David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Películas que nunca veré: La duda

Hay varias razones por las que no me interesa lo más mínimo esta película. La primera se llama Meryl Streep. Sí, ya sé que es muy buena actriz y que colecciona Oscars como si fueran figuritas del roscón de reyes pero el Oscar, desde el siglo pasado, está muy devaluado. Hasta Yul Brynner tiene uno y Sally Field dos. No, lo que ocurre, como dijo Capote con su malignidad incomparable, es que Meryl tiene cara de pollo y voz de pollo, y además en esta película luce la misma toca anacrónica que una dependiente de pollería del siglo XVII.

La segunda razón se llama Philip Seymour Hoffman. Y no es que P. S. H. sea mal actor, todo lo contrario, pero colocarlo vestido con casulla en medio de una película que va sobre la sospecha de un cura pedófilo es una completa gilipollez. ¿Qué duda es ésa? Al ver la cara de cangrejo de río hervido de P. S. H. a ningún espectador le cabe la menor duda de que el cura en cuestión es culpable. La única duda puede estar en si los viola de pie o sentados, de uno en uno o por parejas. Al fin y al cabo, P. S. H. ha hecho toda su carrera a base de este tipo de papeles. Fue el pedófilo triste de Happiness y el reportero meticón de El dragón rojo, sí, el mismo que acaba quemado a la parrilla en una silla de ruedas. Hizo de Truman Capote con la voz de Boris Izaguirre y de disfunción eréctil al lado de Marisa Tomei. Por supuesto que el cura ése folla niños, faltaría más.

Es curioso ver qué pocos directores se arriesgan a jugar contra las expectativas del público. Polanski lo hizo en La muerte y la doncella y consiguió excelentes resultados al darle el papel de posible torturador nada menos que a Ben Kingsley, un actor al que todo el mundo recuerda por su encarnación de santón indio. Nadie podía imaginarse a Gandhi metiéndole a una pobre mujer una picana por el culo. Billy Wilder pudo jugar al equívoco de la culpabilidad durante todo el metraje de Testigo de cargo precisamente por contar con el rostro honesto e impecable de Tyrone Power sentado en el banquillo. Por desgracia, no hay un solo director que se atreva a darle a P. S. H. el papel de héroe, de padre abnegado o de poli duro.

En cuanto al Oscar, creo que este año ha ganado uno un sillón de la Academia.