Multitudes

No hay nada que genere más espíritu colectivo que la selección española, las rebajas y la huelga de metro, por diversas razones. Lo de ser español no está tan mal, habida cuenta de que se comparte pasaporte con gente como Rafa Nadal, Penélope Cruz y Javier Bardem, gente guapa, joven y exitosa. Curiosamente la españolidad, que hace algunos años era sinónimo de piñazo seguro (y temprano) en el mundial, ahora es garantía de algo (bueno.) No dejaba de llamarme la atención como, en el transcurso de la retransmisión, cuando el equipo español conectaba una buena jugada, el locutor decía enfáticamente, «Esto sí es España», como si cuando jugara fatal o estuvieran «tocando» la bola hasta dormir a los tíos de las vuvuzelas con su tedio no fueran «España». Es curioso cómo fluctúa eso de ser español. A mí personalmente me da bastante igual (todo, no solo la patria), aunque me parece bonito que la gente tenga un sentimiento de pertenencia que compartir con los extraños. Me gusta ver a los adolescentes en el metro viviéndolo al máximo y a los señores de tertulia en la calle, y yo también me alegro de que gane, y me entristeceré si pierde.

Luego están las rebajas. El corte Inglés es lo que más une a los españoles después del fútbol. A mí el Corte Inglés me encanta, por varias razones. La primera de ellas, que tiene un clima perfecto todo el año, y la segunda, que puedes cambiar y devolver sin ningún tipo de explicación. Gran sitio. Ayer por la tarde una abuelilla se cayó y se rompió la nariz en el vestíbulo de la planta cero, y algunas señoras se desvivían por atenderla, pero otras pensaban en los minutos perdidos frente a otras profesionales de los saldos y se apartaban en plan disimulado. Ver el suelo de la sección de bolsos del corte inglés cubierto de sangre y una pierna por ahí en el suelo tirada (no quise asomarme como hacía todo el mundo) fue casi un choque de ideas que casi me hizo descarrilar. Pero yo también seguí miroteando cosas, que la vida sigue.

Pero lo que realmente une es la capacidad para acordarse de la parentela de los trabajadores del metro. Yo respeto y apoyo su derecho a huelga, pero creo que se han pasado un poco.
He cogido varios taxis y muchos autobuses. Me subí a uno, que llevaba una hora sin pasar, y aquello parecía La Meca. Logré sentarme cerca de la ventana, al lado de una señora que iba hojeando la revista Hola. Un chico estaba de pie a su lado, los brazos colgados en la barra. La señora, que se ve que no podía ver el satinado a su gusto, se quejó.

SE?ORA: Oye, apártate un poco, haz el favor.
CHICO: Es que me están empujando.
SE?ORA: Pues procura que no te empujen.
(Pausa dramática.)
Que me vas a meter los cojones en la boca.

Sí, las experiencias colectivas sacan lo peor (o lo mejor, según se mire) de cada uno. El fútbol, el consumo y el transporte nos han unido. Menos mal que cada uno tiene su casa, que si no esto sería inaguantable.

Everybody knows, de John Legend

No me canso de escuchar esta canción.

John Legend, nacido John Stephens, hijo de una costurera y de un operario de fábrica, aprendió a tocar el piano con cuatro años, y a los siete tocaba en el coro de su iglesia. A los 31, canta así de bien, compone auténticas maravillas y por qué negarlo, está como un tren. Pienso batir el récord de escuchar esta canción para que mis vecinos me sobornen para que deje de reproducirla. Aunque con lo hermosa que es, lo más probable es que todos vengan a sentarse a mi lado y a aprenderse la letra. «I wish you the best… I guess.»