People Are Strange

Eso cantaban los Doors. O perdón, the Doors. No está mal para empezar que un grupo que se llama «Las Puertas» diga que la gente es extraña. Pero sí, la gente es tan sumamente extraña que la normalidad ha perdido todo sentido. Y echamos de menos la normalidad. Cuando nos sucede algo, se lo contamos a nuestros amigos, «¿tú crees que eso es normal?», como una versión sofisticada del «¿Qué me pasa, doctor?»

Cuando pienso en raro, me vienen muchos nombres a la cabeza, por ejemplo el de Jeremy Piven, actor del reparto de Entourage, que dejó «Speed-the-Plow» una obra teatral con la que hacía su debut en Broadway, escrita ni más ni menos que por David Mamet, aduciendo que se encontraba mal porque «padecía de elevados niveles de mercurio», quiera eso decir lo que quiera eso decir. Mamet, preguntado por su opinión, dijo que entiende que Piven va a dejar su carrera interpretativa para labrarse un futuro como termómetro.

Pero esto es como todo. Hay raros amateurs, como Piven, y raros profesionales, como la primera dama de Japón, Miyuki Hayotama, que en ser bizarra se ha erigido como una auténtica número uno. Miyuki, que ha escrito un libro titulado con una naturalidad encantadora «Cosas muy extrañas que me han pasado» (irresistible, ¿verdad?) explica que vivió una experiencia paranormal hace veinte años durante la cual fue abducida por los extraterrestres y viajó al planeta Venus.

«Mientras mi cuerpo estaba dormido, creo que mi espíritu viajaba en un ovni triangular y se fue a Venus», explica en su libro, donde describe este planeta como «un lugar muy bonito y muy verde», vamos, que Venus es como Galicia.

Por lo visto, Miyuki es muy famosa en Japón, donde ejerce como opinadora culinaria, (qué mal suena eso), tertuliana política y pintora ocasional. La dieta de la primera dama es natural y sencilla, como ella misma. Miyuki pasa del sushi, ella directamente se come el sol. En una entrevista ofrecida a un canal japonés, la nueva primera dama emuló el ritual con el que se despierta cada día. Cerrando los ojos y haciendo como si cogiera partículas del sol, se las introdujo en la boca y masticándolas confesó: «Esto me da energía. Mi marido también lo hace». Vamos, como Susana Griso, que en su casa todos se ponen tibios a Actimel todos desde que se levantan hasta que se acuestan (a veces toman actimel en modo sonámbulo, igual que ese o, cuya fuerza solo encuentra explicación en que se cruje varios miles de actimeles al día, con la furia de un Tiranosaurus Rex entrando en un gallinero), pero ella se zumba partículas de sol sin aliño ni nada. Es económico, no ocupa espacio y además te salva de esos días que no tienes nada en la nevera. «Yukio, no bajes las persianas, que aún no he merendado.» Seguramente en Nochevieja en lugar de uvas (o de la tradición japonesa equivalente) se tragan doce estrellas y brindan con chupitos de Helio despresurizado, cosa que por otro lado a Ferrán Adriá le encantaría.

En el libro, Miyuki también cuenta que conoció a Tom Cruise en otra vida. En su encuentro, el protagonista de ‘Misión Imposible’, estaba reencarnado en un japonés.
«(Tom Cruise) era japonés en otra vida y estuvimos juntos, así que cuando le vea le diré: ‘Hola, ha pasado mucho tiempo’, y sabrá perfectamente a qué me refiero». Sí, lo sabrá perfectamente. Seguro que venía en un apéndice de «Cienciología para Dummies. Anexo I. Primeras damas taradas.» Pero bueno, Tom Cruise tampoco es manco. En su boda le regaló a su prometida una cacerola, un peine y un gato (¿por qué no?) Y no porque le salieran juntas en una partida de scrabble, sino porque la cienciología, que cuenta que todos llevamos el peso del ataque de un marciano malvado a nuestro país y que necesitamos liberarnos de esa gran carga, lo ordena. De todas formas, me provoca una intensa admiración que Tom Cruise sepa lo que es una cacerola, porque seguramente su comida se materializa al chasquear los dedos de los pies cuando se sienta a la mesa (me han dicho que come con los pies y anda con las manos; lo hace todo de espaldas, porque en otra vida fue japonés y como leía de derecha a izquierda y en vertical y en esta vida además fue disléxico de pequeño, va un poco transtornado, el pobre).

A mí cuando era pequeña también me llamaban rara, pero igual eso me hace tener más posibilidades de convertirme en primera dama, y no sería mala vida. Todo el día de viaje, consagrando mis esfuerzos a ver qué me pongo y quién me peina, al gimnasio, de tiendas y de cócteles aquí y allá, bueno, y sin olvidar el ocasional viaje a Venus, la regresión mensual a la corte de Cleopatra y mi ración diaria de piscolabis de luna. Igual lo raro de verdad es trabajar sin más.