GRAVITY

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Me ha gustado bastante, pero más desde la estética que desde la ética. De todas formas, suele pasar con las películas envueltas en un halo de expectativas tan ruidosas. Es impresionante y virtuosa en su sencillez, pero según la veía, cuando fui capaz de cerrar la boca ante ese abrumador espectáculo visual pensaba algunas cosas, típicas del o la aguafiestas que todo guionista (o cinéfilo, tampoco somos tan especiales) se pregunta. (Atención, ESPOILER.)

1. ¿Por qué mandan a una mujer deprimida al espacio?

2. ¿Por qué las estaciones espaciales internacionales están tan cerca? ¿Es que el espacio es más pequeño de lo que nos quieren hacer creer? ¿Es que es como el patio de mi casa, que es particular, que cuando llueve el espacio no se moja como los demás?

3. ¿No es un poco demasiado lo del incendio en la nave después de todas las penalidades que pasa Sandra? ¿No es un poco demasiado zamparse que va de estación en estación como una treintañera buscando a sus colegas en bares de Malasaña?

Algunos compañeros, como David Muñoz, tenían una reserva con el trauma de Sandra Bullock como madre que ha perdido a una hija. No sé si es lo mejor o lo peor de la película, pero voy a intentar dilucidarlo. Si pensamos que es lo peor, podríamos aducir que su trauma y su forma de actuar no están muy relacionados. Es decir, que si no nos convence vemos que lo contrario (una hija viva) funcionaría mucho mejor como acicate para seguir luchando en una realidad adversa.

En cambio, si nos gusta ese background, como a mí, podemos entenderlo como la esencia de la película. El «mensaje» sería que la astronauta se da cuenta de que la vida es tan asombrosa y tan bella que, aún habiendo perdido a su hija, merece la pena. Y es la contemplación de la Tierra desde el espacio lo que propicia esa reflexión sobre nuestra propia pequeñez, la insignificancia de nuestras miserias, pero con el increíble espectáculo que encierra estar vivo en un lugar tan asombroso como este en el que nos ha tocado vivir.

En esta idea, el próximo jueves postearé algo.

RUSH (Espoilers)

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Hoy he visto «Rush», del artesano palomitero Ron Howard (y lo digo con todo el respeto porque soy una hija del mainstream) y escrita por Peter Morgan (The Queen, Frost contra Nixon) y he salido contenta del cine, porque en los últimos tiempos me ha dado por pensar que el cine comercial americano está abocado a una profunda decadencia, subrayada por el esplendor de las series y sus competidores europeos. En lo que llevo de año, independientemente de su año de producción, las que más me han gustado han sido europeas: «Dans La Maison», «De óxido y hueso» y «La Caza».

Sin embargo, «Rush» (que me gusta bastante menos que las anteriores) concilia de forma bastante airosa espectáculo y narrativa.
La peli, que trata de la rivalidad entre los pilotos de F-1 Niki Lauda (Daniel Brühl) y James Hunt (Thor), es un eficaz repaso por las carreras de ambos, construye dos personajes bastante interesantes, especialmente el de Lauda, que a priori es más antipático. Hunt es un fucker, diletante, simpático, guaperas y juergas, mientras que Lauda es formal, feíllo, aburrido y maniático de las normas. La primera mitad me ha aburrido un poco por dos razones: primera, porque el flashforward con el que se inicia la película hace que se vea esta parte del metraje como un largo prólogo de lo realmente interesante (al menos este mecanismo aquí me sobra) y segunda, porque resulta muy difícil empatizar con un personaje que para celebrar, bebe, y que para sufrir, bebe (hablo de Hunt.)

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La película gana muchísimo a partir del accidente en el que Lauda queda desfigurado, porque antes yo personalmente no sentía más interés por uno que por el otro, y hasta me daba un poco lo mismo. Sin embargo, cuando he visto a Lauda convertido en el Fantasma de la Ópera sobre ruedas, la peli ha ganado muchos enteros. Según avanza el metraje, sus enfrentamientos son mucho más emocionantes, tensos y dramáticos.

