Costa Rica, un serial ecuatorial (III)

Seducida por la impagable ironía de sucumbir a una indigestión causada por palitos de alaska después de permanecer 15 días viviendo al límite en la jungla, me dispongo a continuar con mi narración.

Nos habíamos quedado con mi cámara lanzada al interior de la tierra a través de un poste hueco.

A mí, claro, me dió un ataque de risa.

-No me mires así-le dije a S.O.-a mí tampoco me hace gracia,-dije mientras me partía de risa. S o no decía nada.
-Deberíamos irnos-dije-no creo que podamos recuperarla. Y mira que me fastidia, pero…

-No se puede quedar ahí- dijo ese o- no se puede quedar ahí, afirmó con una determinación que iría creciendo con los minutos.

En estas estábamos cuando llegaron dos jóvenes americanos descamisados de aspecto simpático y cordial y nos vieron venerando el poste con expresión absorta.

-Hey guys, can we help you?-dijeron y nosotros nos miramos como deliberando si deberíamos confesar abiertamente nuestra estupidez a los gringos e intentar salvar la cámara. Les contamos la verdad, y para nuestra sorpresa, en vez de reírse, se dedicaron a pensar en formas de sacar la cámara con nosotros. Uno de ellos, al que llamaremos Jack, le dijo al otro, que llamaremos Tom, que fuera a por la escoba. Allá que fue Tom.

Nos quedamos con Jack, haciendo chistes sobre nuestra grandísima imbecilidad, mientras él nos contaba que estaban estudiando a los armians o algo así, o sea que eran biólogos haciendo su tesis universitaria, o sea que como eran biólogos y llevaban dos meses en Costa Rica, habían decidido que lo más propio era no llevar camiseta. Por cierto que no sabíamos lo que era un armian, pero pusimos cara de que estábamos muy al corriente de los hábitos reproductores de los Armians (que por el nombre yo creo que son mamíferos con brazos. ¿Alguien lo sabe?)
Tom regresó con una linterna, la escoba, perchas y cinta aislante. Enseguida hicimos un palo con la escoba y una rama, con un remate de cinta aislante pegajosa en el extremo, para coger la cámara. Y aquello era casi como Excalibur. Todos probamos suerte.

Pero el tubo era demasiado largo y oscuro, y sólo conseguimos sacar una araña. Así que le añadimos otra rama a nuestra varita mágica, y añadimos más cinta aislante. Los estadounidenses parecían igual de motivados que nosotros y parecíamos científicos locos discutiendo nuevas formas de sacar el objeto mientras metíamos el palo dos metros hacia abajo.

-Con un imán.-Dije yo. (En inglés, porque tengo mucho mundo.)

-No, eso borraría las fotos. Dijo ese o, que tiene más mundo que yo A?N.

-Quizás con un perchero- dijeron los americanos en inglés, porque es lo que mejor se les daba.

Y así pasó media hora. Lo que empezó siendo un reto para macgyvers domingueros se había vuelto una tarea algo agónica. Además teníamos que hacer el check out, así que les dijimos a Jack y Tom que aprovecharíamos para pasar por una ferretería y comprar más cosas como cuerdas, más cinta aislante, ganchitos pegantes, pegamentos y cosas así para intentar sacarlo. Les dimos las gracias encarecidamente y ellos nos dejaron la escoba palo al lado del poste. Ellos subieron a la casa de alquiler en la que se alojaban, siguiendo una pendiente por la senda que la cadena entre los dos postes clausuraba.

Hicimos el check out frenéticamente, pasamos por varias ferreterías cerradas en Monteverde antes de encontrar una abierta, y allí nos hicimos los listillos comprando todo tipo de gadgets para sacar el querido tomavistas. A punto estuve de comprar unas bailarinas de plástico del número 35, de color plateado, pensando que serían utilísimas en conjunción con el palo. Lo malo es que al salir de la tienda estaba lloviendo torrencialmente. Ese o y yo pensamos con tristeza en la cámara fermentando ahí abajo, entre la tierra, las hormigas, las arañas y el agua.

-¿Tú crees que haría la foto con el temporizador?

-Sí, cayendo por el tubo.

