David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Elija su mamada (concurso literario)

Todo melón bien nacido, homo o heterosexual, sabe que una mamada es una de las cosas más agradables que pueden pasarle a uno. Si ya es difícil que te ocurra, más difícil aún es contarlo. Aquí tienen tres ejemplos de tres escritores hispanoamericanos más o menos contemporáneos dedicados a la casi imposible tarea de describir una felación más o menos satisfactoria. Su tarea consiste en descubrir el autor y el título de cada de una de las novelas. Pasen y chupen:

a) Muchos años más tarde él recordaría el comienzo de esa aventura, asociándola a una lección de historia, donde se consignaba que un emperador chino, mientras desfilaban interminablemente sus tropas, precedidas por chirimías y atabales de combate, acariciaba una pieza de jade pulimentada casi diríamos con enloquecida artesanía. La viviente intuición de la mujer deseosa, le llevó a mostrar una impresionable especialidad en dos de las ocho partes de que consta un opoparika o unión bucal, según los textos sagrados de la India. Era el llamado mordisqueo de los bordes, es decir, con la punta de de dos de sus dedos presionaba hacia abajo el falo, al mismo tiempo que con los labios y los dientes recorría el contorno del casquete. Farraluque sintió algo semejante a la raíz de un caballo encandilado mordido por un tigre recién nacido. Sus dos anteriores encuentros sexuales, habían sido bastos y naturalizados, ahora entraba en el reino de la sutileza y de la diabólica especialización. El otro requisito exigido por el texto sagrado de los hindúes, y en el cual se mostraba también la especialidad, era el pulimento o torneadura de la alfombrilla lingual en torno a la cúpula del casquete, al mismo tiempo que con rítmicos movimientos cabeceantes, recorría toda la extensión del instrumento operante. Pero la madona a cada recorrido de la alfombrilla, se iba extendiendo con cautela hacia el círculo de cobre, exagerando sus transportes; como si estuviese arrebatada por la bacanal de Tannhauser tanteaba el frenesí ocasionado por el recorrido de la extensión fálica, encaminándose con una energía imperial hacia la gruta siniestra. Cuando creyó que la táctica coordinada del mordisqueo de los bordes y del pulimento de la extensión, iban a su final eyaculante, se lanzó hacia el caracol profundo, pero en ese instante Farraluque llevó con la rapidez que sólo brota del éxtasis su mano derecha a la cabellera de la madona, tirando con furia hacia arriba para mostrar la arrebatada gorgona, chorreante del sudor ocasionado en las profundidades.

b) El cuerpo nuevo no es manejable (ningún cuerpo nuevo es manejable), y siempre hay una reserva o una interrogación respecto al orden y fuerza con que se deben besar sus diferentes partes, o apretarlas, o mordisquearlas, o investigarlas usando los dedos, o respecto al efecto que hará en el otro pararse a mirarlas, interrumpir el contacto y dedicarse a verlas con detenimiento. ‘Tengo la polla dentro de su boca’, pensé al tenerla, y lo pensé con estas palabras, pues sólo esas palabras vienen cuando se pone en palabras o en pensamientos lo que se está haciendo con lo que denominan (cuando lo que denominan está actuando), más aún si no se conoce apenas el otro cuerpo y sobre todo si las palabras hacen referencia a las partes del cuerpo propio y no a las del otro, con las que siempre se es más respetuoso y para las que sí se buscan y emplean los eufemismos y las metáforas y los términos neutros. ‘Tengo la polla en su boca o ella tiene su boca en ella, puesto que ha sido su boca la que ha venido a encontrarla. Tengo la polla en su boca’, pensé, ‘y no es como otras veces, como tantas veces desde hace mucho tiempo. La boca de Muriel es succionadora como noté desde el primer momento, desde que la besé, pero no es tan espaciosa y líquida como la de Clare Bayes. Le falta saliva y le falta sitio. Sus labios son bonitos, pero un poco finos, y están parados; o, más que parados (que no lo están, pues noto mucho su movimiento), carecen de flexibilidad, son rígidos. (Son como cintas tensadas.)’

(…) Mucho más incomprensible que ir a tenerla, como la tendré muy pronto, metida en su sexo, pues en su sexo -es de esperar- no habrá habido nada durante las últimas horas, mientras que en su boca ha habido chicle y ginebra y tónica y hielo, y humo de cigarrillos, y cacahuetes, y mi lengua, y risa, y también palabras que yo no he escuchado. (La boca siempre está llena y es la abundancia.) Ahora no bebe ni fuma ni mastica ni ríe ni dice nada, porque tiene mi polla en la boca y está distraída, y sólo eso cabe. Yo tampoco hablo, pero no estoy distraído, sino que estoy pensando.

c) Lo hice tal vez para defendernos, para no quedarnos solos frente a esa música . La levanté en vilo y la llevé hasta el sofá, y allí me arrodillé para beberla, y de repente, al entreabrir sus muslos, recordé la primera vez que hice el amor, el primer beso, la primera mujer, el momento irreparable en que la gracia inundó mi vida. Cerré los ojos y el sabor húmedo y salado de Laura me trajo hasta la boca el sabor del mar, la primera ola, la primera playa, la primera pelea, la primera vez que me partieron la boca y la sangre bañó mis labios, ese sabor intenso e íntimo, tan semejante al que inundaba ahora mi boca, olores y sabores que eran aduanas, fronteras, el primer amor, la primera cerveza, el primer cigarrillo, la primera comunión, la pasta de harina apelmazada y pegada al paladar que contenía, según decían todos, la sustancia de Dios, la sangre de Dios, la carne de Dios vivo desliándose entre mis dientes, del mismo modo que aquel licor espeso contenía la sustancia de Laura.

Ella se estremeció de arriba abajo, y cuando las convulsiones dejaron de agitarla, me puse en pie y quise llevarla a la cama, pero no me dejó, me desabrochó los pantalones y hurgó entre mis ingles con unos dedos fríos que me estremecieron de repente hasta la raíz de las tinieblas, y luego descendió con sus labios hasta el centro mismo de esas tinieblas, hasta el lugar donde mi corazón había cambiado su sede, y lo bebió despacio, tiró de mis raíces, sorbió mi memoria, como si yo no fuera nadie o menos que nadie, sólo una cosa suya, su juguete, su padre, mi niña, dije, como si realmente fuera hija mía, como si estuviéramos cometiendo un horrible pecado, padre e hija, un incesto no justificado ni santificado por el amor ni certificado por la música, porque no nos amábamos, desde luego, aquello no era amor sino sed, dos animales que bajan a beber a una fuente, dos criaturas palpitantes que se encuentran en mitad de la noche y deciden amarse en vez de matarse, pero lo mismo era la muerte lo que sentí cuando ella apretó los dientes, una dentellada minúscula en mitad de las tinieblas mientras las medusas mojadas de su pelo azotaban mi cintura, y no pude contenerme más, toda mi savia se derramó en su boca como un montón de palabras no pensadas ni dichas todavía, un río de palabras antes de la germinación, antes de hacerse carne y sangre. Pero lo mismo era la muerte.