Salía de la película pensando en por qué me ha importado más Lauda que Hunt, y creo que es por las contradicciones del personaje. Lauda es un empollón, un poco cobarde si se le compara con Hunt, obsesionado con no correr más riesgos de los necesarios, y menciona como algo de lo que sentirse orgulloso que no siente una pasión enfermiza por las carreras, simplemente cree que es lo único que se le da bien. Y sin embargo, cuando está convertido en un monstruo, se somete a auténticas torturas para recuperarse rápidamente y poder enfrentarse de nuevo a su rival, quien en su ausencia le está ganando el terreno. Y ahí tienes al maniático del control, al repelente niño Vicente, gritando de dolor al ponerse el casco, dando la cara deforme delante de todo el mundo para reivindicar su sitio. Y aquí es donde realmente la peli se vuelve épica y donde reside su mayor acierto (creo.) Hunt es guapo, sexy, despreocupado y aunque es un outsider encantador, su sufrimiento no parece real.

Otro mérito que le veo a la peli es que, aún a riesgo de no ser una peli solo sobre Hunt o solo sobre Lauda, a modo de biopic clásico, consigue ser la historia no de los dos- sino de la rivalidad de ambos, como una variante distinta del amor si entendemos este odio como dependencia, y la existencia del otro como algo que nos ayuda a evolucionar aunque sea desde el lado oscuro: la original tesis de que tener un enemigo puede ser una bendición para un hombre sabio.

¿Qué opináis?

WORLD WAR Z (Espoilers)

Escogí un mal día para dejar de fumar.

Escogí un mal día para dejar de fumar.

Había oído un poco de todo sobre World War Z. No he leído la novela, ni sabía nada del proyecto. Había visto el trailer y percibido cierta prensa negativa, pero estaba deseosa de ver una peli veraniega en un pantallón y tampoco tenía unas expectativas demasiado elevadas.

Y he de decir que me parece muy buena película. Te mantiene en tensión durante casi dos horas, y de acuerdo, lo hace gracias a un apabullante despliegue de medios, pero lo importante: no solo gracias a los millones de dólares, sino a las buenas ideas. (Espoilers de aquí en adelante.)

Voy a intentar analizar por qué me ha gustado, o por qué creo que funciona, y eso que el nombre «Damon Lindelof» en los créditos, después de Prometheus y de las últimas temporadas de Lost, me da más miedo que un nublado. Quizá me haya equivocado con él, o quizá haya sido cosa de los muchos guionistas de la peli.WWZ empieza de forma muy típica. Por la mañana, en casa de una familia feliz, que van juntos en coche en Philadelphia y… BAM. Se desata la entropía en la ciudad, y la familia unida logra huir a un barco del gobierno gracias a los contactos del padre, un ex investigador de las Naciones Unidas (a quien, todo sea dicho, repartir tortas como panes de pueblo se le da fenomenal), Gerry Lane.

A cambio de su talento como «investigador» se le ofrece asilo a su familia en el barco. Si no participa, serán apeados del portaaviones. Gerry, retirado del servicio, ve que no tiene más opción que enfrentarse a los zombies que campan a sus anchas por todo el planeta. Así que primera diferencia interesante: no lo hace por patriotismo, sino por su familia.

Lane es enviado junto a un experto en virus a una base en Corea del Sur, intentando buscar al paciente cero, el origen de la enfermedad. Pero su viaje es infructuoso y el virólogo muere de forma absurda. Aquí hay un doble efecto «Psicosis». Se cargan a la «media naranja sabihonda» de forma inmediata, y también a un tío duro que parecía destinado a convertirse a ser su escudero (James Badge Dale.) Lane cambia el rumbo a Israel, único país seguro del planeta por el momento, para hablar con un experto en seguridad: al reunirse con él descubre por qué fueron los únicos en preveer la situación (excelente la explicación del «décimo hombre»). Sin embargo, como si Brad Pitt fuera gafe perdido, los zombies superan el muro de las lamentaciones de Jerusalén y el único país que resistía cae en manos de los no muertos.

Acaba junto a una joven soldado israelí (otra idea original: los sucesivos y variados compañeros de viaje) en un avión, que logra dirigir a un centro de investigación de la OMS, donde tiene previsto explorar una idea que le ha surgido observando a los zombies. Otra idea original: no es un arma contra los bichos, sino un camuflaje para los humanos. Y una idea sencilla de explicar: los zombies buscan huéspedes sanos para propagar su enfermedad. La forma de sobrevivir es inyectarse un virus patológico letal (curable) para que los zombies no le perciban a uno.

