LA VIEJA EUROPA: BUDAPEST

Después de Praga llegamos a Budapest; el Danubio une las ciudades de Buda y Obuda y la de Pest, y de su unión el nombre de la capital húngara. Si pensaba que con el idioma checo no me enteraba de nada, el húngaro es más incomprensible aún. Palauydvar quiere decir estación. Kijarati, salida. El metro, bastante viejo, está excavado en el centro de la tierra. Y allí empiezas a mirar a los nativos mientras esperas a sacar un billete de metro (o quizá sea una chocolatina lo que va a salir de la máquina) y empiezan a desfilar una cantidad increíble de mujeres altas, delgadas, de piel pálida, pelo oscuro y ojos claros. Los tíos no son así, pero ellas son guapísimas; y te preguntas cómo son así si comen tanto goulash y tanto Dobos torta (yo me comí uno en Gerbaud, un sitio precioso.)

Al igual que Praga, Budapest también tiene una historia movidita. Primero estuvieron allí los romanos, luego los hunos, ávaros, y los búlgaros; posteriormente Carlomagno les dio para el pelo. Sus sucesores crearon unos ducados en la zona hasta que llegaron las siete tribus magiares que crearon Hungría; On-gur, que significa diez flechas, es la palabra que dio lugar al nombre del país.  Más tarde llegarían los turcos, con quienes siempre han estado a la gresca pero cuya influencia es aún visible en el país, los Habsburgo, que llevaron el barroco y la industrialización a Budapest, convirtiéndolo en una ciudad espectacular. Sissi aprendió húngaro y se los metió a todos en el bolsillo.

Hoy Budapest es una ciudad con edificiosos majestuosos que recuerdan a Gotham, la ciudad de Batman; pero también están derruidos y llenos de suciedad, y ante tanta monumentalidad te pones a pensar dónde está el espíritu magiar entre toda esta sofisticación cultural y arquitectónica. Está en la Plaza de los Héroes:

Esas esculturas, de las siete tribus, dejan a los chavalotes de Juego de Tronos en un panda de gañanes. Ese caballo con la cornamenta de un ciervo encajado en la brida es la prueba de una naturaleza orgullosa y distinta detrás de todos los colonizadores.

De lo que más me ha gustado en esta ciudad: el Parlamento, el Templo de San Matías y el Bastión de los Pescadores, que se alza majestuosamente sobre el río. El castillo de los Habsburgo es tan rimbombante como todo lo que ellos hacían, de dicho recinto lo que más me gusta es la escultura del ave Turul, una criatura de leyenda que, según dicen, vivía en la cima del árbol de la vida y cuidaba de las almas en forma de pequeños pájaros que también habitaban allí. El ave era, además, mensajero entre los dioses y los humanos y el garante del equilibrio universal. (¿Dónde tiene el plato para el alpiste?).

Y desde luego mi visita favorita fue al hospital que hay excavado en la roca de Buda y que sirvió tanto como centro sanitario en la II GM y como búnker en la Guerra Fría. No me dejaron hacer fotos pero este es el enlace. Algo que sin embargo no hay que hacer es coger un barco para cenar y que te paseen dos horas y media por el mismo trozo del Danubio hasta que entren ganas de tirarte por la borda.

Me perdí los baños de Geller y la ciudadela, y ya andaba camino de la estación de tren cuando me tope con esta preciosa localización de «Tinker, tailor, soldier, spy». ¿La recordáis?

Siguiente y última parada: Viena.