Angeles, demonios y una bastarda

Hoy he ido a ver «Ángeles y Demonios» al cine Kinépolis. He ido yo sola, ante la promesa de ver una peli más o menos épica, un genuino blockbuster americano, una producción así entretenida, con muchos planos cenitales, caravanas de coches oficiales, persecuciones, tiros y música con coros apocalípticos. Estaba avanzando por el mullido pasillo del cine, pensando en los buenos recuerdos que me trae (nos dieron nuestros diplomas de la Ecam en esa misma sala), pensando en lo bien que me iba a venir para hacer un post.

Pero no pienso hablar de la película. Tengo una misión más importante. Y esa misión es VENGARME DE LA BASTARDA. Pero no adelantemos acontecimientos.

Entro en la sala 25. Caben 1016 espectadores. Como mucho, creo que había unas 20 personas al inicio de la proyección. Me pongo un par de filas por delante de la butaca que me toca, para estar a mi aire. Me acomodo y la peli empieza, con la muerte de un Papa, que si el anillo del pescador, que si la fumata blanca… A pesar de que me parece todo estupendo, me quedo un poco fritilla en la confortable butaca, de esa forma tan agradable que tiene el sueño de atraparte cuando intentas luchar contra él. De repente, en mi sueño, creo oír unas voces. ¿Estoy soñando o es real? Abro los ojos y veo a una tipa que me está tocando el hombro. «Perdone…»

Y yo claro, pienso. «Ya está aquí. La tercera guerra mundial ha llegado.» O bien. «Ya está aquí. Al Qaida en Kinépolis. Se veía venir.» O bien, «Ya está aquí. La legionella en el aire acondicionado va a matarme.»
Pero no.

-Perdone, ¿me deja ver su entrada?

Yo la miro alucinada. Han transcurrido 45 minutos del comienzo de la película. No hay casi nadie en la sala.

-¿Qué?
-Que si me deja ver su entrada.
-¿Y para eso me molestas en medio de la película?

La bastarda calla. Y otorga. «Sí, para eso te molesto. Es que soy una bastarda.» Le enseño mi entrada y me dice que si no me importa volver a mi sitio. Varias pensamientos cruzan mi mente. Todos acaban en bastarda.

Entonces me he ido a «mi sitio», he visto la peli, y sobre todo y más importante, me he agarrado un cabreo con este cine que te hace pagar por la entrada, que te obliga a apagar el móvil, no te deja traer comida de fuera, etc, etc, y hace que una empleada te moleste en mitad de la película, diciéndote que si tienes la entrada, como si fueras un polizón en un tren de mercancías, como si fueras la última basura que se ha colado en la sala 25 reptando por debajo de la moqueta, como si fueras una homeless que no entiende el cine, y encima, te manda a tu sitio como una maestra de primaria. ¿Pero quién se ha creído qué es? ¿Y a ella qué más le da si yo cabeceo en una butaca que no es la mía en una fila desierta en una sala desierta a media película?

Bastarda.

No me extraña que los cines se vacíen de espectadores, si les molestas a media película, les despiertas (¿se puede ser más cruel?), y encima les tomas por yo que sé qué (¿a alguien se le ocurre por qué ha hecho esto? ¿A quién estaba molestando? ¿Tienes un radar con ecolocalización? ¿Sensores térmicos en la butaca? ¿Dispositivo anticabezadas?). Me gustaría conocer la razón de tan extraña y grosera conducta, y se aceptan todo tipo de hipótesis. También me gustaría decir que los Kinépolis, a pesar de sus pantallas de veinticinco metros, sus confortables butacas y envolvente sonido, han demostrado escasa inteligencia en su trato al público.

Y yo digo: bastarda.

(Pero eso no habla de otros trabajadores del cine, como mi entrañable amigo Jos, en cuyo cine seguro que esto no pasaría. Un saludito, compañero.)