En algún momento de la trepidante película el personaje de Brad Pitt dice «Joder, todo se complica». Y se complica de forma constante y gradual, y por eso es tan buena; y no sólo eso. Es lo que te esperas, pero no como te lo esperas, a pesar de su inicio y personajes convencionales.

Lo que más me gusta es el tercer acto, que al parecer iba a ser distinto, una cruenta batalla entre zombies y una humanidad liderada por Brad Pitt en Moscú. Celebro que se haya caído ese tercer acto en favor del que ya hay porque me ahorra lo que esperaba: un tedioso tercer acto de casquería y carreritas en el campo de concentración en el que la familia de Lane es refugiada al ser echada del barco cuando dan a Lane por muerto. Casi podía anticiparlo ya: el héroe llega al campo de concentración, y justo cuando está a punto de besar a su niña, resulta que se rompe la piñata y hay que estar corriendo y disparando sandías media hora.

Pero no. El tercer acto es el más tenso, pero también el más contenido en términos de producción, y resulta original y muy emocionante. Los que la hayan visto sabrán valorar, como yo, la originalidad de un clímax en el que un hombre enfermo y un hombre no muerto simplemente se miran a través de un cristal; igual que valorar que el auténtico final feliz sea un paseíto entre la marabunta desquiciada y rápida de zombies.

Esas escenas son las que quedan en la memoria, las que hacen que ir a la sala a dejarse casi diez euros siga, pese a todo, mereciendo mucho la pena.

HANGMEN ALSO DIE!

Hoy he visto «Hangmen also die!» de Fritz Lang, «Los Verdugos también mueren.» Es una película que llevaba intrigándome bastante tiempo, y la he sacado de una biblioteca de Madrid. Es una de sus obras menos conocidas y el guión es obra de Lang, John Wexley y… Bertolt Brecht. Al parecer escribió varios guiones para Hollywood pero este es el que llegó a mejor puerto.

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Es una película de propaganda, rodada en el año 42, inspirada libremente en el asesinato de Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga y Reichsprotektor de Bohemia y Moravia durante la ocupación. En el film, el asesino de Heydrich escapa gracias a la ayuda de una joven y su padre, pero los nazis retienen a 400 ciudadanos a quienes irán ejecutando si el asesino no aparece. (ESPOILER). Mediante una trama complicada y en ocasiones algo confusa, se resuelve la historia cuando varios ciudadanos de Praga urden un complot para echarle la culpa del asesinato a un traidor que trabaja para los nazis.

En realidad, sus asesinos fueron dos miembros de la resistencia que después de llegar a Praga en paracaídas, arrojaron un explosivo al paso de su coche, y que se encerraron en la cripta de una iglesia durante dos días cuando los nazis los encontraron y acabaron matándoles después de un largo asedio. La historia de sus verdugos, Jan Kubiš y Jozef Gabčík, es igual de interesante o más que la que pergeñaron Lang y Brecht, pero la película tiene el valor de haber comenzado como una página en blanco. En el momento de hacer la película, la información no estaba clara, y por tanto tuvieron que inventarse una historia sobre el asesino o asesinos de Heydrich y sobre la resistencia de Praga. Resulta curioso ver esa hipótesis desde el presente. Y curioso también ver una película rodada en estudio y ambientada en la Praga ocupada; y pensar que en aquel momento Lang había huído de Berlín y que dejaba atrás a una esposa que era una nazi convencida, Thea Von Harbou (de su historia de amor ya hablé aquí).

Hangmen also die! fue considerada subversiva por el comité de Actividades Antiamericanas, y es, aunque irregular, demoledora, inteligente, original y sobre todo fascinante a nivel visual. Sin actores muy célebres ni grandes medios, está repleta de momentos magníficos, tanto de puesta en escena como de guión, que apoya sobre dilemas muy potentes, como el de hablar o callar, tomar partido o mantenerse al margen, valorar la propia vida frente al deseo de libertad de un pueblo.

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Sin embargo, la represalia nazi fue mucho peor que la descrita en la película. La muerte del carnicero de Praga fue la excusa que los nazis adujeron para ejecutar a los 340 habitantes del pueblo de Lídice, que fue borrado del mapa, además de haber ejecutado a otros cientos en el país.

En los créditos de la película se puede leer «This is not the end».