Nos reímos.

-La vamos a sacar, ya lo verás- dije yo.- Estoy segura.

Entonces me puse a mascar los diez paquetes de chicle que pensábamos pegar al palo para sacar la cámara, y descubrí cuán desagradable puede ser mascarlos de diez en diez. Pero haríamos lo que fuera, porque me había enviciado a hacer vídeos como éstos y en la cámara los tenía a montones:

Llegamos al lugar de los hechos y Jack y Tom habían colocado una bolsa de plástico protegiendo el interior del tubo de la lluvia, a la que habían amarrado una linterna. También nos habían dejado una especie de ganchos, porque eran súper majetes (ellos, no los ganchos), esa estirpe de estadounidenses a los que entablar conversación, ser amables y ayudar les parece tan natural como respirar. Como caía muchísima agua yo me quedé en el coche mientras ese o intentaba probar de todo bajo la lluvia, con su impermeable y la linterna en la frente, una que habíamos comprado para Tortuguero. Desde utilizar el palo pegándole toda clase de cosas, desde otra cinta aislante, gancho con pegamento de esos que se ponen en los azulejos de los baños, la bola de chicle, pegamento de varios tipos, de todo. Yo salí del coche y me empapé, pasándole más cosas, pero todo era inútil, y cuando le ví escarbando con las manos desnudas alrededor del poste me dí cuenta de que estábamos en el borde de la locura, como unos coroneles Kurtz que se hubieran vuelto locos en las rebajas.

-Vámonos, anda.

-No se puede quedar ahí-dijo Ese o con un convencimiento cerril.

-Ya lo hemos intentado todo, vámonos.

-A tomar por culo. Pienso tumbar el poste con el coche.

-¿QU??

S.O. sacó una correa que amarró a la trasera del vehículo. Y colocó esa misma correa en torno al poste.

-Pero no hagas eso hombre, por Dios.

-A tomar por culo.

No parecía muy sencillo convencerle de que no lo hiciera. Y encima, cada vez que abría el coche, por alguna razón, sonaba el cláxon, y yo visualizaba a los dos americanos bajando con una sonrisa a ver cómo podían ayudarnos (más aún) para ver como dos españoles enajenados intentaban derribar su poste con un cuatro por cuatro.

-No hagas eso, que como bajen, menudo palo.

Pero nadie dijo que ser un macho alfa fuera fácil, así que ese o seguía a lo suyo, empapado de pies a cabeza, disponiendo el arranque del carrou, con su linterna en la cabeza y las manos llenas de barro, y yo empezaba a ver la escena como desde fuera, con una poderosa sensación de irrealidad, deseando que lo que tuviera que pasar, sucediera de una vez. Ese o arrancó el coche mientras yo permanecía mirando al suelo a un lado de la carretera, siguiendo la estrategia animal del «no estoy aquí», solo que sin camuflaje. Pero ese o se bajó diciendo «mierda», y es que el poste, en lugar de tumbarse, se había doblado, arruinando con ello toda nuestra posibilidad de recuperar la cámara.

-¿Qué hacemos?

-Vámonos – dije yo- que como bajen, se va a liar. Aunque son tan majos… qué mal.

Decidimos subir a su casa a confesarnos, disculparnos, darles algo de dinero por si tenían algún problema con el casero. Subimos la cuesta arriba como dos losers, mojándonos. Yo visualizaba todo tipo de reacciones, la lógica del cabreo ante el hecho de oír como dos energúmenos suficientemente retrasados como para poner su cámara con temporizador en un poste hueco doblasen el poste de mi casa de alquiler por las buenas. También imaginé que nos pegaban, y que como estabámos entre hotel y hotel, nadie empezaría pronto a buscarnos, y en cuanto al coche, cogerían las llaves y lo ocultarían en la finca. Nadie sabría que desaparecimos, ni por qué. Y eso sería un alivio.

Por fin coronamos la ascensión de la senda, y llamamos a la puerta.

Continuará.

Y en cuanto a vuestras pesquisas, confieso que me habéis descubierto. S.O. es Shaquille O’ Neal. Este hombre:

Nadie lleva el rosa fucsia como mi ese o.