David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Voces desde el más allá

En el verano de 2003, el año que quedé finalista de Nadal, me llamaron de una radio de Sevilla para entrevistarme sobre El gran silencio. El programa tenía un mecanismo muy original, que consistía en entrevistar al escritor como si fuese uno de sus personajes. Así desfilaron Stalin bajo la voz de Ricardo Artola, el Capitán Trueno bajo la voz de Victor Mora y el sargento Bevilacqua bajo la voz de Lorenzo Silva. Así una noche, Andrés Pérez Domínguez llamó a mi casa de Madrid y preguntó por Roberto Esteban.

He contado en alguna otra entrada del blog lo que ocurrió: una señora oyó la entrevista y se le ocurrió creer que Roberto Esteban existía de verdad. Escribió al programa, a la atención del locutor, preguntando si le podían poner en contacto con aquel justiciero de barrio para que la ayudara con unos cuantos vecinos que le hacían la vida imposible.

Andrés Pérez Domínguez utilizó la anécdota en su última novela, El síndrome de Mowgli, donde otro cobrador de recibos profesional va a la radio y allí, desde las ondas, recibe una visita de su pasado. Andrés ha recuperado la grabación y me la ha enviado. Está colgada aquí:

http://www.goear.com/listen.php?v=e02d630

http://www.goear.com/listen.php?v=83bac3c

Siempre es un fenómeno curioso ése, el de oír la propia voz. A mí, desde luego, me resulta muy extraño, me siento como el perro que se encuentra por primera vez ante un espejo. Pero el hiato de un lustro convierte la experiencia en un ejercicio fantasmal, una inquisición de sombras. ¿De quién es esa voz que brota en la oscuridad? ¿Quién era yo en el verano de 2003, cuando estaba a punto de separarme de mi novia de entonces y de irme a vivir de nuevo a mi antiguo barrio de San Blas? ¿Fui quién soy o soy quién fui?

Dicen que si colocas a un perro sobre un espejo y el animal mira hacia abajo, pega un salto espantado al vislumbrar el vacío que se abre bajo sus pies, el doble que lo aguarda transplantado en una perspectiva abisal. Algo así me ha ocurrido al escuchar esta voz aguardentosa de cinco años atrás, una voz que asegura ser la mía, pero donde me es fácil descubrir los tonos nasales y la irremediable chulería castiza de un púgil caído en desgracia, de un tipo que no soy ni nunca fui.

Todos los espejos mienten.