Buscando el trailer (que no he encontrado) sí me he topado con la presentación del coloquio en aquel programa estupendo con el que muchos vimos algunas de nuestras películas favoritas: «Qué grande es el cine»; además, a Juan Miguel Lamet, mi querido profesor, le llama la atención lo mismo que a mí, aunque él lo cuenta mucho mejor.

LA CARTA DE KATHRYN BIGELOW

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por Ángela Armero

Traduzco (libremente) esta carta de Kathryn Bigelow publicada por el diario Los Angeles Times por su interés y porque me parece que pone en la mesa temas de debate muy interesantes. La escribió a instancias del periódico Los Angeles Times para que definiera su postura frente a las criticas que suscita su película. Aquí está el original.

Durante mucho tiempo, más años de los que me apetece ponerme a contar, pensé que la película que llegó a ser «Zero Dark Thirty» nunca se haría. El objetivo, hacer una película moderna y rigurosa sobre el combate al terrorismo, en torno a una de las misiones más importantes y clasificadas en la historia de América, era suficientemente atractivo y trascendente, o eso parecía. Pero había demasiados obstáculos, demasiados secretos, y políticos entorpeciendo el camino.

Sin embargo, gracias a la gran tenacidad de mi equipo y una dosis enorme de suerte, hicimos la película y conseguimos socios con la valentía suficiente para estrenarla.

Y entonces llegó la controversia.

Ahora que «Zero Dark Thirty» ha aparecido en cines de todo el país, mucha gente me pregunta si me sorprendió la polémica que levantó el film cuando sólo se había visto en pases contados, y aún así mucha gente con criterio ya la había definido de formas increíblemente contradictorias. El Times me ha pedido que desarrolle algunas de las declaraciones que he hecho alrededor de este tema. No estoy segura de tener nada nuevo que añadir, pero si puedo intentar ser concisa y clara.

Primero de todo: Apoyo la Primera Enmienda que garantiza el derecho de cualquier americano a crear obras de arte y a expresar su opinión sin ningún acoso o interferencia gubernamental. Como pacifista de toda la vida, apoyo todas las protestas contra el uso de la tortura, y simple y llanamente, contra cualquier tipo de tratamiento inhumano.

Pero me pregunto si alguno de los sentimientos que han sido expresados acerca de la película deberían dirigirse en contra de aquellos que han institucionalizado y ordenado esas políticas gubernamentales, en vez de contra la película que los lleva a la pantalla.

Los que trabajamos en las artes sabemos que mostrar algo no es apoyarlo. Si lo fuera, ningún artista sería capaz de pintar prácticas inhumanas, ningún autor podría escribir sobre ellas, y ningún cineasta podría profundizar en los asuntos más oscuros de nuestra época.

Este es un principio importante para un artista, y merece ser repetido. Porque confundir el hecho de mostrar una situación con apoyarla es el primer paso hacia perjudicar la habilidad de cualquier artista americano de arrojar una luz en temas espinosos, especialmente cuando estos temas está ocultos bajo capas de secretismo y ocultismo gubernamental.

De hecho, estoy muy orgullosa de formar parte de una comunidad de Hollywood que ha convertido las películas que cuestionan la guerra en una tradición cinematográfica. Claramente, ninguna de estas películas habría sido posible si directores de otras épocas se hubieran abstenido de retratar las crudas realidades del combate.

En un nivel práctico y político, me resulta ilógico armar un caso contra la tortura ignorando o negando el papel que ha jugado en las políticas y prácticas de contraterrorismo de los EEUU.

Los expertos no se ponen de acuerdo en torno a los hechos y particulares de la caza de la inteligencia militar, y sin duda ese debate va a continuar. En cuanto a lo que yo personalmente creo, que ha sido objeto de preguntas, acusaciones y especulación, pienso que Osama Bin Laden fue encontrado gracias al ingenioso trabajo de investigación. Sin embargo, la tortura, como todos sabemos, fue empleada en los primeros años de su búsqueda. Eso no significa que fuera la clave para encontrar a Bin Laden. Significa que es parte de la historia que no podemos ignorar. La guerra, lógicamente, no es bonita, y no estamos interesados en retratar esta acción militar como si estuviera libre de consecuencias morales.

