrible de las letras americanas, y ha mantenido ese difícil primer puesto en un tinglado cultural lleno de vedettes y primadonnas a fuerza de puños, de vocear y de luchar en todas las tribunas y batallas. A lo largo de más de medio siglo ha mantenido encarnizadas polémicas con colegas de la talla de Truman Capote, ha vapuleado a Tom Wolfe, ha ridiculizado a las feministas y al colectivo homosexual, ha encolerizado a los republicanos y espantado a los demócratas. Ha sobrevivido a media docena de ex esposas (y ellas a él) con las que ha tenido toda una tribu de hijos. Incluso ha presentado su candidatura a la alcaldía de Nueva York en repetidas ocasiones y ha perdido en todas. Drogas, divorcios, borracheras: Mailer ha salido vivo y sangrando de todas y cada una de sus trifulcas políticas, literarias, matrimoniales y televisivas, haciendo suya la lección de Nietzsche (??lo que no me mata, me hace más fuerte?), entrando en el nuevo milenio con la aureola de su melena blanca intacta y canjeando al enfant terrible por un terrible anciano.

América es la biopsia de esa larga lucha: una fabulosa retrospectiva de sus mejores reportajes, una apasionada radiografía de más de cincuenta años de historia americana a través de retratos, entrevistas, crónicas de combates, artículos de opinión, muchos de ellos inéditos en castellano. El pulso atormentado y dinámico del siglo XX se capta en estas páginas escritas a la vez con la urgencia del periodismo y el dominio musical de un maestro de la prosa. La convención demócrata de 1960, la ??Carta abierta a Fidel Castro?, la elegía por Bobby Kennedy en su funeral o la descripción de la pelea entre Alí y Foreman en Kinshasa alcanzan, en las manos de Mailer, el rango de una teología. Ningún tema le es ajeno (desde Marilyn Monroe hasta la llegada del hombre a la luna) y, bajo su mirada, ninguno es aburrido. Su escritura virulenta y salvaje se descarga en oleadas de energía pura, revelando el pensamiento de un existencialista con una visión sagrada de la vida. De alguien capaz de escribir: ??los despachos estaban casi siempre vacíos a última hora de la tarde, cuando la luz del sol convertía el polvo en un cosmos de ángeles bailando sobre un alfiler?.

Hay una línea oculta que une a Mailer con Hemingway, una vena subterránea de la literatura norteamericana que se remonta hasta Jack London. No en vano, Mailer ha elegido un retrato de Hemingway boxeando para abrir fuego. No es sólo el periodismo, donde los tres ejercieron su labor, ni su afición común por el boxeo (no se pierdan los entrenamientos semanales de un Mailer ya cincuentón con Ryan O´Neal en un gimnasio de barrio), ni siquiera su peligrosa fascinación por la guerra, sino algo más profundo y oscuro lo que los une. En la época de la indistinción sexual y de lo políticamente correcto, el artículo dedicado a la muerte de Benny Paret en el ring resuena como un obsceno escupitajo de sangre sobre un suelo de plástico. Mailer habla de la virilidad, buscando las raíces perdidas del macho en las trincheras de Filipinas, las juergas de madrugada o la tensión intolerable del cuadrilátero. Y ha sorteado la sombra del suicidio (donde se hundieron London y Hemingway) multiplicando la apertura de frentes, escribiendo sin cesar, arruinándose y endeudándose, sacando de sus entrañas, del miedo constante a no ser lo bastante hombre, la sustancia de una prosa que late con el brío de un animal y se despeña con la fuerza de un torrente lleno de luz y fango.

Párrafo a párrafo, Mailer afina su instrumento como un músico callejero enloquecido, como un artesano que afila sus cuchillos en cualquier lugar, ya sea una fiesta, una sala de prensa o un velatorio. Y al igual que los grandes púgiles (igual que el viejo Foreman, que reconquistó el título con cincuenta años a las espaldas) puede que no esté ágil y apenas le quede juego de piernas, pero el terrible anciano aún conserva intacta la pegada.