En ese mismo aspecto, creo que no deberíamos descontar y que nunca deberíamos olvidar los miles de vidas inocentes perdidas en el 11S y consecuentemente los ataques terroristas. No deberíamos nunca olvidar la valentía de esos profesionales en las comunidades militar y de espionaje que pagaron el mayor precio en el esfuerzo de combatir una grave amenaza en la seguridad de nuestro país.

Bin Laden no fue derrotado por superhéroes que bajaron volando del cielo; fue derrotado por americanos normales que lucharon con valentía al tiempo que a veces cruzaban líneas morales, quienes trabajaron intensamente y que se entregaron en cuerpo y alma, tanto en la victoria como en la derrota, en la vida y en la muerte, en la defensa de esta nación.

Personalmente me gustan mucho las dos obras bélicas de la directora (escribí esto sobre «The Hurt Locker») y creo que su afán es idéntico en las dos: mostrar hechos trascendentes y deliberadamente ocultos por políticos y medios en la historia reciente de EEUU y contextualizar el rol del individuo en esos actos y mostrar cómo afectan a su vida.

Bigelow dice que su intención era hacer una película rigurosa y moderna sobre el contraterrorismo en la América post 11 de Septiembre. Los hay que encuentran la propuesta patriotera, propagandística o también antipatriota o antiamericana; si se molesta a tanta gente es señal de que se ha sido bastante imparcial. Pero eso no quiere decir que ella haya querido hacer un documental. (Tampoco hubiera podido.)

Por supuesto no se le puede pedir a Bigelow que ella cuente su historia desde un punto de vista ya no belicista o antibélico, sino no-americano, puesto que no esperaríamos, como decía Javier Marías en este artículo, que un chino cuente una historia desde un prisma que no sea el suyo, desde su país, su cultura, sus vivencias; no se puede esperar que no sean sus víctimas las que más le duelan y sus profesionales o soldados los que más tiempo e interés le merezcan.

Hay otro ángulo que me gusta en esta carta y en Bigelow, y que parece llevarle la contraria a todas las piezas periodísticas que últimamente le dedican: que no le da ninguna importancia al hecho de ser mujer, ni ve nada peculiar en que una mujer haga películas sobre la CIA capturando a Bin Laden o sobre la guerra de Irak. Por supuesto también creo que cuenta muy bien lo duro que resulta hacer una película y especialmente una que retrata temas tan sensibles como éstos.

Hay quien ve las pelis de Bigelow como propaganda. Yo las veo como muestras de talento y valentía, y no sólo en la elección del tema, sino en la forma de llevarlo a la pantalla.

¿Y vosotros?

Publicado originalmente en Bloguionistas.

EL PERIODISTA COMO H?ROE

Will McAvoy, en el plató.

Por la redacción de «The Newsroom», la nueva serie de Aaron Sorkin que trata sobre el día a día de un informativo, pululan varios personajes, casi todos ellos periodistas. Salvo los «mandamases malos», todos están impregnados de buenas dosis de idealismo, profesionalidad, rigor, valentía y compromiso con la verdad. Esta es la deslumbrante escena inicial de la serie:

Y quizá estamos tan acostumbrados al hecho de consumir prensa que no caemos en las dificultades que conlleva hacer bien ese trabajo. Sorkin expone  los dilemas que enfrentan estos trabajadores, cuestiones que resultan muy emocionantes en tanto en cuanto suponen que el periodista exponga su integridad laboral, física o la de terceros con tal de contar la verdad. También reflexiona sobre el mal periodismo, de la codicia por ser el primero, de generar información a partir de la basura, de ceder ante las presiones o de la manipulación. Pero lo que más me gusta es que nos hace ver que no sólo los bomberos o los deportistas son figuras heroicas. También lo son los médicos, los maestros, los periodistas y casi cualquier persona que se comprometa para aportar con su trabajo algo de valor a la sociedad. Para mi gusto, «The Newsroom» está lejos de ser una serie perfecta, pero tiene una enorme virtud: logra conectar con el espectador a través de lo mejor que hay en nosotros.

Los que hayáis visto la primera temporada podréis completar la frase: «América no es el mejor país del mundo. Pero…»

William L. Shirer, en la oficina.

Ahora mismo estoy terminando de leer los «Diarios de Berlín (1934-1941)» de William Shirer. Es un libro muy recomendable. A pesar de ser una crónica periodística sobre la Europa de pre-guerra y de la guerra, está escrita con la misma pasión y tensión que cualquier novela, con el añadido de que en este caso los hechos son reales y conservan el pulso dramático de aquella intensa época.

Berlín, 7 de Marzo de 1939

La reunión del Reichstag, la más tensa de cuantas yo he tenido noticia, (…) comenzó puntualmente al mediodía. (…) Hitler inició una larga arenga, como las que suele pronunciar y nunca se cansa de de repetir acerca de las injusticias del Tratado de Versalles y del carácter pacífico de los alemanes. Después su voz, que había sido grave y ronca al principio, se transformó en un chillido agudo e histérico al arremeter contra el bolchevismo: «¡No toleraré que la horripilante dictadura del comunismo internacional contagie al pueblo alemán!
(…)
Ahora los seiscientos diputados, todos nombrados personalmente por Hitler, hombrecillos entrados en carnes, de cuellos hinchados, cabellos cortos, abultadas barrigas, uniformes pardos y pesadas botas -dúctiles hombrecillos de arcila en sus hábiles manos-, se ponen de pie como autómatas, con los brazos derechos alzados y extendidos haciendo el saludo nazi, y prorrumpen en vivas, los dos o tres primeros un tanto espontáneos, los siguientes al unísono, como en un griterío escolar. Hitler levanta la mano pidiendo silencio. Se hace despacio. Se sientan los autómatas. Hitler los tiene ahora en sus garras. Parece darse cuenta. Y entonces truena con voz profunda, resonante: «¡Hombres del Reichstag alemán!» El silencio es extremo.
«En esta hora histórica, cuando en las provincias occidentales del Reich tropas alemanas marchan en este mismo instante hacia sus futuras guarniciones en tiempos de paz, nos unimos todos para pronunciar dos sagradas promesas.»

No puede seguir. Para esta histérica plebe parlamentaria es toda una noticia que haya soldados alemanes dirigiéndose a Renania. Todo el militarismo de su sangre alemana se les sube de pronto a la cabeza. Saltan, gritan, lloran poniéndose en pie. (…) Tienen las manos abiertas para reproducir el saludo servil, los rostros deformes por la histeria, las bocas abiertas de par en par, gritando, gritando, y los ojos, enardecidos por el fanatismo, fijos en su nuevo dios, en su mesías. Y el mesías interpreta su papel maravillosamente: agacha la cabeza como la viva imagen de la humildad, aguarda pacientemente a que se haga silencio. Solo entonces, con la voz aún grave pero casi ahogada por la emoción, enuncia las dos promesas:

«La primera, que juramos no ceder ante ninguna fuerza a la hora de restaurar el honor de nuestro pueblo, prefiriendo sucumbir con honor bajo las más severas dificultades antes que capitular. La segunda, que nos comprometemos, ahora más que nunca, a luchar con todas nuestras fuerzas por un entendimiento entre los pueblos de Europa, y en especial por un acuerdo con nuestras vecinas naciones occidentales… ¡No tenemos ninguna exigencia territorial en Europa! …Alemania jamás romperá la paz.»

Al igual que Sorkin, Shirer habla de la censura, de los peligros de informar, de la manipulación y de la integridad moral del periodista. Sacrifica su vida personal (en un momento en el que acaba de ser padre) y su seguridad por poder contar lo que está pasando. Viaja continuamente, de Berlín a Praga, de Londres a París, de Ginebra a Viena, trabajando estrechamente con Ed Murrow para organizar ruedas de corresponsales desde los lugares más cercanos a la noticia. Viendo ambas series se ve que los tiempos han cambiado muchísimo: hoy en día con una webcam chunga puedes contar cualquier cosa, pero entonces emitir para EEUU desde un país europeo en guerra requería una enorme logística, aparte de tener cierta facilidad para torear o amoldarse a las exigencias de la censura. Y así vivió el periodista aquellos años: alejado casi todo el rato de su mujer y su hija, saltando de una ciudad a otra, frecuentemente amenazado y vigilado, conviviendo con el desvergonzado relato que de la guerra hacían los medios alemanes mientras intentaba contar la verdad.

Tanto el ficticio Will McAvoy como el real William Shirer aportan algo más que un relato veraz de unos determinados hechos: un espejo no de lo que somos, sino de lo que podríamos ser.